10. LA LENGUA MENTIROSA

INTRODUCCIÓN

Las Escrituras tienen mucho que decir en cuanto a la lengua mentirosa. Los comentarios de Salomón sobre el asunto son especialmente reveladores:
Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos (Pr 6: 16-19).
De los siete pecados que se citan aquí, tres se relacionan directamente con asuntos del habla: «la lengua mentirosa», «el testigo falso» y «el que siembra discordia entre hermanos». Como Delitzsch comentara, lo que Salomón señala es que «no hay vicio que sea mayor abominación ante Dios que el esfuerzo (de hecho satánico) de indisponer a los hombres que se aman unos a otros». Estos siete pecados se relacionan estrechamente.
«Las primeras tres características se relacionan entre sí como mentales, verbales, reales». La cuarta tiene que ver con el corazón; la quinta, con pies que se apresuran al mal; la sexta de nuevo es verbal, como también la séptima. «El principal de todos los que Dios detesta es el que toma un diabólico deleite en indisponer entre sí a hombres que tienen relaciones bastante estrechas».
El cómo los hebreos entendieron este asunto aparece en los comentarios de la ley que hace Ben Sirac. Ben Sirac condenó a todos los que se apoyaban en sueños y adivinaciones, y en falsa profecía de cualquier clase. Haciendo eco de las Escrituras, preguntaba: «De algo impuro, ¿qué se puede hacer limpio? Y de la falsedad, ¿qué puede ser verdad?».
Añadió que «La Ley en cambio se cumplirá sin falta: es sabia en lo que dice, fiel en lo que promete» (Eclo 34: 8). Incluso más, Ben Sirac declaró que «más vale un ladrón que un mentiroso empedernido, pero uno y otro caminan a su perdición» (Eclo 20: 25). Este punto es de importancia especial.
El ladrón le quita la propiedad a un hombre, pero por ello no le hace daño a la reputación del hombre, en tanto que el mentiroso en la práctica daña la reputación de un hombre y le priva de su paz, no solo una vez, sino continuamente, mientras la mentira circule y permanezca. De ahí la condenación de la lengua mentirosa por Salomón y todas las Escrituras.

LA CALUMNIA Y LA DIFAMACIÓN SON, PUES, OFENSAS MUY SERIAS.

La difamación es falso testimonio respecto a un hombre por palabra verbal; es chisme que le hace daño al carácter o propiedad del hombre, a su oficio o profesión. La difamación es falso testimonio mediante escritos, cuadros o letreros. La calumnia y la difamación son formas de falso testimonio.
En toda época el falso testimonio ha sido extenso debido a que el hombre es pecador, pero en la época actual particularmente se ha desarrollado en una ciencia refinada. El humanista, desde Maquiavelo a Hegel, Marx, Nietzsche y al presente, por no tener creencia en una ley absoluta, ha revivido la doctrina platónica del derecho del estado a mentir. Especialmente con el nacimiento de la era revolucionaria, la mentira se ha convertido en un instrumento principal de la política civil.
Las calumnias y difamaciones crueles de Luis XVI, María Antonieta y Napoleón persisten en los libros de texto hasta hoy. Con las dos guerras mundiales, la mentira se volvió de veras prominente en la política internacional.
En este punto hay que hacer una distinción. La guerra requiere engaño estratégico, pero no es justificable el falso testimonio respecto al carácter del enemigo.
Como Rahab, no estamos bajo obligación de decirle la verdad al que trata de matar a un hombre pío, pero estamos bajo la obligación de dar testimonio verdadero respecto al enemigo. El falso testimonio que se hizo respecto a Alemania en la Primera Guerra Mundial fue a todas luces un mal. Los relatos de las atrocidades alemanes fueron invenciones y eran crueles y totalmente falsos.
El falso testimonio que nació durante la Segunda Guerra Mundial respecto a Alemania es especialmente notorio y revelador. Repetidas veces se lanza la acusación de que los nazis masacraron a seis millones de judíos inocentes, y la cifra, e incluso cifras más altas, ahora está atrincherada en los libros de Historia. Poncins, al resumir los estudios del socialista francés Paul Rassinier, él mismo prisionero en Buchenwald, dice:
Rassinier llegó a la conclusión de que el número de judíos que murieron después de la deportación había sido aproximadamente 1 200 000 y esta cifra, nos dice, ha sido finalmente aceptada como válida por el Centre Mondial de Documentation Juive Contemporaine. De igual manera nota que Paul Hilberg, en su estudio del mismo problema, llegó a un total de 896 292 víctimas.
Un elevado número de estas personas murieron de epidemias, muchas fueron ejecutadas. Volveremos a ese asunto más tarde.
Mientras tanto, notemos que no se ha dicho gran cosa de los asesinatos en masa muy extensos perpetrados por los comunistas. Los Estados Unidos ayudaron a eso al entregar al general Vlásov y a su ejército de anticomunistas a los comunistas para que los ejecutaran.
Los comunistas ejecutaron a 12 000 oficiales del ejército polaco en el bosque de Khatyn; 400 000 polacos murieron en su viaje de deportación. De los 100 000 prisioneros alemanes capturados en Stalingrado, solo 5 000 volvieron vivos; 95 000 murieron en los campamentos de prisioneros; cuatro millones de alemanes deportados por los comunistas de Silesia murieron, y así por el estilo.
Los británicos y americanos el 13 de febrero de 1945 atacaron por aire Dresden, una ciudad hospital, y mataron a 130 000 personas, casi el doble que en Hiroshima, sin ninguna buena razón militar. Así que, sin ir al teatro de operaciones del Pacífico, está claro que todos los que intervinieron se dedicaron no solo a la guerra, sino también al asesinato, y los comunistas continuaron haciéndolo como política común del estado.
Pasemos ahora a otro aspecto del mismo problema. Una novela popular posterior a la guerra describía los eventos de Auschwitz durante la guerra y presentaba su material no solo como hecho, sino que en realidad con los nombres reales de personas vivas. A un médico polaco que fue prisionero de guerra en el campamento y sirvió en el cuerpo médico del campamento se le acusó de haber realizado 17 000 «experimentos» en presos judíos en cirugía sin anestesia.
El médico de inmediato entabló una demanda contra el novelista por difamación. El juicio, realizado en Londres, rápidamente redujo los 17 000 casos a 130 cuestionables; la esterilización de mujeres judías y la castración de los hombres fueron básicas a los «experimentos». Si el doctor se hubiera rehusado, testificó alguien, a él mismo lo hubieran matado. El número de casos establecidos se redujo; 17 000 era una cifra falsa. El juez, en su resumen al jurado, dijo que no podía darles «guía en cuanto a moral».
El médico ganó el caso, siendo su recompensa la moneda más pequeña del reino, medio penique; su parte de los costos legales fue como 20 000 libras esterlinas. El jurado acordó en que había sido víctima de difamación, pero también creía que su culpa seguía siendo suficientemente real para merecer solo una victoria simbólica.
Este juicio pone al descubierto la insensibilidad básica a la verdad demasiado extendida que caracteriza a esta edad. El hecho de que un médico bajo cualquier presión realizara tales operaciones es en sí mismo un hecho horrible. Si se hicieron solo diez, o siquiera una sola, en vez de 130 o 17 000, el crimen es real y muy serio. ¿Por qué, entonces, la grotesca exageración? ¿Por qué, también, la falsa representación maliciosa de hombres que se oponían a la política aliada, hombres tales como Laval y Quisling, «patriotas» a su manera, no mejores que algunos de los líderes aliados, peor que otros, y tal vez mejores que la mayoría?.
Examinemos de nuevo los asesinatos en masa de la Segunda Guerra Mundial, y el trasfondo de los falsos testimonios durante la Primera Guerra Mundial y después. La vida se había vuelto tan barata e insulsa para estos jefes de estado y sus seguidores en su campamento que un asesinato o dos no era nada. De igual manera, una generación instruida para la violencia en películas, radio, literatura y prensa no podía esperarse que reaccionara ante un asesinato o dos.
El resultado fue una mentalidad desesperadamente torcida que solo podía apreciar el mal como mal en escala masiva. ¿En realidad ejecutaron los nazis a muchos miles, decenas de miles o cientos de miles de judíos? Los hombres para quienes tales asesinatos no eran nada tenían que exagerar la cifra a millones.
¿Realizó el médico un número de experimentos en hombres y mujeres vivos? Unas pocas mujeres esterilizadas y unos pocos hombres castrados y sus lágrimas y aflicción horrorosas no eran suficientes para atizar los gustos enfermos y estropeados del hombre moderno; háganle culpable de realizar 17 000 de tales operaciones. Los males eran demasiado reales; e incluso mayor es el mal de dar falso testimonio respecto a ellos, porque ese falso testimonio producirá una realidad incluso más cruel en el próximo trastorno.
Los hombres ahora se han «reconciliado» con un mundo en donde millones se asesinan o se dice que fueron asesinados. ¿Qué se requerirá a modo de acción y propaganda la próxima vez?
Durante la Segunda Guerra Mundial, un libro breve y popular dio un indicio de la nueva mentalidad. Kaufman pidió en 1941 la esterilización total de todos los alemanes y la eliminación con ello de la nación alemana. Kaufman no estaba solo.
El novelista Ernest Hemingway pidió la esterilización masiva de todos los miembros de las organizaciones del partido nazi en el prefacio de su libro Hombres en guerra. Un antropólogo de Harvard, Ernest Hooton, pidió que se «eliminara» al liderazgo alemán y «la subsiguiente dispersión por todo el mundo del resto de los alemanes».
En vista a esta insensibilidad masiva al asesinato, tanto que se recurre al falso testimonio, la exageración del mal para hacerlo que parezca mal, el mal mismo crece a fin de mantener el paso con la imaginación de los hombres, imaginación perversa basada en falsos testimonios. En la Primera Guerra Mundial los turcos trataron de asesinar a todos los armenios; en ese tiempo, horrorizó al mundo. Hoy, algunos negros hablan libremente del asesinato masivo de todos los blancos, y algunos blancos anhelan la muerte todos los negros, y el espanto de tal pensamiento es menor cada día.

ALGO BÁSICO A TODAS LAS LENGUAS MENTIROSAS ES LA NEGATIVA A ACEPTAR LA RESPONSABILIDAD.

Nuestro Señor llamó a Satanás padre de mentiras (Jn 8: 44), y Adán y Eva, después de aceptar el principio de Satanás, de inmediato mintieron sobre su culpa (Gn 3: 9-13). Cuando los hombres evaden su responsabilidad, son mentirosos. Al negar su culpa y su responsabilidad, arrojan la culpa y la responsabilidad contra su medio ambiente, humano o de otra índole.
Por tanto, volviendo a Poncins, la tesis de su estudio es que la iglesia de Roma fue víctima de los judíos. La suerte de la iglesia no es responsabilidad de la iglesia; a los religiosos, desde el Papa hacia abajo, se les blanquea.
Para Poncins la culpa siempre está en otra parte, es de los judíos o de los masones. Satanás en efecto tentó a Eva, y otros tal vez nos tienten, pero, a la vista de Dios, la responsabilidad básica y primaria siempre es nuestra.
No podemos escapar de la culpa echándoles la culpa a otros; entonces añadimos una lengua mentirosa a nuestras transgresiones, y nos volvemos progresivamente insensibles a la realidad del mal. Así como el adicto al narcótico cada vez necesita una dosis mayor para mantener su hábito, el mentiroso necesita una mentira más monstruosa y una realidad más perversa a fin de mantener su estabilidad en las condiciones del mal. Por tanto, el mentiroso se vuelve más peligroso que el ladrón; destruye mucho más, y desata males mayores.
Poncins, acerbamente anti judío, estuvo presto a informar los errores en la cuenta de los asesinatos nazis de los judíos; no está listo para que se le fastidie porque alguno fue asesinado brutalmente.
Poncins es hostil a las mentiras con respecto a los números de judíos ejecutados, pero ¿no está repitiendo la mentira de Adán y Eva al echar la culpa de los males de la iglesia a cualquier otro excepto a la iglesia? Igual que Eva, Poncins dice que «la serpiente me dio, y yo comí; por consiguiente no es mi culpa». Poncins debe culpar a otro aparte de los religiosos que tienen grandes poderes, porque hacerlo sería aceptar la culpa de la iglesia, y de sus miembros, incluyéndose él mismo.
Todo falso testimonio es peligroso, pues libera una vasta cadena de consecuencias que no se pueden revertir; desata una mancha que se extiende y conduce finalmente a la acción. Salomón tenía razón en la secuencia de las consecuencias:
primero el pensamiento, luego la palabra y finalmente la acción. Una nota final: el falso testimonio no tiene status privilegiado. El que una persona nos diga en confianza un chisme, pidiéndonos que no revelemos su nombre, no quiere decir que debamos respetar sus deseos.

Hacerlo es convertirse en parte de su difamación de otra persona, grupo o raza. Más bien debemos rehusar concederle a ninguna mentira el status de comunicación privilegiada y debemos más bien corregir o reprender al mentiroso y, si fuera necesario, desenmascarar sus tácticas.