20. LOS FALLOS DE LOS TRIBUNALES

INTRODUCCIÓN

Los fallos de los tribunales en la ley bíblica son de dos clases: primero, sobre dinero y propiedad, para hacer restitución, y, segundo, sobre la persona, desde castigo corporal a pena capital. La naturaleza de estos juicios ya se ha explicado.

ES IMPORTANTE RECONOCER QUE EN LA LEY BÍBLICA LOS FALLOS SON FALLOS DE DIOS:

No hagáis distinción de persona en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios; y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, y yo la oiré (Dt 1:17).
La tesis aquí es la misma que la de San Pablo en Romanos 13: 1, 4, pero es más específica: el fallo de un tribunal es el fallo de Dios cuando se dicta con fidelidad.
Debido a que el tribunal se identifica tan íntimamente con la actividad de Dios, a los jueces se les menciona como «dioses» en las Escrituras. El Salmo 82: 1 dice:
«Dios está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga». La Versión
Latinoamericana dice esto: «Se ha puesto Dios de pie en la asamblea divina para dictar sentencia en medio de los dioses». Los jueces, pues, son «la asamblea de Dios», asamblea de hombres que Dios ha llamado a representarlo en la administración de justicia; a través de ellos, Dios dicta fallos o imparte justicia. Luego entonces un aspecto fundamental del orden de Dios, de su reino, debe y puede manifestarse en los tribunales y a través de estos.
Si un tribunal no dicta el fallo de Dios por su apostasía, dicta el fallo del hombre en términos de los principios satánicos de independencia e iniquidad. Cuando los jueces no hacen justicia al débil y al huérfano, al pobre y necesitado, al grande y al pequeño sin favoritismo ni acepción de personas, revelan su ceguera e ignorancia voluntaria. La apostasía de los jueces quiere decir, según la versión Latinoamericana, que «las bases de la tierra se conmueven» (Sal 82: 5).
Los jueces, por su cargo, son hechos dioses e hijos de Dios (Sal 8: 6). Al no dispensar el juicio de Dios, morirán (Sal 82: 7). La súplica de Asaf, frente a los falsos jueces, es esta: «Dios mío, levántate y juzga a la tierra pues todas las naciones son propiedad tuya» (Sal 82: 8, PDT). Jesús, al citar este Salmo, declaró que los jueces eran «aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada)» (Jn 10:35).
En otras palabras, la palabra de Dios fue escrita en gran medida para los jueces; es un libro, entre otras cosas, para la organización de la sociedad civil según la Palabra de Dios.
Es intentar «quebrantar» las Escrituras el negarles su aplicación civil, o el papel de los jueces bajo Dios; y limitar su aplicación a la iglesia y a la piedad puramente personal sin duda es herejía. La prueba de los jueces como hijos de Dios es que hagan la obra de Dios, que dispensen justicia en términos de la Ley y Palabra de Dios.
La prueba de Jesucristo mismo es similar: Él hace la obra que Dios le ordena. «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Jn 10:37-38). En ambos casos, la prueba es la misma.
Un falso Mesías no haría la obra que Dios le ordenaba en su Palabra, la Biblia; como Jesús vino a un cumplimiento perfecto de la palabra profética, Él y ninguno otro era el Mesías de Dios. De modo similar, un juez falso no funciona como hijo de Dios dictando justicia estrictamente en términos de la Ley y Palabra de Dios; en cambio, un juez santo dictará sentencia en términos de la Ley y Palabra de Dios.
Está claro entonces que las Escrituras declaran que los jueces son verdaderos solo si son fieles a la ley de Dios. ¿Qué decir entonces de las palabras de Pablo en Romanos 13: 1-4, que declaran que todas las autoridades civiles son servidores de Dios? La diferencia está entre legitimidad e integridad; un hombre puede ser hijo legítimo de su padre, y ese hecho no se le puede negar, pero puede faltarle la integridad y el respeto que su padre exige; puede, por su carácter, ser un hijo falso.
De modo parecido un juez, un ministro de justicia, o un clérigo, un ministro de gracia, puede ser un oficial legítimo, con pleno derecho a su cargo en términos de todos los requisitos humanos, pero puede ser al mismo tiempo moralmente inepto para el cargo. Dios nos requiere que reconozcamos la legitimidad humana y honremos el cargo si no podemos respetar al hombre; el dictamen más allá de cierto punto está en las manos de Dios. Esto no quiere decir que no se puedan usar medios legítimos de protesta y cambio; en verdad, se deben usar.
La reforma, sin embargo, incluye más que un reconocimiento del mal y un disgusto o aborrecimiento del mismo. Un ataque muy elocuente y muy razonado a la corrupción del gobierno la hizo Al Capone en octubre de 1931, en la revista Liberty. Opinó fuertemente contra el comunismo y la subversión; atacó la mentalidad de dinero fácil y la especulación de la Bolsa de Valores, y la amalgama de compañías débiles en corporaciones grandes que producían mayor caos con su colapso. Capone, que afirmaba que había dado de comer como a 350 000 necesitados al día en Chicago durante el invierno anterior, también condenaba el chanchullo:
«El chanchullo», continuaba, «es conocidísimo en la vida estadounidense hoy. Es una ley en la que no se obedece otra ley. Está socavando a este país.

LOS ABOGADOS HONRADOS EN CUALQUIER CIUDAD SE PUEDEN CONTAR CON LOS DEDOS.

¡Puedo contar los de Chicago en una sola mano!
La virtud, el honor, la verdad, y la ley todas han desaparecido de nuestra vida. Nos las sabemos todas. Nos gusta poder «salirnos con la nuestra».
Y si no podemos ganarnos la vida en alguna profesión honrada, vamos a ganárnosla como sea».
El hogar es nuestro aliado más importante», observaba Capone. «Cuando toda la locura en que el mundo ha estado aminore, nos daremos mucha cuenta de eso, como nación. Mientras más fuertes podamos tener nuestras vidas hogareñas, más fuerte podemos mantener a nuestra nación.» Cuando los enemigos se acercan a nuestras playas las defendemos.
Cuando los enemigos llegan a nuestros hogares los rechazamos a golpes. A los que se meten en el hogar se les debería desvestir, recubrir de alquitrán y plumas, como ejemplos para el resto de su clase».
En el curso de la misma entrevista, Capone predijo que los demócratas ganarían las elecciones de 1932 con «una votación récord», lo mismo con Owen Young que con Roosevelt.
La posición básica de Capone era, pues, a favor de la ley y el orden, siempre que no lo fastidiaran a él. Este es el fracaso de la mayoría de los movimientos de reforma. Se reconoce el mal y hay oposición al mismo en todas partes excepto en nosotros mismos. De aquí que el clamor de los movimientos de reforma política es que se elimine a todos los pillos, excepto a ellos mismos.
Durante el gobierno de Kennedy, una crítica humorística de los críticos de Kennedy tenía bastante de verdad. El crítico típico había asistido a escuelas y colegios públicos montado en un autobús del condado sobre una carretera pública; había asistido a la universidad gracias al Acta de Veteranos de las Fuerzas Armadas, se había comprado una casa con un préstamo de la FHA, había empezado un negocio con un préstamo de la Administración de Pequeños Negocios, había ganado dinero, se había jubilado con una pensión del Seguro Social, y luego se había arrellanado para criticar los programas de beneficencia y exigir que a los gorrones se les pusiera a trabajar.
Según la Ley de Dios, la verdadera reforma empieza con la regeneración y luego la sumisión del creyente a toda la Ley y Palabra de Dios. Los degenerados que pretenden la reforma quieren reformar al mundo empezando con sus opositores, con cualquiera y con todos, excepto ellos mismos. La verdadera reforma empieza con la sumisión de nuestra vida, hogares y profesiones a la Ley y Palabra de Dios.
El mundo entonces se recupera paso a paso conforme los hombres instituyen la verdadera reforma en sus ámbitos. Cualquier otra clase de reforma tiene tanta integridad y valor como las palabras de Al Capone. Podemos aceptar la sinceridad de las palabras de Al Capone; como todos los pecadores, quería un mundo mejor en que vivir, pero no al precio de someterse él al orden legal de Dios.
Los juicios de Dios en su Palabra deben llegar a ser los juicios del pueblo de Dios. Solo en la medida en que un pueblo es llamado de nuevo a Dios y su orden puede esperar los beneficios de ese orden. Según Salomón, «Si no hay visiones el pueblo vive sin freno; ¡feliz el que observa la Ley!» (Pr 29: 18, LAT). Visión se equipara aquí con guardar la ley.
La Ley de Dios es una ley total; no está limitada a un segmento de la creación tal como la vida privada del hombre, su vida eclesiástica o cualquier otra esfera parcial. Así como una reforma no puede venir por un mero cambio de políticos sin un cambio en la vida del pueblo, la reforma no puede venir solo porque el hombre la aplique a un aspecto restringido de la vida.

Cuando los hombres, según la ley de Dios, apliquen los conceptos de Dios en sus hogares, iglesias, escuelas, vocaciones, y en el estado, las cortes también aplicarán los conceptos de la Ley absoluta de Dios.