13. LA DIFAMACIÓN COMO ROBO

INTRODUCCIÓN

En Levítico 19:11 tenemos otra referencia en la ley a la calumnia: «No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis el uno al otro». Ginsburg refiere esto a la ley previa, Levítico 19:9, 10, en cuanto al rebusco, pero la conexión que hace no es válida. El comentario de Lange es de interés histórico respecto a la historia de la exposición:

ESTE Y LOS PRECEPTOS QUE SIGUEN TOMAN LA USUAL FORMA NEGATIVA DE LEY ESTATUTARIA.

Al octavo mandamiento allí se le une con las ofensas recapituladas en 6: 2-5 de falsedad y fraude hacia otros. San Agustín aquí (P. 62) entra largamente en la pregunta casuística sobre lo justificable de mentir bajo ciertas circunstancias, citando el ejemplo de Rahab entre otros.
Concluye que no fue su mentira, como tal, lo que recibió la aprobación divina, sino su deseo de servir a Dios, que fue en verdad lo que la impulsó a mentir. Sea como sea, es claro que la ley aquí no tiene en mente casos extraordinarios y excepcionales, sino los tratos ordinarios del hombre con el hombre. Tal ley es obligación universal. Comp. Col 3: 9.
Lange tenía razón al citar Colosenses 3: 9, 10: «No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno». La novena ley alinea la verdad con la realidad bajo Dios, y separa el mundo del testimonio falso, de toda huida de la realidad, y todo rechazo de la verdad en el campo de Satanás.
El comentario de Meyrick también es de interés:
Robar, engañar, y mentir se agrupan como pecados afines (ver cap. 6: 2, en donde se da un ejemplo de robo realizado mediante mentira; Ef 4:25; Col 3: 9).
La cita de Efesios 4:25 de nuevo es de interés, porque habla de la línea divisoria:
«Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros».
Un hecho muy obvio en cuanto a esta ley, Levítico 19:11, es que dos formas de la violación del octavo mandamiento, robar y engañar, se dan juntas con mentir, la violación del noveno mandamiento. Todas las leyes son estrechamente interdependientes, puesto que todas vienen de la mano del mismo Dios, pero la relación en algunas es más inmediata que en otras.
La forma de la ley establece una relación obvia: robar y mentir en la práctica incluyen falso testimonio, y especialmente engañar. El robo es una forma de falso testimonio cuando el ladrón dice poseer los bienes, los vende como si fueran propios, y vive de lo obtenido como si representara su riqueza.
Otra relación importante entre la mentira y el robo es que la difamación le roba a un hombre su reputación, su posición en la comunidad y su paz mental. Aunque la difamación en gran parte ha pasado de la ley criminal a la ley civil, e históricamente la restitución o daños se concede cada vez menos, debido al trasfondo de la ley bíblica la restitución ha sido una parte necesaria de la ley respecto al calumniador.
Las Escrituras denuncian extensamente la difamación. Para citar unos pocos ejemplos: «El hipócrita con la boca daña a su prójimo» (Pr 11: 9). «Recue dales que a nadie difamen» (Tit 3: 1, 2). «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca» (Ef 4: 29). «No murmuréis los unos de los otros» (Stg 4: 11). «El que propaga calumnia es necio» (Pr 10 18). «Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré» (Sal 101:5). Está claro que la difamación se ve no solo como robo, sino también como una forma de asesinato (Pr 11:9). Por consiguiente es necesario que se haga restitución.
La ley básica dice que no debemos dar falso testimonio contra nuestro «prójimo» (Éx 20: 16). La palabra «prójimo» es en hebreo rea o raj, que quiere decir «alimentar o nutrir», y raj también aparece en las Escrituras como el verbo «alimentar». El prójimo, sea pariente o amigo, enemigo o un semejante, es aquel a quien debemos nutrir, así como él tiene el deber de nutrirnos a nosotros.
Nos nutrimos unos a otros, somos buenos prójimos o alimentadores unos de otros, cuando establecemos y promovemos un orden legal que alimenta y fortalece nuestra vida común. Cuando damos testimonio verdadero, nos alimentamos unos a otros con la verdad. El testimonio verdadero de ninguna manera se debe confundir con la lisonja ni el encubrimiento, pero sí incluye trabajar juntos para promover el orden legal santo.
La difamación y la calumnia destruyen esa alimentación mutua; rompen el vínculo de vida comunitaria y es asesinato y robo dirigido contra los individuos y contra la comunidad.
La palabra prójimo también nos da una noción de la naturaleza de la beneficencia bíblica. Ser prójimos unos de otros quiere decir establecer una sociedad que alimenta y nutre a sus miembros mediante el orden legal santo, y que ministra a las necesidades de sus miembros en términos de esa ley. Aquí, en deferencia a Ginsburg, podemos reconocer una relación entre esta ley y la precedente, Levítico 19: 9, 10. Las leyes del rebusco en efecto nos exigen que ayudemos a nuestro prójimo a alimentarse a sí mismo.
La beneficencia bíblica no quiere decir una clase de personas que reciben regalos de dinero sin trabajar o que viven de manera parásita del trabajo de los demás. Como se anotó previamente, las leyes del rebusco en efecto exigen un trabajo arduo. Todavía más, la palabra prójimo se aplica a todo hombre, rico y pobre por igual.
En otras palabras, no solo hay que alimentar a los pobres en una sociedad de prójimos, sino que ricos y pobres se debe alimentar unos a otros trabajando juntos para establecer un orden social santo en el cual los buenos puedan florecer.
Tal sociedad no puede florecer donde no hay fe. Pascal observó:
El hombre no es otra cosa que insinceridad, falsedad e hipocresía, con respecto a sí mismo y con respecto a los demás. No desea que se le diga la verdad; evita decírsela a otros; y todos estos talantes, tan inconsistentes con la justicia y la razón, tienen sus raíces en su corazón.
Sin fe, los hombres tienden a reflejar cada vez más su naturaleza caída, que vive, cree y prefiere una mentira.

Por esto las dos «tablas» de la Ley son inseparables una de la otra. Puesto que el orden moral descansa en el orden teológico, el hombre no puede anhelar una relación de prójimo con su semejante si su relación con Dios está rota. Como siempre, la verdad es imprescindible para la bondad; la verdad es el cimiento y manantial del carácter moral.