INTRODUCCIÓN
Las Escrituras tienen mucho que
decir en cuanto a la lengua mentirosa. Los comentarios de Salomón sobre el
asunto son especialmente reveladores:
Seis cosas aborrece Jehová, y aun
siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos
derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos,
los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y
el que siembra discordia entre hermanos (Pr 6: 16-19).
De los siete pecados que se citan
aquí, tres se relacionan directamente con asuntos del habla: «la lengua
mentirosa», «el testigo falso» y «el que siembra discordia entre hermanos».
Como Delitzsch comentara, lo que Salomón señala es que «no hay vicio que sea
mayor abominación ante Dios que el esfuerzo (de hecho satánico) de indisponer a
los hombres que se aman unos a otros». Estos siete pecados se relacionan
estrechamente.
«Las primeras tres
características se relacionan entre sí como mentales, verbales, reales». La
cuarta tiene que ver con el corazón; la quinta, con pies que se apresuran al
mal; la sexta de nuevo es verbal, como también la séptima. «El principal de
todos los que Dios detesta es el que toma un diabólico deleite en indisponer
entre sí a hombres que tienen relaciones bastante estrechas».
El cómo los hebreos entendieron
este asunto aparece en los comentarios de la ley que hace Ben Sirac. Ben Sirac
condenó a todos los que se apoyaban en sueños y adivinaciones, y en falsa
profecía de cualquier clase. Haciendo eco de las Escrituras, preguntaba: «De
algo impuro, ¿qué se puede hacer limpio? Y de la falsedad, ¿qué puede ser
verdad?».
Añadió que «La Ley en cambio se
cumplirá sin falta: es sabia en lo que dice, fiel en lo que promete» (Eclo 34: 8).
Incluso más, Ben Sirac declaró que «más vale un ladrón que un mentiroso
empedernido, pero uno y otro caminan a su perdición» (Eclo 20: 25). Este punto
es de importancia especial.
El ladrón le quita la propiedad a
un hombre, pero por ello no le hace daño a la reputación del hombre, en tanto
que el mentiroso en la práctica daña la reputación de un hombre y le priva de
su paz, no solo una vez, sino continuamente, mientras la mentira circule y
permanezca. De ahí la condenación de la lengua mentirosa por Salomón y todas
las Escrituras.
LA CALUMNIA Y LA DIFAMACIÓN SON, PUES,
OFENSAS MUY SERIAS.
La difamación es falso testimonio
respecto a un hombre por palabra verbal; es chisme que le hace daño al carácter
o propiedad del hombre, a su oficio o profesión. La difamación es falso
testimonio mediante escritos, cuadros o letreros. La calumnia y la difamación son
formas de falso testimonio.
En toda época el falso testimonio
ha sido extenso debido a que el hombre es pecador, pero en la época actual
particularmente se ha desarrollado en una ciencia refinada. El humanista, desde
Maquiavelo a Hegel, Marx, Nietzsche y al presente, por no tener creencia en una
ley absoluta, ha revivido la doctrina platónica del derecho del estado a
mentir. Especialmente con el nacimiento de la era revolucionaria, la mentira se
ha convertido en un instrumento principal de la política civil.
Las calumnias y difamaciones
crueles de Luis XVI, María Antonieta y Napoleón persisten en los libros de
texto hasta hoy. Con las dos guerras mundiales, la mentira se volvió de veras
prominente en la política internacional.
En este punto hay que hacer una
distinción. La guerra requiere engaño estratégico, pero no es justificable el
falso testimonio respecto al carácter del enemigo.
Como Rahab, no estamos bajo
obligación de decirle la verdad al que trata de matar a un hombre pío, pero
estamos bajo la obligación de dar testimonio verdadero respecto al enemigo. El
falso testimonio que se hizo respecto a Alemania en la Primera Guerra Mundial
fue a todas luces un mal. Los relatos de las atrocidades alemanes fueron
invenciones y eran crueles y totalmente falsos.
El falso testimonio que nació
durante la Segunda Guerra Mundial respecto a Alemania es especialmente notorio
y revelador. Repetidas veces se lanza la acusación de que los nazis masacraron
a seis millones de judíos inocentes, y la cifra, e incluso cifras más altas,
ahora está atrincherada en los libros de Historia. Poncins, al resumir los
estudios del socialista francés Paul Rassinier, él mismo prisionero en Buchenwald,
dice:
Rassinier llegó a la conclusión
de que el número de judíos que murieron después de la deportación había sido
aproximadamente 1 200 000 y esta cifra, nos dice, ha sido finalmente aceptada
como válida por el Centre Mondial de Documentation Juive Contemporaine. De
igual manera nota que Paul Hilberg, en su estudio del mismo problema, llegó a
un total de 896 292 víctimas.
Un elevado número de estas
personas murieron de epidemias, muchas fueron ejecutadas. Volveremos a ese
asunto más tarde.
Mientras tanto, notemos que no se
ha dicho gran cosa de los asesinatos en masa muy extensos perpetrados por los
comunistas. Los Estados Unidos ayudaron a eso al entregar al general Vlásov y a
su ejército de anticomunistas a los comunistas para que los ejecutaran.
Los comunistas ejecutaron a 12
000 oficiales del ejército polaco en el bosque de Khatyn; 400 000 polacos
murieron en su viaje de deportación. De los 100 000 prisioneros alemanes
capturados en Stalingrado, solo 5 000 volvieron vivos; 95 000 murieron en los
campamentos de prisioneros; cuatro millones de alemanes deportados por los
comunistas de Silesia murieron, y así por el estilo.
Los británicos y americanos el 13
de febrero de 1945 atacaron por aire Dresden, una ciudad hospital, y mataron a
130 000 personas, casi el doble que en Hiroshima, sin ninguna buena razón
militar. Así que, sin ir al teatro de operaciones del Pacífico, está claro que
todos los que intervinieron se dedicaron no solo a la guerra, sino también al
asesinato, y los comunistas continuaron haciéndolo como política común del
estado.
Pasemos ahora a otro aspecto del
mismo problema. Una novela popular posterior a la guerra describía los eventos
de Auschwitz durante la guerra y presentaba su material no solo como hecho,
sino que en realidad con los nombres reales de personas vivas. A un médico
polaco que fue prisionero de guerra en el campamento y sirvió en el cuerpo
médico del campamento se le acusó de haber realizado 17 000 «experimentos» en
presos judíos en cirugía sin anestesia.
El médico de inmediato entabló
una demanda contra el novelista por difamación. El juicio, realizado en
Londres, rápidamente redujo los 17 000 casos a 130 cuestionables; la esterilización
de mujeres judías y la castración de los hombres fueron básicas a los «experimentos».
Si el doctor se hubiera rehusado, testificó alguien, a él mismo lo hubieran
matado. El número de casos establecidos
se redujo; 17 000 era una cifra falsa. El juez, en su resumen al jurado,
dijo que no podía darles «guía en cuanto a moral».
El médico ganó el caso, siendo su
recompensa la moneda más pequeña del reino, medio penique; su parte de los
costos legales fue como 20 000 libras esterlinas. El jurado acordó en que había
sido víctima de difamación, pero también creía que su culpa seguía siendo
suficientemente real para merecer solo una victoria simbólica.
Este juicio pone al descubierto
la insensibilidad básica a la verdad demasiado extendida que caracteriza a esta
edad. El hecho de que un médico bajo cualquier presión realizara tales
operaciones es en sí mismo un hecho horrible. Si se hicieron solo diez, o siquiera
una sola, en vez de 130 o 17 000, el crimen es real y muy serio. ¿Por qué,
entonces, la grotesca exageración? ¿Por qué, también, la falsa representación maliciosa
de hombres que se oponían a la política aliada, hombres tales como Laval y
Quisling, «patriotas» a su manera, no mejores que algunos de los líderes
aliados, peor que otros, y tal vez mejores que la mayoría?.
Examinemos de nuevo los
asesinatos en masa de la Segunda Guerra Mundial, y el trasfondo de los falsos
testimonios durante la Primera Guerra Mundial y después. La vida se había
vuelto tan barata e insulsa para estos jefes de estado y sus seguidores en su
campamento que un asesinato o dos no era nada. De igual manera, una generación
instruida para la violencia en películas, radio, literatura y prensa no podía
esperarse que reaccionara ante un asesinato o dos.
El resultado fue una mentalidad
desesperadamente torcida que solo podía apreciar el mal como mal en escala
masiva. ¿En realidad ejecutaron los nazis a muchos miles, decenas de miles o cientos
de miles de judíos? Los hombres para quienes tales asesinatos no eran nada
tenían que exagerar la cifra a millones.
¿Realizó el médico un número de
experimentos en hombres y mujeres vivos? Unas pocas mujeres esterilizadas y
unos pocos hombres castrados y sus lágrimas y aflicción horrorosas no eran suficientes
para atizar los gustos enfermos y estropeados del hombre moderno; háganle culpable
de realizar 17 000 de tales operaciones. Los males eran demasiado reales; e
incluso mayor es el mal de dar falso testimonio respecto a ellos, porque ese falso
testimonio producirá una realidad incluso más cruel en el próximo trastorno.
Los hombres ahora se han
«reconciliado» con un mundo en donde millones se asesinan o se dice que fueron
asesinados. ¿Qué se requerirá a modo de acción y propaganda la próxima vez?
Durante la Segunda Guerra
Mundial, un libro breve y popular dio un indicio de la nueva mentalidad.
Kaufman pidió en 1941 la esterilización total de todos los alemanes y la
eliminación con ello de la nación alemana. Kaufman no estaba solo.
El novelista Ernest Hemingway
pidió la esterilización masiva de todos los miembros de las organizaciones del
partido nazi en el prefacio de su libro Hombres
en guerra. Un antropólogo de
Harvard, Ernest Hooton, pidió que se «eliminara» al liderazgo alemán y «la
subsiguiente dispersión por todo el mundo del resto de los alemanes».
En vista a esta insensibilidad
masiva al asesinato, tanto que se recurre al falso testimonio, la exageración
del mal para hacerlo que parezca mal, el mal mismo crece a fin de mantener el
paso con la imaginación de los hombres, imaginación perversa basada en falsos
testimonios. En la Primera Guerra Mundial los turcos trataron de asesinar a
todos los armenios; en ese tiempo, horrorizó al mundo. Hoy, algunos negros
hablan libremente del asesinato masivo de todos los blancos, y algunos blancos
anhelan la muerte todos los negros, y el espanto de tal pensamiento es menor
cada día.
ALGO BÁSICO A TODAS LAS LENGUAS
MENTIROSAS ES LA NEGATIVA A ACEPTAR LA RESPONSABILIDAD.
Nuestro Señor llamó a Satanás
padre de mentiras (Jn 8: 44), y Adán y Eva, después de aceptar el principio de
Satanás, de inmediato mintieron sobre su culpa (Gn 3: 9-13). Cuando los hombres
evaden su responsabilidad, son mentirosos. Al negar su culpa y su
responsabilidad, arrojan la culpa y la responsabilidad contra su medio
ambiente, humano o de otra índole.
Por tanto, volviendo a Poncins,
la tesis de su estudio es que la iglesia de Roma fue víctima de los judíos. La
suerte de la iglesia no es responsabilidad de la iglesia; a los religiosos,
desde el Papa hacia abajo, se les blanquea.
Para Poncins la culpa siempre
está en otra parte, es de los judíos o de los masones. Satanás en efecto tentó
a Eva, y otros tal vez nos tienten, pero, a la vista de Dios, la
responsabilidad básica y primaria siempre es nuestra.
No podemos escapar de la culpa
echándoles la culpa a otros; entonces añadimos una lengua mentirosa a nuestras
transgresiones, y nos volvemos progresivamente insensibles a la realidad del
mal. Así como el adicto al narcótico cada vez necesita una dosis mayor para
mantener su hábito, el mentiroso necesita una mentira más monstruosa y una
realidad más perversa a fin de mantener su estabilidad en las condiciones del
mal. Por tanto, el mentiroso se vuelve más peligroso que el ladrón; destruye
mucho más, y desata males mayores.
Poncins, acerbamente anti judío,
estuvo presto a informar los errores en la cuenta de los asesinatos nazis de
los judíos; no está listo para que se le fastidie porque alguno fue asesinado brutalmente.
Poncins es hostil a las mentiras
con respecto a los números de judíos ejecutados, pero ¿no está repitiendo la
mentira de Adán y Eva al echar la culpa de los males de la iglesia a cualquier
otro excepto a la iglesia? Igual que Eva, Poncins dice que «la serpiente me
dio, y yo comí; por consiguiente no es mi culpa». Poncins debe culpar a otro
aparte de los religiosos que tienen grandes poderes, porque hacerlo sería
aceptar la culpa de la iglesia, y de sus miembros, incluyéndose él mismo.
Todo falso testimonio es
peligroso, pues libera una vasta cadena de consecuencias que no se pueden
revertir; desata una mancha que se extiende y conduce finalmente a la acción.
Salomón tenía razón en la secuencia de las consecuencias:
primero el pensamiento, luego la
palabra y finalmente la acción. Una nota final: el falso testimonio no tiene
status privilegiado. El que una persona nos diga en confianza un chisme,
pidiéndonos que no revelemos su nombre, no quiere decir que debamos respetar
sus deseos.
Hacerlo es convertirse en parte
de su difamación de otra persona, grupo o raza. Más bien debemos rehusar
concederle a ninguna mentira el status de comunicación privilegiada y debemos
más bien corregir o reprender al mentiroso y, si fuera necesario, desenmascarar
sus tácticas.