INTRODUCCIÓN
En Levítico 19:11 tenemos otra
referencia en la ley a la calumnia: «No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis
el uno al otro». Ginsburg refiere esto a la ley previa, Levítico 19:9, 10, en
cuanto al rebusco, pero la conexión que hace no es válida. El comentario de
Lange es de interés histórico respecto a la historia de la exposición:
ESTE Y LOS PRECEPTOS QUE SIGUEN TOMAN
LA USUAL FORMA NEGATIVA DE LEY ESTATUTARIA.
Al octavo mandamiento allí se le
une con las ofensas recapituladas en 6: 2-5 de falsedad y fraude hacia otros.
San Agustín aquí (P. 62) entra largamente en la pregunta casuística sobre lo
justificable de mentir bajo ciertas circunstancias, citando el ejemplo de Rahab
entre otros.
Concluye que no fue su mentira,
como tal, lo que recibió la aprobación divina, sino su deseo de servir a Dios,
que fue en verdad lo que la impulsó a mentir. Sea como sea, es claro que la ley
aquí no tiene en mente casos extraordinarios y excepcionales, sino los tratos
ordinarios del hombre con el hombre. Tal ley es obligación universal. Comp. Col
3: 9.
Lange tenía razón al citar
Colosenses 3: 9, 10: «No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del
viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la
imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno». La novena
ley alinea la verdad con la realidad bajo Dios, y separa el mundo del
testimonio falso, de toda huida de la realidad, y todo rechazo de la verdad en
el campo de Satanás.
El comentario de Meyrick también
es de interés:
Robar, engañar, y mentir se
agrupan como pecados afines (ver cap. 6: 2, en donde se da un ejemplo de robo
realizado mediante mentira; Ef 4:25; Col 3: 9).
La cita de Efesios 4:25 de nuevo
es de interés, porque habla de la línea divisoria:
«Por lo cual, desechando la
mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos
de los otros».
Un hecho muy obvio en cuanto a
esta ley, Levítico 19:11, es que dos formas de la violación del octavo
mandamiento, robar y engañar, se dan juntas con mentir, la violación del noveno
mandamiento. Todas las leyes son estrechamente interdependientes, puesto que
todas vienen de la mano del mismo Dios, pero la relación en algunas es más
inmediata que en otras.
La forma de la ley establece una relación
obvia: robar y mentir en la práctica incluyen falso testimonio, y especialmente
engañar. El robo es una forma de falso testimonio cuando el ladrón dice poseer
los bienes, los vende como si fueran propios, y vive de lo obtenido como si representara
su riqueza.
Otra relación importante entre la
mentira y el robo es que la difamación le roba a un hombre su reputación, su
posición en la comunidad y su paz mental. Aunque la difamación en gran parte ha
pasado de la ley criminal a la ley civil, e históricamente la restitución o
daños se concede cada vez menos, debido al trasfondo de la ley bíblica la
restitución ha sido una parte necesaria de la ley respecto al calumniador.
Las Escrituras denuncian extensamente
la difamación. Para citar unos pocos ejemplos: «El hipócrita con la boca daña a
su prójimo» (Pr 11: 9). «Recue dales que a nadie difamen» (Tit 3: 1, 2).
«Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca» (Ef 4: 29). «No murmuréis
los unos de los otros» (Stg 4: 11). «El que propaga calumnia es necio» (Pr 10 18).
«Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré» (Sal 101:5). Está
claro que la difamación se ve no solo como robo, sino también como una forma de
asesinato (Pr 11:9). Por consiguiente es necesario que se haga restitución.
La ley básica dice que no debemos
dar falso testimonio contra nuestro «prójimo» (Éx 20: 16). La palabra «prójimo»
es en hebreo rea o raj, que quiere decir «alimentar o
nutrir», y raj también aparece
en las Escrituras como el verbo «alimentar». El prójimo, sea pariente o amigo,
enemigo o un semejante, es aquel a quien debemos nutrir, así como él tiene el
deber de nutrirnos a nosotros.
Nos nutrimos unos a otros, somos
buenos prójimos o alimentadores unos de otros, cuando establecemos y promovemos
un orden legal que alimenta y fortalece nuestra vida común. Cuando damos
testimonio verdadero, nos alimentamos unos a otros con la verdad. El testimonio
verdadero de ninguna manera se debe confundir con la lisonja ni el encubrimiento,
pero sí incluye trabajar juntos para promover el orden legal santo.
La difamación y la calumnia
destruyen esa alimentación mutua; rompen el vínculo de vida comunitaria y es
asesinato y robo dirigido contra los individuos y contra la comunidad.
La palabra prójimo también nos da una noción de
la naturaleza de la beneficencia bíblica. Ser prójimos unos de otros quiere
decir establecer una sociedad que alimenta y nutre a sus miembros mediante el
orden legal santo, y que ministra a las necesidades de sus miembros en términos
de esa ley. Aquí, en deferencia a Ginsburg, podemos reconocer una relación
entre esta ley y la precedente, Levítico 19: 9, 10. Las leyes del rebusco en
efecto nos exigen que ayudemos a nuestro prójimo a alimentarse a sí mismo.
La beneficencia bíblica no quiere
decir una clase de personas que reciben regalos de dinero sin trabajar o que
viven de manera parásita del trabajo de los demás. Como se anotó previamente,
las leyes del rebusco en efecto exigen un trabajo arduo. Todavía más, la
palabra prójimo se aplica a
todo hombre, rico y pobre por igual.
En otras palabras, no solo hay
que alimentar a los pobres en una sociedad de prójimos, sino que ricos y pobres
se debe alimentar unos a otros trabajando juntos para establecer un orden social
santo en el cual los buenos puedan florecer.
Tal sociedad no puede florecer
donde no hay fe. Pascal observó:
El hombre no es otra cosa que
insinceridad, falsedad e hipocresía, con respecto a sí mismo y con respecto a
los demás. No desea que se le diga la verdad; evita decírsela a otros; y todos
estos talantes, tan inconsistentes con la justicia y la razón, tienen sus
raíces en su corazón.
Sin fe, los hombres tienden a
reflejar cada vez más su naturaleza caída, que vive, cree y prefiere una
mentira.
Por esto las dos «tablas» de la
Ley son inseparables una de la otra. Puesto que el orden moral descansa en el
orden teológico, el hombre no puede anhelar una relación de prójimo con su
semejante si su relación con Dios está rota. Como siempre, la verdad es imprescindible
para la bondad; la verdad es el cimiento y manantial del carácter moral.