INTRODUCCIÓN
Los procedimientos judiciales se
han estudiado en parte al estudiar las leyes del testimonio y la evidencia. Otros
aspectos del procedimiento judicial que deben señalarse son:
Primero, el lugar del tribunal, a las
puertas de la ciudad (Dt 21: 19; 22: 15; 25: 7; Am 5: 12, 15; Zac 8: 16), o, en
caso de apelación al tribunal supremo, en el salón del juicio del palacio del
rey (1ª R 7:7). Simbólicamente, la justicia estaba, pues, a la puerta de la
ciudad; simbólicamente también, la justicia, como no tenía nada que ocultar y
mucho que ganar al ser pública, era totalmente abierta.
LAS AUDIENCIAS DE UN TRIBUNAL ESTABAN
ABIERTAS PARA TODOS.
El concepto de un juicio público, a diferencia del juicio
secreto tan común en la antigüedad y en las tiranías, era fundamental para la ley
bíblica. La ejecución pública era parte de este mismo principio.
Las ejecuciones secretas o
cerradas, promovidas a nombre de la dignidad, son en realidad una señal de
estatismo creciente e incipiente tiranía. En última instancia, en un estado
tiránico, las muertes no solamente son en secreto, sino que también ni siquiera
se informan. En los países en donde el clima no permite juicios públicos al
aire libre, los juicios puertas adentro se vuelven necesarios, pero el
principio de una audiencia pública se debe retener.
Segundo, no debemos dar por sentado, como
la erudición humanista nos quiere hacer creer, que los juicios en las épocas
bíblicas eran primitivos y sin registros.
Mucho antes de Moisés, los
registros escritos eran obligatorios. Job, que vivió en la era patriarcal,
menciona al paso los procedimientos de la corte de su día: ¿Quién hiciera
posible que alguien me escuchara?
AQUÍ ESTÁ MI DEFENSA, QUE EL
TODOPODEROSO ME RESPONDA.
Que mi oponente escriba en un
documento sus acusaciones (Job 31: 35, PDT).
Las acusaciones y registros por
escrito fueron, pues, un aspecto temprano de los procedimientos jurídicos que
servían para fijar los puntos delicados de evidencia y testimonio.
Tercero, se prohibía el desacato al
tribunal (Éx 22: 28), y cuando se producía un rechazo radical de la autoridad
del tribunal, se pagaba con la vida (Dt 17:12, 13).
Cuarto, los testigos debían prestar
juramento antes de testificar (Éx 22: 10, 11). El juramento era una maldición
condicional, con castigos especificados por la violación (Lv 6: 1-7).
Quinto, los casos se podían apelar a los
tribunales más altos del país, a Moisés, a los jueces de la nación o al rey (1ª
R 3:9). Claro, en la ley bíblica, la función más importante del magistrado o
autoridad suprema de la nación era la de ser el tribunal supremo de
apelaciones. No podemos entender la grandeza de Salomón y su reino sin
reconocer este hecho.
Todo lo que dice 1º Reyes 3: 5-15
es que el joven rey Salomón agradó a Dios al desear, por sobre todo lo demás,
ser un juez principal sabio en Israel. Pidió «inteligencia para oír juicio» (1ª
R 3: 11). En nuestros tiempos a Salomón lo conocemos mejor por su harén; en su
época, fue su capacidad como juez supremo de la nación lo que le ganó el mayor
renombre. Su petición a Dios fue precisamente esta:
Da, pues, a tu siervo corazón
entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo;
porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande? (1ª R 3:9).
Educado por el profeta Natán,
defensor de la ley, el principal interés de Salomón era la ley, que fue la
piedra angular de la grandeza de su reino. Cuando los hombres de hoy piensan en
la «sabiduría» de Salomón, convierten el concepto en algo abstracto, académico
e intelectualista.
La referencia bíblica a la
sabiduría de Salomón se refiere principalmente a su sabiduría como juez, la
sabiduría que pidió en oración, y, de manera secundaria, su sabiduría en la
administración. Los Proverbios de Salomón son en esencia un comentario práctico
de la ley, y esta es su sabiduría.
Salomón, al mostrar una sabiduría
santa y práctica como juez en todos los casos que se le presentaron, aseguró
por ello que la corte final de apelación en Israel fuera una corte justa. El
resultado fue una gran confianza entre el pueblo y una prosperidad bajo
condiciones de justicia. La insensatez posterior de Salomón jamás socavó por
entero la justicia básica de su reino.
Sexto, aunque se podía detener a alguien
en el sabbat (Nm 15: 32-36), los juicios se celebraban solo durante los demás
días de la semana. En la ley estadounidense, «a un delincuente no se le puede
juzgar y declarar culpable el domingo», aunque puede ser detenido, encarcelado,
o exonerado por el magistrado.
Séptimo, el derecho a un juicio pronto, a
justicia sin demora, no solo era una característica de las audiencias públicas
de tribunal, sino que también lo recalcó Artajerjes en sus órdenes a Esdras
como instrumento de administración sana: «Y cualquiera que no cumpliere la ley
de tu Dios, y la ley del rey, sea juzgado prontamente, sea a muerte, a
destierro, a pena de multa o prisión» (Esd 7: 26).
Esta orden unió la autoridad y
ley persa con la ley y la tradición hebrea. (Esta orden persa, citada también
en los Apócrifos, 1º Esdras 8: 24, es de interés particular porque cita una
forma de castigo ajena a la ley bíblica: el encarcelamiento.
Siguió siendo extraña, aunque la
usaron los herodianos. El encarcelamiento de hombres como Juan el Bautista fue
en esencia un acto ilegal).
Octavo, puesto que en la ley bíblica la
función del estado era ser ministro de justicia, el cargo más alto en el estado
era inseparable de la justicia y los tribunales.
La administración, ahora más
íntimamente asociada con el oficio más alto de un estado, era entonces una
función reservada a funcionarios del rey, miembros del harén, eunucos y otros.
Las funciones básicas del líder máximo del país (un juez en la era anterior, y
un rey más tarde) era doble: ser líder militar, y ser el juez supremo de la
nación.
El oficio militar no era
constante; podía delegarse en otros, como en Joab, en el caso de David. El
oficio de juez supremo era permanente y más importante para el estado. Esta
función del rey era común en los monarcas medievales, y el éxito o fracaso de
un rey inglés, por ejemplo, solía depender en gran medida de sus capacidades
como juez supremo de la nación. El mismo nombre de las audiencias del rey y sus
asociados refleja esta función: corte, y cortesano.
La corte del rey originalmente no
era un lugar de espectáculos ni centro de funciones sociales, sino curul de justicia.
Cuando las cortes de los reyes empezaron a cambiar para ser exhibiciones de
damas, la monarquía estaba en proceso de convertirse en obsoleta.
En cualquier gobierno civil en el
que los cargos administrativos adquieren centralidad, un crecimiento del poder
centralizado se vuelve ineludible, porque lo que se vuelve primordial para la
nación y el Estado no es la justicia para el pueblo, sino el gobierno sobre el
pueblo.
Antes de Lincoln, los presidentes
americanos no eran tan importantes para la vida del país como han llegado a ser
desde entonces, y el crecimiento del poder presidencial ha sido un resultado
necesario del aumento de la importancia de la Administración por encima de la
justicia.
Antes de Lincoln, los presidentes
de los Estados Unidos tendían a considerarse como una variedad de jueces, y los
vetos se basaban en consideraciones legales, cuestiones de constitucionalidad,
y el cargo de presidente se veía como una agencia de revisión judicial sobre
los actos del Congreso.
Una buena parte de la
incertidumbre de antes en cuanto al papel de la Corte Suprema de los Estados
Unidos se debió al hecho de que el trasfondo histórico veía al magistrado
principal como el tribunal supremo de apelaciones por encima de los jueces de
los tribunales. El poder del Presidente de perdonar es un rezago de este hecho.
Las cuestiones de constitucionalidad al principio las resolvía el presidente
Washington, y solo mucho después los tribunales.
Las apelaciones al Presidente
para corregir males continuaron por largo tiempo en la historia estadounidense
como un eco de su papel indefinido como juez supremo del sistema americano. El
papel administrativo tomó precedencia al fin, y unos Estados Unidos de América
de un tipo diferente empezaron a tomar forma.
En el Antiguo Testamento Moisés
era el juez supremo de Israel. Los líderes tribales eran varios jefes
administrativos de la nación; su «unión federal» a las órdenes de Moisés y
Josué era en esencia militar y judicial. Estaban bajo una ley, y Moisés era el
juez supremo de esa unión federal, así como su comandante supremo.
Las funciones militares Moisés
las delegó en Josué; las responsabilidades legales las cumplía él mismo.
Samuel, como juez supremo, anualmente
recorría toda la nación (1ª S 7: 16, 17) para hacer justicia al pueblo, para
asegurar el derecho de apelación al hacer que la apelación estuviera disponible
de inmediato.
Noveno
y final, el
juez no debía ser un árbitro imparcial, sino un paladín de la ley de Dios,
activamente interesado en hacer que la justicia de Dios tuviera que ver en toda
situación, «dando la paga al impío, haciendo recaer su proceder sobre su
cabeza, y justificando al justo al darle conforme a su justicia» (2ª Cr 6: 23).