LAS PROMESAS DE LA LEY

1. EL USO DE LA LEY

La ley bíblica ha retrocedido en su relevancia en la época actual. El surgimiento del pietismo a fines de la Edad Media, y la profunda infección del protestantismo y la Iglesia Católica Romana con el pietismo ha llevado a una declinación del énfasis en la ley bíblica. El pietismo hace énfasis en la religión «espiritual»; la Ley recalca una religión muy material en todo el sentido de la palabra, pertinente al mundo y prácticamente interesada en los asuntos de todos los días.
La Ley sufrió fuertemente a manos de Martín Lutero. En parte como reacción a la revuelta de los campesinos y a los anabaptistas, Lutero se volvió fuertemente en contra de la Ley, que denunció con ferocidad en un sermón de 1525: «Cómo deben los cristianos considerar a Moisés». Lutero sostenía que la Ley mosaica era obligatoria solo para los judíos y no para los gentiles. «Ya no tenemos a Moisés como gobernador ni legislador». Lutero halló tres cosas en Moisés: «En primer lugar, desecho los mandamientos dados al pueblo de Israel.
Ellos ni me instan ni me obligan. Están muertos y desaparecidos», excepto como ejemplo o precedente. «En segundo lugar, hallo algo en Moisés que yo no tengo por naturaleza; la promesa de Dios en cuanto a Cristo. Esto es lo mejor». Ninguno de estos usos de Moisés tiene nada que ver con la ley, y el tercero menos. «En tercer lugar, leemos a Moisés por los hermosos ejemplos de fe, amor, y de la cruz, como se muestra en los patriarcas:
Adán, Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y el resto». También se nos dan ejemplos de hombres impíos y sus destinos. Pero, «en donde da mandamiento, no debemos seguirlo excepto en lo que él concuerde con la ley natural».
Lutero pavimentó así el camino para el pleno retorno del escolasticismo y de la ley natural, como lo hizo Calvino con sus nociones a veces débiles de la ley bíblica. El primer avivamiento del escolasticismo vino, por lo tanto, en el ámbito protestante de Europa, antes que en el católico.
Kevan, al comentar sobre el origen del antinomianismo, anotó:
El antinomianismo fue el contrario teológico del puritanismo en su doctrina de la Ley de Dios en la experiencia cristiana. Aparte de la aparición temprana en tiempos Del Nuevo Testamento, y en el gnosticismo valentiniano, el surgimiento formal del antinomianismo por lo general ha sido asociado con Juan Agrícola, a veces llamado Islebio, líder activo de la Reforma luterana.
En su búsqueda de un principio efectivo por el cual combatir la doctrina de la salvación por obras, Agrícola negó que el creyente estuviera de alguna manera obligado a cumplir la ley moral. En la disputa con Lutero en Wittenberg (1537), se dice que Agrícola dijo que el hombre se salvaba solo por fe, sin consideración a su carácter moral. Lutero denunció estos conceptos de Agrícola como caricatura del evangelio, pero a pesar de eso, los antinomianos han apelado repetidas veces a los escritos de Lutero y señalado el respaldo de este a sus opiniones. Sin embargo, esto se basa solo en ciertas ambigüedades en las expresiones de Lutero, y a un malentendido general de la enseñanza del Reformador.
Contrario a lo que dice Kevan, las «ambigüedades en las expresiones de Lutero» descansaban en muy serias ambigüedades en el pensamiento del Reformador.
En 1529, Lutero, en el Catecismo Breve, expresó un concepto más sólido de la ley, pero sus breves declaraciones allí no pudieron deshacer el daño de sus ataques más extensos a la Ley. Demasiado a menudo Lutero pensó que la única manera de establecer la doctrina de la justificación por fe era negar las obras y la santificación.
Le escribió el 1º de agosto de 1521 a Melancton: «El pecado no nos puede separar de Dios, aunque cometamos asesinato y fornicación mil veces al día». Con santos como estos, el mundo no necesita pecadores.

SI UN HOMBRE QUIERE UNA RELIGIÓN ESPIRITUAL O MÍSTICA, LA LEY ES SU ENEMIGA.

Si quiere una religión material, una plenamente relevante al mundo y al hombre, la ley bíblica es ineludiblemente necesaria para él. Levítico 26:3-45 recalca la relevancia material de la ley. Esta «gran exhortación» deja en claro que no puede haber una vida material victoriosa para el hombre apartado de la ley.
Esta «gran exhortación» se puede dividir en tres partes. En los vv. 3-13 se declaran las bendiciones materiales de la obediencia a la Ley. Habrá lluvia, buenas cosechas, excelente producción de vino, paz, prosperidad; no habrá bestias salvajes, habrá victoria contra los enemigos, y el favor de Dios y su presencia estarán con ellos.
Este favor era muy grande: «Perseguiréis a vuestros enemigos, y caerán a espada delante de vosotros. Cinco de vosotros perseguirán a ciento, y ciento de vosotros perseguirán a diez mil, y vuestros enemigos caerán a filo de espada delante de vosotros» (Lv 26: 7-8).
En la segunda sección, vv. 14-33, se declara la maldición por la desobediencia a la Ley. La desobediencia lleva a calamidades crecientes: enfermedad, derrota, escasez, terror, sequía, plagas y conquista. La moral nacional será tan mala que «huiréis sin que haya quien os persiga» (Lv 26: 17). Estos castigos culminarán en conquista, canibalismo y dispersión entre las naciones.
La tierra misma desilusionará a un pueblo bajo maldición, al igual que los cielos. El cielo será como hierro (no lluvia), y la tierra como bronce (sin riego y estéril) por la desobediencia (Lv 26: 19).
La tercera sección, vv. 34-45, declara que a la tierra juzgada se le dará su descanso sabático. El pueblo conocerá el terror en el cautiverio. El arrepentimiento, no obstante, conducirá a la restauración.
Primero, la «gran exhortación» se dirige a Israel con claridad. Con igual claridad el Sermón del Monte se dirige a los discípulos, y las epístolas a iglesias en particular, pero esto no limita su aplicación a las personas o a las iglesias particulares a las que se dirige. La Palabra de Dios es una unidad, y es mensaje de Dios para todos los hombres, o no lo es. Negar alguna parte de las Escrituras es en última instancia negarla toda.
Segundo, no podemos creer que Dios no tenga juicios para los hombres y naciones en la era cristiana. Hebreos 12:18-29 deja en claro que el mismo Dios y la misma Ley y juicios se aplican a la iglesia e Israel, y que el hombre y las naciones reciben una sacudida similar, a fin de destruir a todos los que pueden ser sacudidos y dejar solo «el reino de Dios que no puede ser conmovido».
Calvino sostenía que en la era del Antiguo Testamento, «Dios se manifestó más plenamente como Padre y Juez con bendiciones y castigos temporales que desde la promulgación del evangelio». Como evidencia de esto, Calvino declaró:
La tierra no se abre ahora para tragar a los rebeldes; ahora Dios no truena desde el cielo como contra Sodoma; no envía ahora fuego sobre las ciudades perversas como lo hizo en el campamento israelita; no envía serpientes ardientes para inflingir mordeduras mortales; en una palabra, tales instancias manifiestas de castigo no se presentan a diario ante nuestros ojos para hacer que Dios sea terrible para nosotros; y por esta razón, debido a que la voz del evangelio suena mucho más claramente en nuestros oídos, como el toque de una trompeta, se nos llama al tribunal celestial de Cristo.
Eso es un razonamiento tonto y trivial. Los juicios milagrosos no «se presentaban a diario» en la era del Antiguo Testamento; eran pocos y distantes. El breve tiempo del Nuevo Testamento vio también muchos juicios milagrosos: sobre Judas, sobre Jerusalén y Judea, sobre Ananías y Safira, sobre Herodes (Hch 12: 21-23), y sobre muchos otros. También vio liberaciones milagrosas: un ángel liberó a Pedro (Hch 12: 7-10), a Pablo y Silas en Filipos (Hch 16: 25-31), los muchos que fueron sanados por Cristo y los apóstoles, la salvación de Pablo en el naufragio, y cosas por el estilo.
Calvino confundió lo milagroso con la Ley. Aparte de estos milagros, los castigos y las bendiciones de la ley son evidentes en el mundo del Antiguo Testamento, sobre Israel y las naciones, y son evidentes también en la historia cristiana.
Negar la permanencia de la Ley de Dios es caer en el dispensacionalismo y en última instancia en el maniqueísmo. En lugar de un Dios inmutable, se presenta por lo menos a un Dios cambiante, o quizás a dos dioses disímiles. Calvino fue más sabio al declarar:
Puesto que en la ley se establece la diferencia entre el bien y el mal, se da para la regulación de la vida de los hombres, así que bien se le puede llamar la regla para vivir bien y correctamente.
Exactamente. Si Dios creó todas las cosas, todas las cosas se pueden usar de manera apropiada y segura solo según las condiciones de su ley, «una ley para vivir bien y correctamente». La Ley nos da un conjunto de «instrucciones del fabricante» que se pueden descartar solo a riesgo nuestro.
Tercero, debido a que la vida del hombre es una vida material, lo debe gobernar una ley material, una ley que se aplique a su vida. El materialismo de la Ley es casi un aspecto necesario de la misma. La «gran exhortación» es por tanto tan válida hoy como cuando Moisés la dio. Mientras la tierra permanece, la ley permanece.
Los que buscan «liberar» de la ley bíblica al hombre violan una ley establecida en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, en Deuteronomio 25: 4, 1ª Corintios 9: 9, y 1ª Timoteo 5: 18: No se le debe poner bozal al buey que trilla, porque el obrero es digno de su salario. La Ley establece tanto el castigo como la paga del hombre.
Por supuesto, las recompensas y castigos de Dios con mucho deben ser preferibles a las promesas de las naciones o de cualquier ley natural mítica.
Arriba se hizo referencia a Juan Agrícola (1492-1566), el antinomiano. En 1537, Agrícola escribió: «¿Estás sumergido en el pecado? ¿Eres adúltero o ladrón?
Si crees, estás en salvación. Todos los que siguen a Moisés deben irse al diablo; a la horca con Moisés».
El antinomianismo, que ha negado la ley, trae como resultado el misticismo y el pietismo. Al enfrentar un mundo de problemas, no tiene respuesta adecuada.
Para suplir esta falta, el antinomianismo muy pronto se volvió premilenalista; su respuesta a los problemas del mundo fue posponer la solución al «retorno en cualquier momento» de Cristo. El antinomianismo condujo a un intenso interés y expectativa del retorno de Cristo como la única solución a los problemas del mundo, negándole a la Ley de Cristo el status de respuesta. Con razón, uno de los resultados de Juan Darby y los hermanos Plymouth, líderes de este movimiento, fue un hecho triste registrado en 1877 por Steele:
Un puñado de norteamericanos, fragmentos de familias, poseídos por esta interpretación infantil de las Escrituras, están escarbando una existencia en Jerusalén. Han adoptado y se llaman por el nombre de «La colonia Americana». Están decididos a estar a la cabeza de una línea de aspirantes a cargos cuando llegue el nuevo gobierno.

2. LA LEY Y LA EXCLUSIÓN

Una declaración muy importante que es parte de la ley declarada es Deuteronomio 7: 9-15:
Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones; y que da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en persona le dará el pago. Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas.
Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría.
Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados. Y quitará Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren.
Primero, aunque esto es parte de la ley del pacto, su aplicación no está restringida a Israel. El pacto abarca a todos los hombres sin excepción. El pacto original fue con Adán; el pacto renovado fue con Noé. Todos los hombres son o guardadores del pacto o quebrantadores del pacto; todos están ineludiblemente ligados al pacto y a sus promesas de amor y odio, bendiciones y maldiciones. Al renovar el pacto, Cristo dejó claro que todos los hombres tenían que ver con este. Según Juan 12:32, 33, el Señor dijo:
Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.
Al convertirse en sacrificio, sacerdote, y renovador divino del pacto de Dios con el hombre, Jesús atraería a todos los hombres a Él; es decir, se convertiría en motivo de condenación y de salvación, de bendiciones y de maldiciones. El pacto y la Ley del pacto, así como el Señor del pacto, juzgan a todo hombre.
Segundo, el Dios del pacto se identifica como «Dios, Dios fiel», que quiere decir, en las palabras de Wright, que «solo Él es soberano Señor, y es veraz y digno de confianza; lo que dijo, lo hará»1. Un aspecto de la confiabilidad de Dios es su celo, su ira, su aborrecimiento y su condenación de los que desprecian su pacto y Ley. Dios promete amor y odio como aspectos de su justicia y fidelidad absoluta.
Tercero, esto quiere decir retribución. Dios promete pagar «a aquellos que le odian, dándoles su merecido. ¡Sin tardanza da su merecido a los que le odian!» (Dt 7: 10, VP). Así que la retribución es un aspecto de la Ley de Dios que los hombres deben aplicar, porque es antes que nada el principio de operación que aplica Dios. A aquellos a quienes ama, a los que obedecen su ley del pacto, los bendice con «fertilidad del vientre, de la tierra, de los rebaños y ganados, y libertad de las notorias malas plagas de Egipto».
Cuarto, Dios afirma sus derechos soberanos. En el versículo 12 se refiere a sus «castigos». Como W. L. Alexander ha destacado: Juicios, es decir, derechos, demandas legítimas. Dios, como Gran Rey, tiene sus derechos, y estos deben tributárselos sus súbditos y siervos.
Keil y Delitzsch interpretaron decretos (en Dt 4: 1) como «derechos, todo lo que era debido a ellos, sea en relación con Dios o con sus semejantes». Sin embargo, la ley de Dios es una afirmación de la justicia y derechos de Dios sobre la humanidad.
En segundo lugar, debido a que el hombre es criatura de Dios, sus únicos derechos verdaderos están en Dios y en la ley de Dios. Es interesante notar que una de las palabras griegas del Nuevo Testamento que se traduce como juicio es krisis, que quiere decir una separación y luego una decisión. La ley y sus penalidades son una declaración de los derechos legítimos de Dios, sus derechos sobre todos los hombres. De aquí su derecho de amar o de aborrecerlos según la reacción de ellos a los derechos de él.
Quinto, como ya se dijo, la fertilidad y la abundancia se prometen a todos los que obedecen la ley del pacto de Dios. En la medida en que incluso un hombre impío respeta la ley de Dios, en esa medida florecerá. Las naciones surgen y caen según esto. La desobediencia, por otro lado, conduce al castigo.
Esto nos lleva a un punto de importancia especial. Ya se dijo anteriormente que el pacto incluye a todos los hombres sin excepción; los que guardan el pacto son bendecidos, y los que quebrantan el pacto son malditos. Esto es evidente en la «exclusión» que precede y sigue a Deuteronomio 7: 9-15; vv. 1-8 y 16-26. A Israel se le llama a que expulse y destruya a los habitantes de la tierra, debido a que su iniquidad había llegado al «colmo» (Gn 15: 16). Todo el punto de la exclusión era que aquellos cananeos eran moralmente ofensivos a Dios (Dt 20: 16-18).
El anatema solo Dios podía decretarlo, no el hombre. Mediante el anatema, Dios declaraba que un pueblo estaba fuera de la Ley y condenado a muerte. El anatema es la inversión de la comunión, y declara el fin de la comunión entre Dios y el hombre; a los pueblos bajo anatema se les castiga con la muerte.
La comunión y la comunidad pueden existir donde haya fuertes diferencias personales y enemistad. Van der Leeuw cita un buen ejemplo de esto:
Hoy el mejor ejemplo sigue siendo el campesino, que no tiene «sentimientos» sino que sencillamente pertenece a su comunidad, ¡en contraste con el citoyen inventado en el siglo XVIII! Incluso los campesinos que pelean o entablan pleitos judiciales siguen siendo vecinos y hermanos; un campesino en los Países Bajos Orientales que tiene un enemigo mortal en el pueblo sabe que en los días de mercado está obligado a saludar a su enemigo y caminar de aquí para allá con él una vez, cuando la comunidad del campesino de todo el distrito se reúna en el pueblo rural, demostrando así a los ojos de los «extraños» la comunión del pueblo ad oculos.
La cuestión en una costumbre así es esta: el desacuerdo existe, los pleitos están en proceso, pero tales diferencias son parte de la vida en una comunidad y una forma de la comunidad. De igual forma, las diferencias son ineludibles en todo matrimonio; entre personas piadosas, las diferencias sirven para aumentar los aspectos de comunión y acuerdo al sacar los problemas a la superficie para resolverlos.

UNA COMUNIDAD REQUIERE DISENSIÓN Y DESACUERDO A FIN DE TENER PROGRESO.

El anatema más bien quiere decir el fin de la comunidad; indica una situación más allá del desacuerdo; quiere decir que la maldición ha cundido.
La relación de comunidad y desacuerdo lo ilustra bien un incidente en una pequeña región agrícola de California en 1970. Una mujer notoria por sus costumbres camorristas y discutidoras trató de empezar una gran discusión con la Sra. E. S., a quien había visto solamente una vez antes. La Sra. S., con estupenda lógica y sabiduría femenina, se alejó de ella, tras decirle: «¡No se ponga a pelear conmigo!
¡Yo no la conozco tan bien!». La otra entendió bien; no había comunidad para nada entre ellas, y por consiguiente no había absolutamente ninguna base para comunicaciones ni desacuerdos.
El anatema es más que ausencia de comunidad; es más bien el fin de toda comunidad, de todo posible acuerdo o desacuerdo. La costumbre judía de darle la «extrema unción» a un miembro de la familia que ha transgredido más allá de cierto límite es muy sólida; la persona queda excluida.
Cuando la exclusión es firme, la maldición impera.
En la maldición, el hombre invoca a Dios para que juzgue a un hombre o pueblos que considera más allá de comunión, cuyos pecados requieren castigo total. Dios no oirá una maldición inmerecida, como en el caso de Balaam (Dt 23: 5), sino que la convertirá en bendición. La maldición sin causa no logra nada (Pr 26: 2). Cuando Dios pronuncia las maldiciones que aparecen en la ley y en el epílogo de la ley sobre la desobediencia, está colocando a tales personas bajo anatema.
La ley nos prohíbe maldecir a ciertas personas. Se nos prohíbe, en Éxodo 22: 28, maldecir a los gobernantes o «los dioses» o jueces, o maldecir a los padres (Éx 21: 17), y a los sordos (Lv 19: 14). Esto no quiere decir que la alternativa sea la obediencia servil, pero sí se nos prohíbe maldecir a las autoridades superiores o a los desvalidos. Dios mismo pronuncia maldiciones sobre las autoridades impías.
El hecho del anatema y de las maldiciones deja en claro que el alcance de la Ley está más allá del ámbito de Israel o de la Iglesia. Dios, como Creador de todos los hombres, quiere que su ley gobierne a todos los hombres. Todos los hombres son, pues, dignos de castigo y muerte por su desobediencia a la ley de Dios.
El Talmud, al tratar de las leyes agrarias, insistía en que Dios era el dueño de la tierra. Debido al señorío y soberanía totales de Dios, la tierra, incluso en manos de paganos, está bajo la jurisdicción de Dios. Según el Talmud, bajo la ley el pagano debe rendir cuentas a Dios por el cuidado de la tierra, y pagar el diezmo.
Es costumbre que muchos «cristianos» expresen su desprecio por el Talmud; a pesar de sus muchas vaguedades, en este punto y en otras partes el Talmud daba mejor reconocimiento práctico a la soberanía de Dios que Lutero, Calvino y muchos otros. Lutero, como negaba la ley de Dios, empujó su hostilidad al punto de negar todo lo que estaba asociado con ella, incluyendo a los judíos y el Talmud.
Por haber negado la ley de Dios, el luteranismo tuvo que negar la victoria prometida por esa ley. En consonancia, la Confesión de Augsburgo, Artículo XVII, en el último párrafo, declara lo siguiente de las iglesias luteranas:
Condenan también a otros que ahora esparcen opiniones judías que, antes de la resurrección de los muertos, los santos ocuparán los reinos del mundo, y los malos serán suprimidos en todas partes (solo los santos, los piadosos, tendrán los reinos del mundo, y exterminarán a todos los impíos).

EL MOVIMIENTO DE LA IGLESIA ASÍ TRAZADO ES DE LA VICTORIA A LA DERROTA.

Lutero mismo empezó con victoria y acabó en derrota, como hombre autotorturado, plagado de culpa y orgullo. El que había sido la esperanza del pobre cristiano había sido denunciado por ellos como Herr Luder, Sr. Mentiroso, señuelo, pillo de la ley, o carroña. Lutero podía con todo derecho argumentar que la suya no era una teología de revolución social, pero había levantado falsas esperanzas entre los campesinos. «Sola Scriptura» era su estándar; solo la palabra de Dios.
Esto para el pueblo quería decir no solo justificación por fe sino también la ley soberana de Dios. A esa ley apelaban ellos, y Lutero renunció a la ley de Dios a favor de la ley estatista.
Melancton no traicionó a Lutero cuando «construyó una nueva doctrina de ley natural basada en Aristóteles y teología bíblica que en muchos aspectos es idéntica a la de Santo Tomás. La similitud con el tomismo no fue accidental».
Como había denunciado la ley de Dios, la única alternativa era el tomismo y la ley natural. La Reforma por lo tanto nació muerta.
El luteranismo ha mantenido la norma de «Sola Scriptura», pero ha negado la validez de la ley de Dios. Ha desalentado, más que cualquier otra iglesia, el interés en el libro de Apocalipsis, puesto que este libro declara muy enfáticamente la total relevancia de Dios y su ley en este mundo. Si la gente leyera mucho el Apocalipsis, podría surgir una crisis de fe.
Calvino también hizo posible el renacimiento de la ley natural por sus nociones laxas de la ley de Dios. Los puritanos por un tiempo salvaron el calvinismo de sí mismo por su énfasis en la ley bíblica, solo para sucumbir ellos mismos al clima intelectual del neoplatonismo y también a la seducción de la ley natural.
La Reforma en general se movió de victoria a derrota, de relevancia a irrelevancia, de un reto al mundo a una rendición al mundo o a una retirada de él sin sentido. Roma, Ginebra, Wittenberg y Canterbury se retiraron también al pietismo inefectivo.
¡Todos eran del mundo, pero no estaban en el mundo!
Abandonar la ley es abandonar la bendición y victoria que la ley confiere a los que son obedientes. Las naciones paganas que rechazan a Dios, pero de todas formas son obedientes a algunas de sus leyes, mantienen un verdadero orden familiar, observan las leyes respecto al asesinato, el robo y el falso testimonio, y también respetan las leyes respecto al uso de la tierra.
Tales naciones prosperan y florecen en la medida de su obediencia. Grandes naciones han surgido como resultado de la disciplina de la ley y han caído al abandonarla.
Si abandonar la ley es abandonar la victoria y bendición, y guardar la ley es prosperar y florecer, y si esto es válido para las naciones paganas, ¿cuánto mucho más para los santos? Si un pueblo reconoce a Jesucristo como Señor y Rey y obedece su ley soberana, sus bendiciones y victorias serán mucho mayores, así como en iniquidad e incredulidad su condenación superará todas las demás.

3. LA MALDICIÓN Y LA BENDICIÓN

En Deuteronomio 27 y 28 tenemos otra importante noción de las implicaciones de la ley. Estos capítulos nos dan las maldiciones y bendiciones asociadas con ella.
Maldición, exclusión y anatema son básicamente los mismos conceptos. Lo que está bajo maldición, exclusión o anatema está dedicado o consagrado, o sea, entregado a destrucción por exigencia de Dios. En la iglesia, el concepto de maldición, exclusión o anatema aparece como excomunión.
Según Harper, el propósito bíblico de la exclusión siempre es ético, y su propósito era «preservar la religión cuando corría grave peligro».
La exclusión, maldición o anatema no desaparece de una sociedad cuando esta abandona la fe bíblica. La exclusión solo se transfiere a un nuevo aspecto de la vida. Así, escribiendo a principios del siglo 20, Harper señaló:
Aunque la iglesia del Nuevo Testamento es la portadora de los más altos intereses de la Humanidad, se nos enseña que cuando tiene menos definida su dirección como para conducir, cuando es más tolerante de las prácticas del mundo, es más fiel a su concepción original. Se nos dice que una Iglesia indulgente es lo que se quiere; el rigor y la religión ahora se tienen como finalmente divorciados de todas las mentes iluminadas.
Esta noción no se expresa a menudo de manera categórica, pero subyace en toda la religión de moda, y tiene sus apóstoles en la juventud dorada que promueve el iluminismo jugando tenis los domingos. También debido a eso, puritano se ha vuelto un término de desdén, y la autocomplacencia se ha vuelto una marca del cristianismo cultivado.
No solo el ascetismo, sino la askesis se han desacreditado, y el tono moral de la sociedad en consecuencia ha caído de una manera perceptible. En amplios círculos dentro y fuera de la iglesia parece que se piensa que el dolor es el único mal intolerable, y en la legislación y en la literatura esa idea se ha ido estableciendo.
Harper tenía razón. A principios del siglo 20, el dolor estaba condenado al destierro por la sociedad humanista. Ahora, la guerra, la pobreza, la discriminación con respecto a raza, color o credo, o a los cristianos ortodoxos cada vez más se los coloca bajo una exclusión y son blancos de legislación.
Ninguna sociedad puede escapar de tener una exclusión; la pregunta importante es, ¿qué se debe excluir?
Según Deuteronomio 27: 15-26, son las violaciones de la ley de Dios (no la ley del estado ni de la iglesia) las que ponen a los hombres bajo la exclusión o maldición.
Se pronuncian doce maldiciones, igual al número de las tribus de Israel, para indicar totalidad. Estas doce maldiciones son:
1. Contra los quebrantamientos secretos del segundo mandamiento (Éx 20: 4), v. 15;
2. Contra el desprecio o falta del debido respeto a los padres (Éx 20: 17), v. 16;
3. Contra todos los que remueven los hitos de marca del prójimo (Dt 19: 14), v. 17;
4. Contra los que hagan tropezar al ciego (Lv 19: 14), v. 18;
5. Contra todo los que perviertan la justicia debida a los extranjeros, a las viudas y a los huérfanos (Dt 24: 17), v. 19;
6. Contra el incesto con una madrastra (Dt 23: 1; Lv 18: 8), v. 20;
7. Contra el bestialismo (Lv 18: 23), v. 21;
8. Contra el incesto con una hermana o media hermana (Lv 18: 9), v. 22;
9. Contra el incesto con una suegra (Lv 18:8), v. 23;
10. Contra el asesinato (Éx 20:13; Nm 35:17ss.), v. 24;
11. Contra cualquiera que acepte soborno bien sea para matar a un hombre de frente o producir su muerte por falso testimonio (Éx 23: 7, 8), v. 25;
12. Contra cualquier hombre que no ponga la Ley en efecto, y que no haga de la ley el modelo y norma de su vida y conducta.
De esta última maldición, que se aplica a toda rama de la ley, evidentemente se deduce que los diferentes pecados y transgresiones ya mencionados se seleccionaron solo a manera de ejemplo, y en su mayor parte eran tales que se podrían fácilmente esconder de las autoridades judiciales.
Al mismo tiempo, «el oficio de la ley se muestra en esta última expresión, el sumario de todo el resto, para haber sido preeminentemente para proclamar condenación. Todo acto consciente de transgresión sujeta al pecador a la maldición de Dios, de la cual nadie, sino Aquel que se ha vuelto maldición por nosotros, puede librarnos» (Gá 3: 10, 13, O. v. Gerlach).
El principio y la base de las bendiciones y maldiciones es muy claramente la ley (Dt 28: 1, 15). Las maldiciones precedentes especifican pecados particulares de un carácter depravado, pecados que son actos de maldad. La doceava maldición, sin embargo, incluye toda ley de Dios y por consiguiente no concede ningún escape de la maldición excepto la obediencia.
Deuteronomio 28, especialmente los vv. 1-26, nos da una imponente declaración de bendiciones y maldiciones.

DOS HECHOS MUY OBVIOS E IMPORTANTES SON EVIDENTES.

Primero, estas bendiciones o bienaventuranzas prometen vida, prosperidad y éxito a los que obedecen la ley de Dios. Kline tiene razón al decir: Israel, si es fiel al juramento del pacto, saldrá victorioso en todo encuentro militar y comercial con otras naciones. Dentro del reino habrá abundancia de la bondad de la tierra. Canaán será un paraíso verificable, y fluirá leche y miel. Lo que es muy importante, Israel prosperará en su relación con su Señor del pacto. Este es el secreto de toda bienaventuranza, porque su favor es vida.
La obediencia a la ley es un acto de fe de que Dios es fiel y le dará a su pueblo vida abundante y una tierra bondadosa. David afirmó la fe de todas las Escrituras al declarar:
Porque los malignos serán destruidos, Pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra.
Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí.
Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz (Sal 37: 9-11).
Las palabras de David no se pueden entender separadas de Deuteronomio 28, ni tampoco la bienaventuranza de Cristo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mt 5: 5). A los mansos, los amansados de Dios que le obedecen, literalmente se les promete la tierra por su obediencia. Son bienaventurados en la ciudad y en el campo, en el fruto de su vientre y en el fruto del campo, en la canasta y en la bodega, y en todo.
La promesa es que «comerán los humildes, y serán saciados» (Sal 22: 26). «Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera» (Sal 25: 9), es decir, Él los guiará en justicia y les enseñará el camino de la vida. La ley es, pues, muy claramente el camino a una vida rica en la tierra. No hay promesa de ninguna prosperidad aparte de la ley.

LA OBEDIENCIA DE LA FE ES LA LEY.

Segundo, con respecto a las maldiciones, «el destierro de la heredad prometida era la maldición extrema»6. Así como la ley abre la vida y la tierra, la iniquidad abre maldiciones, derrotas y finalmente muerte. La mayor parte del capítulo se dedica a una especificación precisa de las consecuencias de la maldición.
Fue la maldición sobre la iniquidad, cuando Adán y Eva negaron a Dios como el principio de vida y ley, como su Soberano, que condujo a su expulsión del paraíso.
Ha sido la misma maldición sobre la iniquidad que, edad tras edad, ha condenado al hombre a frustración, derrota y muerte. Negar a Dios es negar su ley y soberanía, o a la inversa, negar la ley y soberanía de Dios es negar a Dios. Afirmar la ley de Dios es aceptar su soberanía y señorío. La fe y la ley son inseparables, porque «la fe sin obras es muerta» (Stg 2: 20).
Es más: «a las bendiciones se las representa como poderes verdaderos que siguen los pasos de la nación, y la impregnan». Las Escrituras no solo enseñan una doctrina de gracia soberana e irresistible, sino que también enseñan una doctrina de bendiciones y maldiciones soberanas e irresistibles según la obediencia o desobediencia a la ley de Dios. Este es el significado ineludible de Deuteronomio 28.
Deuteronomio 28: 2 nos dice que «vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios». En el versículo 15 se nos dice que «vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán». En ambos casos se declara una consecuencia irresistible.
El hombre no está en libertad, no obstante, de escoger la consecuencia. No puede declarar que, debido a que merece ser bendecido, escoge ser bendecido con dinero, una nueva esposa o cuatro hijos. De modo similar, el hombre no puede escoger su castigo. El mundo de maldiciones y bendiciones no es una feria de variedades donde el hombre puede ejercer su decisión libre y escoger a su gusto. En todo momento Dios es soberano, y «Él nos elegirá nuestras heredades» (Sal 47: 4).
La historia de esa maldición irresistible empezó con la caída y continúa hasta hoy. Las bendiciones irresistibles empezaron en Edén, y durante toda la historia han estado en efecto dondequiera que la obediencia ha prevalecido. Con sus bienaventuranzas, Jesucristo confirmó Deuteronomio 28 y se dio a conocer como el Legislador.
Esto fue lo que percibieron sus oyentes, porque «la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mt 7: 28-29). Los escribas interpretaban la ley; Jesucristo declaraba la ley como su forjador. Como forjador de la ley, sus palabras eran una revelación de la ley. Por consiguiente, las maldiciones y las bendiciones de la ley dependían de oír y obedecer sus «palabras» (Mt 7: 24-27).

EL HOMBRE QUIERE Y NECESITA UN MUNDO DE MALDICIONES Y BENDICIONES.

Todo en su naturaleza, debido a que Dios lo creó, exige un mundo de consecuencias y causalidad. Sin embargo, debido a que el hombre ha caído y está en rebelión contra Dios, quiere que estas maldiciones y bendiciones se cumplan en sus términos, según sus necesidades y su concepto de justicia.
No hace muchos años este escritor tuvo una breve experiencia con unos apostadores en Nevada. Aunque eran por lo general hombres mal hablados, a veces oraban, y la tomaban contra Dios cuando sus oraciones no eran contestadas de acuerdo al deseo de su corazón. A veces, al apostar con desesperación, oraban por un éxito sensacional, prometiéndole a Dios que una porción sustancial de sus ganancias iría al sacerdote, ministro o iglesia.
Un hombre incluso prometió pagarle a su madre algún dinero que le había debido por mucho tiempo. De alguna manera, debido a sus declaraciones «nobles», suponían que Dios como su «socio» debía bendecirlos, y el que Dios no los bendijera era evidencia del fraude de la religión. En tales casos, los hombres establecen las condiciones, reglas y leyes de la bendición y luego esperan que Dios se avenga.
Puesto que este tipo de regateo es blasfemo, solo puede merecer castigo, no bendición.
Una empresa fraudulenta no se convierte en buena nombrando a Dios como socio. El hombre no puede quebrantar la ley de Dios sin ser quebrantado.
Examine de nuevo las bendiciones. Un hombre no está exento de las maldiciones de la ley porque haya evadido los primeros once delitos secretos. La maldición se aplica a todos los que no ponen en efecto toda la ley de Dios. Cuando Dios nos detiene por violar su ley, no podemos allí argüir que no cometimos incesto, ni bestialismo.
Se nos da una ley total, y la declaración es: «Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas» (Dt 27: 26). Hay muchos aspectos de la ley que incluso los peores hombres aprueban. En las sociedades de las prisiones, los asesinos desprecian a los violadores, los ladrones desprecian a los asesinos, y así por el estilo.
Todo criminal quiere todo un mundo de ley y orden excepto en su aspecto personal de exención. Algunos criminales son orgullosamente santurrones en sus aspectos de obediencia. Ningún ladrón queda exento de la prisión porque no sea un asesino, ni tampoco ningún asesino queda exento debido a que no haya cometido violación.
De modo similar, somos responsables ante Dios por la totalidad de la Ley, y no podemos pedir que se nos exima de la maldición si hemos guardado el noventa y nueve por ciento de esta y después tratamos el otro uno por ciento con total descuido o desprecio. Repetidas veces Dios ha colocado a religiosos moralistas bajo su maldición por este tipo de razonamiento. «Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos» (Stg 2: 10).

4. EL UNIVERSO DE RESPONSABILIDAD ILIMITADA

Una compañía de responsabilidad limitada es aquella en que la responsabilidad de cada accionista está limitada a la cantidad de sus acciones, o a una cantidad fija por una garantía llamaba «limitada por garantía». El propósito de las leyes de responsabilidad limitada es limitar la responsabilidad.
Aunque el propósito ostensible es proteger a los accionistas, el efecto práctico es limitar su responsabilidad y por consiguiente fomentar la imprudencia en las inversiones. Una economía de responsabilidad limitada es socialista. Al tratar de proteger a las personas, una economía de responsabilidad limitada transfiere la responsabilidad de la gente al estado, en donde la «planificación» supuestamente elimina la responsabilidad.
La responsabilidad limitada anima a la gente a correr riesgos de manera limitada, y a pecar económicamente sin pagar el precio. Las leyes de responsabilidad limitada descansan en la falacia de que no hay que pagar por los pecados económicos. En realidad, el pago se transfiere a otros. Las leyes de responsabilidad limitada fueron impopulares en épocas cristianas anteriores, pero han florecido en el mundo darwiniano. Descansan en importantes presuposiciones religiosas.
En una declaración muy pertinente a su exposición, C. S. Lewis describió su preferencia, antes de su conversión, por un universo materialista, ateo. Las ventajas de tal mundo son las demandas muy limitadas que le impone al hombre.
Para un cobarde así el universo materialista tiene la enorme atracción de que le ofrece a uno responsabilidades limitadas. Ningún desastre estrictamente infinito jamás podría atraparlo a uno. La muerte lo termina todo. E incluso si los desastres finitos demostraran ser más grandes de lo que uno desea aguantar, el suicidio siempre es posible.
El horror del universo cristiano era que no tenía ninguna puerta rotulada Salida. Pero, por supuesto, lo que importaba más que nada era mi profundamente acendrado aborrecimiento de toda autoridad, mi monstruoso individualismo, mi iniquidad. Ninguna palabra en mi vocabulario expresaba un odio más hondo que la palabra Interferencia.
Pero el cristianismo puso en el centro lo que me parecía un Metementodo trascendental. Si su cuadro fuera verdad, ningún tipo de «tratado con la realidad» podía jamás ser posible. No había región ni siquiera en lo más íntimo y profundo de mi alma (no, allí menos que en cualquier parte) que uno pudiera rodear con una cerca de alambre de púas y guardar con un letrero que dijera prohibido el paso. Y eso es lo que yo quería; algún área, por pequeña que fuera, en la cual yo pudiera decirle a todos los demás seres: «Esto es asunto mío y solo mío».
Este es un excelente sumario del asunto. El ateo quiere un universo de responsabilidad limitada, y procura producir un orden político y económico de responsabilidad limitada. Mientras más socialista se vuelve, más exige de su orden social una ventaja máxima y una responsabilidad limitada, una imposibilidad.
Las maldiciones y bendiciones de la ley recalcan la responsabilidad ilimitada del hombre en cuanto a maldiciones o bendiciones como resultado de la desobediencia u obediencia a la ley. En Deuteronomio 28:2, 15 se nos dice que las maldiciones y bendiciones vienen sobre nosotros y nos «alcanzarán». El hombre no puede eludir el mundo de las consecuencias divinas. En todo momento y en todo lugar el hombre está rodeado, alcanzado y poseído totalmente por la responsabilidad ilimitada del universo de Dios.
El hombre trata de escapar de esa responsabilidad ilimitada mediante una negación del Dios verdadero o por una pseudoaceptación que niegue el significado de Dios. En el ateísmo, la actitud del hombre la resume bien el poema «Invicto», de William Ernest Henley. Henley fanfarroneaba de su «alma inconquistable» y declaró:
Soy de mi destino el amo; Soy de mi alma el capitán.
Claro, el poema ha sido muy popular entre adolescentes inmaduros y rebeldes.
La pseudoaceptación común al misticismo, al pietismo y a los pseudoevangélicos aduce haber «aceptado a Cristo» mientras que niega su ley. Un universitario, muy dado a evangelizar a todo el que se ponía su alcance, no solo negó la ley como artículo de su fe, al hablar con este escritor, sino que fue más allá.
Cuando se le preguntó si aprobaría que unos jóvenes y muchachas trabajaran en una casa de prostitución como prostitutas y proxenetas para convertir a los residentes, no negó esto como posibilidad válida. Pasó a afirmar que muchos de sus amigos estaban convirtiendo a las jóvenes y a los clientes en masa invadiendo esas casas para evangelizar a todos los presentes.
También reclamó la conversión en masa de homosexuales, pero no pudo citar ni un solo homosexual que hubiera dejado la práctica después de su conversión; ni ninguna prostituta o sus clientes que hubieran dejado las casas con sus «evangelizadores». Tal «evangelización» ilícita no es más que blasfemia.
En el llamado «Gran Avivamiento» en la Nueva Inglaterra colonial, el antinomianismo, el milenarismo y el falso perfeccionismo iban mano a mano. Muchos de estos «santos» abandonaron su matrimonio para optar por relaciones adúlteras, negaron la ley, y pretendieron perfección e inmortalidad inmediatas.
Lo que tal avivamiento y pietismo auspicia es un universo de responsabilidad limitada a nombre de Dios. Es, pues, ateísmo bajo el estandarte de Cristo. Reclama libertad de la soberanía de Dios y niega la predestinación. Niega la ley, y niega la validez de las maldiciones y bendiciones de la ley.
Tal religión se interesa solo en lo que puede obtener de Dios; de aquí, que se afirma la «gracia», y «amor», pero no la ley ni el poder y decreto soberano de Dios. Pero la religión de cafetería es solamente humanismo, porque afirma el derecho del hombre a escoger y seleccionar lo que quiere; como supremo árbitro de su destino, se hace al hombre capitán de su alma, con la ayuda de Dios. El pietismo, de este modo, ofrece una religión de responsabilidad limitada, no una fe bíblica.
Según Heer, el místico medieval Eckhart le dio al alma «una majestad soberana junto con Dios. El próximo paso lo dio un discípulo, Johannes de Star Alley, que preguntó si la palabra del alma no era tan poderosa como la palabra del Padre Celestial». En tal fe, el nuevo soberano es el hombre, y la responsabilidad ilimitada está en proceso de ser transferida a Dios.
En términos de la doctrina bíblica de Dios, no hay responsabilidades en lo absoluto incluidas en la persona y obra de la Deidad. El decreto eterno de Dios y su poder soberano gobiernan totalmente y abarcan toda la realidad, que es su creación.
Debido a que el hombre es una criatura, el hombre enfrenta responsabilidad ilimitada; sus pecados tienen consecuencias temporales y eternas, y no puede en ningún punto escaparse de Dios. Van Till ha resumido poderosamente el asunto:
El punto principal es que si el hombre pudiera buscar en algún otro sitio y no verse confrontado con la revelación de Dios, no podría pecar en el sentido bíblico del término. Pecar es quebrantar la ley de Dios. Dios confronta al hombre en todas partes. No puede, por la naturaleza del caso, confrontar al hombre en una parte si no lo confronta en todas partes. Dios es uno; la ley es una.
Si el hombre pudiera oprimir un botón del radio de su experiencia y no oír la voz de Dios, siempre oprimiría ese botón y nunca los demás. Pero el hombre no puede ni siquiera oprimir el botón de su propia conciencia sin oír la exigencia de Dios.
Pero el hombre quiere revertir esta situación. Que Dios sea el responsable, si no concede la petición del hombre. Que el hombre declare que su propia experiencia lo pronuncia salvado, y después puede seguir con su homosexualidad o trabajo en una casa de prostitución, y sin ninguna responsabilidad.
Después de haber pronunciado la fórmula mágica, «Acepto a Jesucristo como mi Señor y Salvador», el hombre transfiere casi toda la responsabilidad a Cristo y puede pecar con una responsabilidad muy limitada a lo sumo. No se puede aceptar a Cristo si se niega su soberanía, su ley y sus palabras. Negar la ley es aceptar una religión de obras, porque quiere decir negar la soberanía de Dios, y dar por sentada la existencia del hombre en independencia de la ley y del gobierno absoluto de Dios.
En un mundo donde Dios funciona solo para quitarle la responsabilidad del infierno, y ninguna ley gobierna al hombre, este se abre su propio camino por la vida mediante su propia conciencia.
En tal mundo, el hombre se salva por su propia obra de fe, la de aceptar a Cristo, no por el hecho de que Cristo lo acepte a él. Cristo dijo: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15: 16). El pietista insiste en que él ha escogido a Cristo; es su obra, no la de Cristo.
Cristo, en semejante fe, sirve como agente de seguros, como garantía contra la responsabilidad, no como Señor soberano. Eso es paganismo en nombre de Cristo.

EN EL PAGANISMO, EL ADORADOR NO EXISTÍA.

El hombre no adoraba a las deidades paganas, ni tampoco rendía cultos de adoración. El templo estaba abierto todos los días como lugar de negocios. El pagano entraba el templo y compraba la protección de un dios mediante una ofrenda o regalo. Si el dios le fallaba, de allí en adelante buscaba los servicios de otro.
La búsqueda pagana era por un seguro, por responsabilidad limitada y bendiciones ilimitadas, y, como creyente soberano, iba de compras buscando al dios que más ofreciera. La religión pagana era, por tanto, una transacción, y, como toda transacción comercial, no había nada seguro. Los dioses no siempre podían cumplir, pero el hombre esperaba que, de alguna manera, sus responsabilidades fueran limitadas.
El «testimonio» del pietismo, con su «vida victoriosa», es algo así como una religión de responsabilidad limitada. Un «testimonio» común es: «Gracias al Señor, desde que acepté a Cristo, todos mis problemas se acabaron». El testimonio de Job en su sufrimiento fue: «Aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13: 15).
San Pablo recitó el largo y horrible relato de su sufrimiento después de aceptar a Cristo; en cárceles, azotes, naufragios, lapidaciones, traiciones, «en hambre y sed, en frío y en desnudez» (2ª Co 11: 23-27). La de Pablo no era una religión de responsabilidad limitada, ni quedó libre de todo problema debido a su fe.
El mundo es un campo de batalla, y hay víctimas y heridos en la batalla, pero la batalla es del Señor y su fin es la victoria. Intentar escapar de la batalla es huir de la responsabilidad de la guerra contra hombres pecadores a una batalla contra un Dios enojado. Enfrentar la batalla es sufrir las penas de la ira del hombre y las bendiciones de la gracia y la ley de Dios.
Separados de Jesucristo, los hombres están judicialmente muertos, o sea, bajo una sentencia de muerte ante Dios, por morales que sean sus obras. Con la regeneración, el principio de la vida verdadera, el hombre no deja de estar con responsabilidad ilimitada bajo Dios. Más bien, con la regeneración, el hombre sale del mundo de responsabilidad ilimitada bajo maldición, al mundo de responsabilidad ilimitada las bendiciones bajo Dios.
El mundo y el hombre quedaron bajo maldición cuando Adán y Eva pecaron, pero, en Jesucristo, el hombre es bendecido, y el mundo es progresivamente recuperado y redimido por Él. En cualquier caso, el mundo está bajo la ley de Dios. Las bendiciones y las maldiciones son inseparables de la ley de Dios y son solo diferentes relaciones con el mismo. El mundo de los hombres regenerados es el mundo de la ley.
Los hombres ineludiblemente viven en un mundo de responsabilidad ilimitada, pero con una diferencia. El que quebranta el pacto, en guerra con Dios y no regenerado, tiene responsabilidad ilimitada bajo maldición. El infierno es la declaración final de esa responsabilidad ilimitada. Las objeciones al infierno, y los esfuerzos por reducirlo a un lugar de prueba o corrección se basan en un rechazo de la responsabilidad ilimitada.
Pero el no regenerado tiene, según las Escrituras, una responsabilidad ilimitada por el juicio y la maldición. Por otro lado, el regenerado, que anda en obediencia a Jesucristo, su cabeza del pacto, tiene una responsabilidad limitada en cuanto al juicio y la maldición. La responsabilidad ilimitada de la ira de Dios fue asumida para los elegidos por Jesucristo en la cruz.
El hombre regenerado es juzgado por sus transgresiones de la ley de Dios, pero su responsabilidad aquí es limitada, en tanto que su responsabilidad por las bendiciones en esta vida y en el cielo es ilimitada. El que no ha sido regenerado puede tener la experiencia de una medida limitada de bendiciones en esta vida, y ninguna en el mundo venidero; tienen en el mejor de los casos una responsabilidad limitada por la bendición.

El hombre, pues, no puede escapar de un universo de responsabilidad ilimitada. La pregunta importante es esta: ¿en qué está expuesto a una responsabilidad ilimitada, a una responsabilidad ilimitada en maldición debido a su separación de Dios, o a una responsabilidad ilimitada en bendición debido a su fe, unión, y obediencia a Jesucristo?