LA IGLESIA

1. EL SIGNIFICADO DE LA CATEGORÍA DE ANCIANO

Pocos cargos se han deteriorado más radicalmente que el de anciano. Se ha oscurecido su propósito original, se han perdido sus funciones y se ha alterado su propósito.
Para entender el significado del oficio de anciano, es necesario recordar que el cargo no lo formó la iglesia, sino que se tomó de las prácticas de Israel. Como Morris ha escrito:
Los primeros cristianos eran todos judíos, y es una inferencia razonable que tomaron el oficio de anciano del judaísmo, con el cual estaban familiarizados.

NOS BENEFICIARÁ, EN CONSECUENCIA, DAR ALGUNA ATENCIÓN A LOS ANCIANOS JUDÍOS.

Estos hombres eran oficiales responsables en la administración de la vida comunal judía. Tenían responsabilidades en asuntos que llamaríamos civiles y en los eclesiásticos. Quizá no hicieran una distinción rígida y rápida entre los dos, porque su ley era la ley mosaica, que trata imparcialmente de ambas cosas. Todavía más, su unidad de organización era la congregación de la sinagoga, y la sinagoga, además de ser un lugar de adoración, era un lugar de instrucción, una escuela.
Los rabinos trataban con todo tipo de temas. No se confinaban a lo que nosotros llamaríamos asuntos religiosos, sino que establecían regulaciones para la conducta en los asuntos civiles también.
Los ancianos eran elegidos por la comunidad y tenían su cargo de por vida. Eran admitidos a sus funciones por un rito solemne, que en tiempos del Nuevo Testamento fue aparentemente un acto de entronización. La imposición de manos no parece haberse practicado en ese tiempo, y quizá no hizo su aparición sino hasta la guerra de Bar Kochba o después.
La función del anciano evidentemente se centraba en la ley. Debían estudiarla, exponerla y tratar con la gente que había delinquido contra ella.
Hay obvias similitudes entre este cargo y el de los primeros ancianos cristianos. La importancia de esta similitud resalta cuando reflexionamos que a la iglesia cristiana parece que se le tuvo al principio como una rama del judaísmo. Parece que sus asambleas se modelaron según el patrón de la sinagoga.

CUALESQUIERA DIEZ ADULTOS JUDÍOS VARONES PODÍAN FORMAR UNA SINAGOGA.

Y es probable que las primeras asambleas de cristianos se organizaran como sinagogas. Es más, a una se le llama con este mismo nombre en Santiago 2: 2 y hay evidencia de que «las congregaciones cristianas en Palestina por largo tiempo continuaron siendo designadas por este nombre» (J. B. Lightfoot, Saint Paul’s Epistle to the Philippians, p. 192). Estas supervisarían los asuntos de la nueva sociedad de la misma manera en que los ancianos judíos supervisaban la sinagoga.
A fin de entender el trasfondo hebreo del cargo, es importante reconocer su origen en la estructura familiar y tribal de Israel. El anciano;
Primero, era lo que el nombre indicaba: un hombre de edad en un cargo de autoridad.
El término anciano era comparativo, así que podía referirse a un hombre que gobernaba sobre su casa. Este cabeza de familia, o de un grupo de familias, supervisaba la disciplina y justicia dentro de su familia, su educación, adoración y sostenimiento económico; también tenía la responsabilidad de defenderlos contra sus enemigos.
Así que ley y orden eran funciones básicas del anciano pero en un sentido mucho mayor que de policía: era deber del anciano entrenar a quienes estaban a su cargo en la forma de vida. La función del anciano era, pues, religiosa, civil, educativa y vocacional.

TAMBIÉN APORTABA AL BIENESTAR DE SU CASA.

Segundo, los ancianos formaban la base del gobierno civil.
Puesto que los hombres que gobernaban de una manera tan extensiva sus hogares estaban mejor capacitados para gobernar, Moisés acudió a los ancianos, por mandato de Dios, para formar un grupo de setenta para que gobernaran a Israel (Nm 11: 16).
Estos hombres gobernaron bajo Moisés y lo ayudaron a instruir al pueblo en las implicaciones de la ley (Dt 27: 1). El gobierno local estaba en manos de los ancianos (Dt 19: 12; 21: 2; 22: 15; 25: 7; Jos 25: 4; Jue 8: 14; Rut 4: 2). A estos ancianos también se hace referencia en los Evangelios (Mt 16:21; 26:47; Lc 7:3). En la época del
Nuevo Testamento algunos ancianos gobernaban en el Sanedrín y eran expertos en la ley, y otros gobernaban en sus localidades.
Tercero, los ancianos eran los que dirigían las sinagogas, como Morris ha indicado.
Dentro de la sinagoga, el anciano era el maestro, impositor y experto estudiante de la ley.
El hecho de que el anciano gobernara en la iglesia, el Estado y la familia en la época del Antiguo Testamento no hizo de este cargo una institución. El hecho de la unidad vino no de la absorción de una institución en la otra, sino de su subordinación común a la ley y su uso común de la misma.
El hecho de que la iglesia tomara de Israel el cargo de anciano tiene que ver con su afirmación de que era el nuevo y verdadero Israel de Dios. La iglesia era la verdadera sinagoga de Dios, y el nuevo y verdadero Israel.
El propósito Del oficio era producir una nueva sociedad, Del reino de Dios, instituir la nueva creación mediante la disciplina de su Palabra y Ley.
El sello de aprobación de Dios sobre la iglesia como nuevo Israel, y los ancianos como los nuevos oficiales portadores de la ley de Dios, era la imposición de manos y la implícita unción del Espíritu Santo (1ª Ti 4: 14).
El cargo de anciano tenía entre sus requisitos la capacidad de enseñar y la capacidad de gobernar (1 Ti 3:2-5). Es significativo que el vínculo con el origen del oficio permanece. El anciano fue siempre en sus inicios un hombre que gobernaba un núcleo familiar; de aquí que en Israel, un gobernante (y todos los gobernantes eran ancianos en un sentido verdadero) tenía que ser un hombre casado, probado en autoridad y gobierno. San Pablo reitera esta aptitud como algo ineludible:
«Pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?» (1ª Ti 3:5). El oficio de anciano requiere una sociedad centrada en la familia.
El gobierno de la nueva sociedad cristiana se complicó con el hecho de la persecución. Los cargos de diáconos y viudas, establecidos para funcionar bajo los ancianos, tenían como función el gobierno, el alivio de los necesitados, ministrar a los más jóvenes, la educación, etc.
El anciano como maestro funcionaba en la iglesia primitiva en una esfera tras otra, en la iglesia, en la familia, en el aspecto de bienestar por delegación y supervisión, en educación, y, porque se evitaban los tribunales civiles, como un gobierno civil.
Precisamente porque los tribunales romanos eran «injustos» (1ª Co 6:1), los ancianos servían como jueces para juzgar las controversias entre cristianos (1ª Co 6:1-3). Si un miembro de la iglesia rehusaba acatar una corrección (Mt 18: 15-17), entonces se le podía tratar como «gentil y publicano» y llevarle, si fuera necesario, a un tribunal civil.
Por lo general, los tribunales impíos se debían evadir hasta el sacrificio (Mt 5: 40). No existe en el Antiguo Testamento restricción en cuanto a acudir a los tribunales, porque estos estaban en manos de los ancianos o reflejaban su influencia. Los tribunales norteamericanos, a pesar de su corrupción, no han perdido su carácter cristiano ni su legado de la ley bíblica.
Pablo en 1 Corintios 6:2 declara: «¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?». Algunos, debido a la referencia a ángeles en el versículo 3, refieren este juzgar al mundo venidero, pero su verdadero significado es con referencia al tiempo y a la eternidad.
La palabra juzgar aquí tiene el sentido del Antiguo Testamento de gobernar o gerenciar. Gerenciar en efecto conlleva el significado de un gobierno continuo por los santos sobre el reino de Dios, en el tiempo y la eternidad.
Una de las consecuencias de existir en un mundo hostil fue que la iglesia tuvo que asumir la función de una sociedad total para sus miembros. Los ancianos o presbíteros eran vitales para esta función.
El cargo de anciano empezó con la familia. Retuvo no solo el oficio sino también el concepto de familia en la nueva sociedad de Cristo. Todos los verdaderos creyentes eran miembros de la familia de Cristo. Una congregación y una comunidad de creyentes, por tanto, cuidaba de los suyos, porque «el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?» (1ª Jun. 3: 17).
La literatura de la iglesia primitiva subraya esta posición. Al mismo tiempo, no había tolerancia para la indolencia: «Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma» (2ª Ts 3:10). Todavía más: «Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1ª Ti 5: 8).
La meta de los ancianos y su enseñanza era formar una comunidad de creyentes responsables, responsables de sí mismos y su casa y de los demás creyentes.
Pero eso no es todo. Debido a que los santos fueron llamados a gerenciar o gobernar el mundo, muy rápidamente llegó a ser su propósito pasar a cargos de autoridad y poder. Las cartas de San Pablo indican que se convirtieron romanos prominentes. Los saludos incluyen a «los de la casa de César» (Fil 4:22). En la época puritana, la presión de los santos en todo tipo de cargo en la iglesia, estado, escuela y comercio fue de gran alcance.
Ley es equivalente a gobierno o reino; es la expresión de un gobierno o reino y la aplicación de una soberanía a su jurisdicción. Los ancianos, como representantes de una ley, la ley de Dios, son llamados a aplicar la ley de Dios a toda esfera de la vida. Es deber del hogar, escuela e iglesia cristianos entrenar ancianos que aplicarán la ley de Dios a todo el mundo.
El anciano no está gobernado por la iglesia como un funcionario subordinado enviado como agente imperial al mundo. Más bien, el anciano gobierna en su esfera, así como la iglesia en su ámbito, cada uno como agentes imperiales de Cristo el Rey. En algunos puntos, el anciano está bajo la autoridad de la iglesia, y en otros puntos es independiente de ella.
La iglesia llama y ordena a sus ancianos, pero hay poca razón para limitar el cargo a la iglesia. Los cristianos en la educación, gobierno civil, las ciencias, las leyes y otras profesiones pueden constituirse como cuerpos cristianos y examinar y ordenar hombres que promuevan la ley y el gobierno de Dios en su esfera.
La categoría de anciano es un llamamiento de Dios, y la iglesia es una agencia en la cual se cumple el llamamiento. Así era el cargo en Israel, y no hay evidencia de ningún cambio en su naturaleza en el Nuevo Testamento. El hecho de que se retuviera el mismo nombre del cargo, anciano, enfatiza la continuidad.
En Apocalipsis, además, encontramos a «veinticuatro ancianos», que simbolizan la plenitud de la iglesia tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La práctica judía de entronizar a los ancianos también encuentra eco en que estos ancianos «echan sus coronas delante del trono» (Ap 4: 10), indicando la suprema majestad de Dios.
Los ancianos estaban en tronos, eco del llamamiento original a Adán a ser sacerdote, profeta y rey sobre la creación bajo Dios. La restauración de ese gobierno de realeza bajo Cristo es la función del anciano, y es un llamamiento en todo dominio de la vida.
El concepto de presbiterio o ministerio lo revivió fuertemente Lutero con respecto a la universidad y a los profesores. La cátedra de profesor fue la heredera de la silla del anciano de la sinagoga, y había una entronización comparable.
Hasta hoy, a muchos profesores se les coloca en una «cátedra» dotada sin que se den cuenta del significado de ese término. Rosenstock-Huessy señaló que «las universidades representaban la vida del Espíritu Santo en la nación alemana».
La obra del Espíritu Santo mediante el oficio y ministerio del anciano se veía como manifestada a través del profesor.
Sin embargo, no es sino cuando todo llamamiento legítimo se ve como un aspecto de la ancianía potencial, y se le coloca bajo el gobierno de la Ley y Palabra de Dios a través de presbíteros o ancianos que sirven a Dios, que se cobra consciencia completa del significado de la ancianía.

2. EL OFICIO DE ANCIANO EN LA IGLESIA

El pueblo de Dios —en la iglesia, estado, familia, vocación y toda otra esfera tiene el deber continuo de reformarse a sí mismo en conformidad con la palabra de Dios. Hay muchos aspectos de la vida de la iglesia actual que tienen una seria necesidad de reforma.
Al considerar el oficio de anciano, no es nuestro propósito indicar esto como un aspecto de error mayor que otros, sino llamar la atención a algunos problemas en este aspecto.
EL CARGO DE ANCIANO POR ALGUNAS GENERACIONES HA IDO DECLINANDO MUCHO EN IMPORTANCIA Y FUNCIÓN. En muchas iglesias, llegó a ser para principios de 1900 principalmente un honor que se otorgaba a miembros prominentes. Es más: la función del anciano llegó a ser en su mayor parte la del juez sentado en revisión mensual del ministro, y a veces atendiendo asuntos relativos al edificio y la propiedad. Puesto que la iglesia primitiva quizás durante 2 siglos no tuvo templos sino que se reunían en casas, la administración de un edificio no fue parte de la función original del anciano.
De nuevo, no hay nada en las Escrituras que indique que una sesión, o una junta de ancianos, tenga como su función central juzgar al pastor ni supervisar su trabajo. En verdad, podemos catalogar tal función como rara, necesaria por alguna emergencia, para el bienestar de la iglesia. De modo similar, puesto que la iglesia primitiva no tenía coros, ni escuela dominical, ni ligas juveniles, ni unión de mujeres, ninguna de estas tareas de supervisión es fundamental para el oficio de anciano ni, podemos añadir, para el oficio de pastor.
Es nuestro propósito examinar las evidencias de la literatura patrística concerniente al cargo de anciano, a fin de arrojar luz sobre el significado y las prácticas bíblicas. La interpretación reformada del cargo se da por sentado, y la declaración sumaria de Calvino de que todos «los apelativos de obispos, ancianos, pastores y ministros expresan el mismo significado»1. Dicho en términos actuales, los cargos de pastor y obispos son idénticos.

PERO LA POSICIÓN EPISCOPAL TIENE UN FUERTE RESPALDO EN LA LITERATURA PATRÍSTICA.

Muy temprano el cargo de obispo se ve separado del oficio de anciano o presbítero.
Esto queda claro en Ignacio, que murió quizá en el 107 d.C., lo que refleja una práctica muy temprana y contemporánea con algunos líderes apostólicos. En la Epístola de Ignacio a los Tralianos, escrita desde Esmirna, leemos: «Conviene a cada uno de ustedes, y sobre todo a los presbíteros, refrescar al obispo, para honor del Padre, de Jesucristo y de los apóstoles» (cap. XII). Ignacio distingue muy bien los dos cargos.
En una ocasión declaró: «Por consiguiente, así como el Señor no hizo nada sin el Padre, estando unido a él, ni por sí mismo ni por los apóstoles, tampoco ustedes hagan nada sin los obispos y presbíteros». Esta autoridad del obispo fue una autoridad espiritual: «Conviene, entonces, no solo ser llamados cristianos, sino serlo en realidad; como en verdad algunos le dan título a un obispo, pero hacen todas las cosas sin él».
Los deberes del obispo fueron bosquejados por Ignacio a Policarpo4. Al rebaño de Policarpo se le dijo: «Presten atención al obispo, para que Dios también los oiga a ustedes. Mi alma está con los que se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáconos, y ¡que mi porción sea con ellos en Dios!».
Es obvio que los cargos de obispo, presbítero, y diácono en Ignacio son los oficios que conocemos de pastor, anciano y diácono. Pero hay una seria diferencia en función, tanta que las funciones modernas episcopales y presbiterianas parecerían ser desviaciones. Ignacio es de nuevo revelador aquí:
Cuiden que todos ustedes sigan al obispo, así como Jesucristo sigue al Padre, y al presbiterio así como lo harían con los apóstoles; y reverencien a los diáconos, porque son la institución de Dios. Que nadie haga nada relacionado con la iglesia sin el obispo. Que se considere como adecuada eucaristía la que es (administrada) por el obispo o por alguien a quien él se la haya confiado.
Dondequiera que el obispo deba aparecer, que la multitud (del pueblo) también esté; de la misma forma que dondequiera que Jesucristo esté, allí está la iglesia católica. No es lícito bautizar ni celebrar una fiesta de amor sin el obispo; pero lo que él apruebe es agradable a Dios, y así todo lo que se hace puede ser seguro y válido.

CIERTAS COSAS APARECEN CON CLARIDAD EN ESTO.

Primero, la iglesia entonces no era una institución, un edificio; era un cuerpo de creyentes que se reunía en alguna casa y estaba unida en un mundo hostil por su fe común en Jesucristo, que era su Redentor.
Segundo, estas iglesias pequeñas en hogares estaban esparcidas por todo el imperio, y más allá de sus fronteras.
La iglesia no podía, ni intentó proveerle a cada pequeña congregación de un pastor u obispo. Por consiguiente, incluso mientras San Pablo continuaba en sus viajes para mantener una mano gobernante sobre las iglesias en Corinto, Tesalónica y otras partes, los sucesores de los apóstoles continuaron haciendo lo mismo.
Como pastores, misioneros o evangelistas itinerantes, hallaron necesario gobernar estas pequeñas congregaciones con epístolas y visitas; de aquí las epístolas de Ignacio y otros. A estos hombres se les llamó obispos; bien podríamos llamarlos pastores misioneros.
Tercero, estos obispos o pastores nombraron y ordenaron presbíteros o ancianos en las varias congregaciones locales para continuar la adoración a Dios y el estudio de las Escrituras en esa iglesia durante la ausencia del pastor viajero.
Puesto que un pastor u obispo podía cubrir un territorio más grande o más pequeño, con una sede central, muy a menudo el presbiterio o presbíteros locales tenían que mantener la iglesia por su propio liderazgo. Si el pastor estaba en una iglesia grande cercana, y las congregaciones se reunían en casas esparcidas dentro de la ciudad y los pueblos aledaños, el contacto sería cercano.
En otros casos, la correspondencia abundante se volvió una necesidad. En la época del Nuevo Testamento y en la patrística, las epístolas fueron una herramienta pastoral básica.
Cuarto, solo el obispo o pastor podía realizar los servicios de bautismo y comunión, pero podía, como Ignacio declaró, delegar la administración de los sacramentos a los presbíteros. Luego entonces, los presbíteros o ancianos podían impartir los sacramentos, pero solo cuando el pastor u obispo los instruía en ese sentido en vista de su distancia y su confianza en el presbítero.
El presbítero o anciano, por tanto, no solo enseñaba, sino que tenían una responsabilidad subordinada respecto a los sacramentos.
Quinto, el oficio de obispo aquí aparece muy diferente del concepto sacerdotal de los episcopales.
Podemos añadir que Joseph Bingham, en sus Antiquities of the Christian Church [Antigüedades de la iglesia cristiana], declaró que los obispos heredaron el cargo apostólico, y que el título de apóstol «muchos piensan que ha sido el nombre original de los obispos, por consiguiente el título obispo era apropiado para su orden».
Por cierto, Ignacio compara a los presbíteros o ancianos con los apóstoles: «Todos ustedes sigan al obispo, así como Jesucristo sigue al Padre, y el presbiterio como a los apóstoles». ¿Debemos llegar a la conclusión que los obispos son como Dios, y los presbíteros los sucesores de los apóstoles? ¿No es el significado más bien que lo que se enseña es un principio de obediencia a la autoridad, cuando esa autoridad es fiel a la autoridad suprema?
A decir verdad, Ireneo en efecto declaró la sucesión apostólica de los ancianos o presbíteros: «Por lo que conviene obedecer a los presbíteros que están en la iglesia; los que, como he demostrado, poseen la sucesión de los apóstoles; los que, junto con la sucesión del episcopado, han recibido el cierto don de la verdad, según lo que agradó al Padre».
Esta sucesión Ireneo la definió como los que enseñaban la fe apostólica, no alguna doctrina esotérica oculta impartida a «los perfectos». Ireneo estaba en guerra contra los que eran «más sabios incluso que los apóstoles» y se les oponían los presbíteros y obispos que estaban en la sucesión apostólica, es decir, que se subordinaban a la autoridad bíblica.
La autoridad de la fe es primordial, no la sucesión física; la sucesión apostólica quería decir una sucesión en la fe de los apóstoles, y establecía una lealtad y subordinación a esa fe.
Sexto, el propósito de esta supervisión de los ancianos por parte del obispo o pastor era «que todo lo que se haga pueda ser seguro y válido». Para proteger a la iglesia contra herejías y desórdenes, los pastores misioneros u obispos tenían, desde los tiempos del Nuevo Testamento y en adelante, la responsabilidad de cuidar de todo rebaño bajo su jurisdicción.
Séptimo, esto quiere decir que la tradición episcopal ha exaltado erróneamente a un pastor u obispo sobre otros, en tanto que la tradición presbiteriana ha tendido a degradar el oficio de presbítero o anciano a una junta en gran parte inactiva o ineficiente. En lugar de ser gobernada en su acción por el pastor, se sienta a gobernar al pastor.
En lugar de ser un cuerpo efectivo para el crecimiento de la iglesia que vaya más allá de las capacidades de extensión del pastor, o para seguir su trabajo con un desarrollo efectivo, se ha vuelto un cargo votante más que funcional.
La principal tarea de la mayoría de los ancianos hoy es votar en una sesión, consistorio o directiva, y en un presbiterio, clase, sínodo o conferencia general.
¿Se puede restaurar el cargo de presbítero a su función original? Hay muchos que sostienen que no se puede hacer, que el hombre moderno es demasiado sofisticado para tolerar algo que no sea el liderazgo más educado en el seminario y los cultos más atractivos de adoración, con coro, un hermoso santuario y órgano.
¿Es esto verdad?
En años recientes numerosas organizaciones han demostrado la vitalidad superior del alcance laico. Dos ilustraciones bastarán, primera: la Sociedad John Birch. Esta ilustración se escoge de manera deliberada.
No es nuestro interés, ni tampoco es relevante, hablar aquí de los pros y contras de esa organización. Es importante para nuestro propósito que a esta sociedad la hayan criticado, aborrecido y atacado como lo fue la iglesia primitiva pero a mayor grado, y que sea dirigida por laicos voluntarios.
Grupos de hombres, mujeres y jóvenes, normalmente no más de veinte personas, se reúnen regularmente en casas para seguir un curso de estudio bajo un dirigente. Estos dirigentes por lo general son hombres sorprendentemente atareados: médicos, dentistas, hombres de negocios, y otros que tienen una agenda llena, pero que con todo dedican tiempo a preparar una lección, invitar a amigos y vecinos, y buscan, con la ayuda de los demás miembros, nuevos miembros. A estos dirigentes de capítulos se les puede llamar ancianos, dirigidos por coordinadores de zona, que funcionan como obispos o pastores.
La membrecía total de la sociedad se desconoce, aunque se calcula que va de 60 000 a 100 000. Sin embargo, hay una continua renovación de la membrecía , puesto que algunos, después de estudiar durante un año o dos, dejan la sociedad sin abandonar su filosofía básica.
Basado en los viajes de este escritor, el número total de aquellos que han sido influidos por la sociedad en su breve historia puede sumar cinco millones. Otros movimientos conservadores han surgido de tiempo en tiempo con más elevado número de seguidores pero menor impacto.
La clave de la efectividad de la Sociedad John Birch ha sido un plan de operación que tiene un fuerte parecido a la iglesia primitiva: tener reuniones, líderes locales «laicos», supervisores de área u «obispos».

LA SEGUNDA ILUSTRACIÓN ES PERSONAL.

Los estudios bíblicos y teológicos semanales de este escritor se graban en cinta y circulan por todos los Estados Unidos de América y a veces más allá de sus fronteras. Algunos de estos estudios también están apareciendo en forma impresa, como lo atestigua The Foundations of Social Order, Studies in the Creeds and Councils of the Early Church [Los fundamentos del orden social: Estudios de los Credos y Concilios de la Iglesia primitiva] (1968).
Esta obra, considerada por algunos pastores como demasiado difícil o teológica, todavía circula fuertemente entre laicos. Lo escuchan los grupos en varios estados en reuniones en hogares. La situación usual es que un hombre o mujer abre su casa a unos amigos, brinda refrescos y tiene sesiones semanales de estudio a un público que crece cada vez más.
Por supuesto, el patrón bíblico funciona, y es tiempo de que las iglesias lo usen de nuevo. Viviendo como vivimos en una edad humanista, en que la verdadera iglesia es una minoría pequeña, necesitamos de nuevo un presbiterio activo y en función.
Se debe notar una segunda consideración, aparte de la función básica. La iglesia actual ha caído víctima de la herejía de la democracia. Para muchos laicos, hombres y mujeres, y para muchos ancianos, la esencia de su obligación cristiana es decir lo que se les antoje. El pastor u obispo continuamente está amordazado por un impulso democrático que lo hace mandadero de la congregación.
Las Constituciones Apostólicas hacen una declaración interesante aquí: «No es equitativo que tú, oh obispo, que eres la cabeza, te sometas a la cola, es decir, a alguna persona sediciosa entre los laicos, para destrucción del otro, sino solo a Dios. Porque es tu privilegio gobernar a los que están a tu cargo, pero no ser gobernado por ellos.

EN POCAS PALABRAS: LA IGLESIA ES UNA MONARQUÍA, NO UNA DEMOCRACIA.

Cristo es el Rey, y todos los cargos derivan su autoridad de él, no del pueblo. El asentimiento y voto del pueblo es parte de su asentimiento a Cristo.
A menos que el pastor o anciano sea desobediente al Señor, se le debe obedecer y respetar. Pero no podemos ser perfeccionistas en nuestras exigencias a los que ocupan cargos. Como la literatura patrística dice: «Oye a tu obispo, y no te canses de darle todo honor; sabiendo que, al mostrárselo a él, se lo das a Cristo, y de Cristo se lo das a Dios; y de aquel a quien se lo ofrece, se requiere mucho más.
Honra, por consiguiente, el trono de Cristo»14. Se concede que una exageración de esta actitud condujo al autoritarismo católico romano, pero, ¿no es acaso también una perversión cuando algunos defensores del presbiterianismo citan su iglesia como cuna de la democracia? La iglesia de Jesucristo es una monarquía, y el propósito de su forma representativa del gobierno es fortalecer la preservación de la «derechos al trono del Rey Jesús».
No los derechos de la gente, sino los derechos soberanos de Cristo el Señor son los que deben defender los miembros, diáconos, ancianos, y pastores u obispos.
La sesión, el consistorio, la directiva de la iglesia no es un foro democrático, sino un cuerpo gobernante para Cristo. El presbiterio debe examinar a los pastores u obispos en términos del canon o regla de las Escrituras a fin de preservar el dominio de Cristo. A menos que los propósitos de la iglesia sean ser una democracia, un examen similar para el cargo de anciano es una necesidad.
En la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa, Los Estándares requieren que, en la ordenación o investidura de los ancianos gobernantes, «el ministro dirá, en el siguiente o lenguaje semejante, la autorización y la naturaleza del oficio de ministro»:
El oficio del anciano gobernante se basa sobre la realeza de nuestro Señor Jesucristo, que proporcionó oficiales a su iglesia que deben gobernar en su nombre.
Es el deber y el privilegio de los ancianos gobernantes, en el nombre y por la autoridad de nuestro Rey ascendido, gobernar iglesias particulares, y, como sirvientes de nuestro gran pastor, cuidar de su pueblo.
La orientación monárquica del cargo se reitera con claridad, y se necesita recalcarla de nuevo en las iglesias. Desdichadamente, demasiado a menudo, como en el culto presbiteriano ortodoxo, el cargo se reconoce formalmente pero en realidad es estéril.
Hemos visto, primero: que el cargo de anciano es pastoral por su naturaleza, que el anciano en la iglesia;
Primitiva: funcionaba como brazo del pastor u obispo para mantener y extender el evangelio.
Segundo: hemos notado que este cargo no es parte de una democracia eclesiástica, sino de una monarquía.
Tercero: el anciano o ancianos son un tribunal de la iglesia. En este aspecto, mucho se ha hecho por restaurar la antigua función del anciano, y la disciplina de la iglesia se ha recalcado en los círculos que se sostienen en doctrinas reformadas.
Es suficiente añadir que por importante y necesaria que sea esta función judicial, se vuelve una distorsión si la función pastoral básica se descuida o el anciano se vuelve primordialmente un juez, y la sesión, consistorio o directiva esencialmente un tribunal. La función pastoral debe ser primordial en todo momento.
Es, importante reconocer, cuarto: que la tarea esencial del anciano no es sentarse en una sesión, sino actuar para el avance del evangelio y el señorío de Cristo.
Volviendo de nuevo a Policarpo, notemos sus comentarios sobre los deberes de los presbíteros:
Y que los presbíteros sean compasivos y misericordiosos para con todos, trayendo de regreso a los que se descarrían, visitando a todos los enfermos, y sin descuidar a la viuda, al huérfano, y al pobre, pero siempre «procurad lo bueno delante de todos los hombres»; (Ro 12: 17; 2ª Co 8: 31) absteniéndose de toda ira, acepción de personas y juicio injusto; manteniéndose lejos de toda codicia, sin acreditar apresuradamente (un informe de maldad) contra alguno, ni severo en el juicio, como sabiendo que todos estamos bajo una deuda de pecado. Si entonces suplicamos al Señor que nos perdone, debemos nosotros mismos perdonar (Mt 6: 12-14); porque estamos ante los ojos de nuestro señor y Dios, y «todos compareceremos ante el tribunal de Cristo y cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Ro 14: 10-12; 2ª Co 5: 10).
Sirvámosle entonces en temor, y con toda reverencia, así como él mismo nos ha ordenado, y como los apóstoles que nos predicaron el evangelio, y los profetas que nos proclamaron de antemano la venida del Señor (habiéndonos de manera similar enseñado). Seamos celosos en la búsqueda de lo que es bueno, absteniéndonos de causas de ofensa, de falsos hermanos, y de los que en hipocresía llevan el nombre del Señor y descarrían a los hombres vanos al error.
Es el ministerio del estado ser un ministerio de justicia, asegurar la ley y el orden y ser un tribunal de justicia. Es llamamiento de la iglesia ser un ministerio de gracia, proclamar la obra redentora de Cristo, así que su tarea básica es redentora, no judicial. Esta también debe ser la orientación básica de todo cargo de la iglesia.
Los pastores y ancianos no son primordialmente un tribunal, sino un ministerio de gracia que proclama que la salvación es de nuestro Dios por Jesucristo, y llama a todos los hombres a someterse a Cristo el Rey. La función judicial muy real de los pastores y ancianos es preservar la integridad de este, su llamamiento básico, y a las iglesias a su cargo de corrupción y deserción de su llamamiento.
Gobernar como anciano gobernante, pues, quiere decir más que sentarse en una sesión como juez; quiere decir incluso más extender y mantener el gobierno de Cristo el Rey. Un anciano que asume liderazgo para establecer escuelas cristianas está de veras cumpliendo con su deber. Lo mismo se puede decir del anciano que usa su casa como centro para un grupo de estudio, una pequeña iglesia en el hogar, o como un núcleo de una nueva congregación.
El anciano fiel también puede ser el que hace su obligación visitar a los enfermos y necesitados del rebaño de Cristo, o predicar bajo la supervisión de un pastor en una congregación nueva que esté batallando, o empezar una nueva obra. Repito: puede asumir responsabilidades principales en su propia iglesia, a fin de liberar a su pastor de más trabajo.
O sea, un juez trata solo con los ofensores; un gobernante tiene que ver con toda la vida del pueblo. Los ancianos son llamados a ser ancianos gobernantes, no ancianos jueces. Esta distinción es vital, y su abuso paraliza a la iglesia.
Clemente de Alejandría, al citar la división triple de cargos en obispo, presbítero o anciano, y diácono, declaró que el verdadero anciano era un verdadero ministro (diácono) de la voluntad de Dios, si él hace y enseña lo que es del Señor; no es ordenado (o elegido) por los hombres ni considerado justo debido al presbiterio, sino nombrado al presbiterato porque es justo.
Y aunque aquí sobre la tierra tal vez no se le honre como la silla principal, se sentará en los veinticuatro tronos, juzgando al pueblo, como Juan dice en Apocalipsis.
Porque, en verdad el pacto de salvación, alcanzándonos desde la fundación del mundo, por diferentes generaciones y tiempos, es uno, aunque concebido como diferente respecto a los dones.
Es obvio que este es un oficio espiritual, y es un oficio gobernante; se vuelve un oficio que juzga cuando las circunstancias lo requieren. Pero, así como Aarón y Hur sostuvieron los brazos de Moisés para la victoria sobre Amalec (Éx 17: 10-12),
los presbíteros o ancianos de nuestro día deben sostener los brazos de sus obispos o pastores hasta la victoria sobre los poderes de las tinieblas, los Amalec de nuestro día, para que podamos regocijarnos en que «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Ap 11: 15).
Una nota final: la debilidad característica de la iglesia y el estado es gobernar demasiado. La respuesta del estado a todos los problemas tiende a ser nuevas leyes, y la respuesta de la iglesia a sus problemas es «disciplina». Tales acciones no pueden reemplazar la necesidad del carácter ni el crecimiento cristiano.
La iglesia no tiene mejor fuente de disciplina que la enseñanza sólida y completa, pero encuentra más fácil reducir las responsabilidades y la libertad de los miembros que proveerles de los medios para un crecimiento maduro. La mejor disciplina es la palabra de Dios y la obra del Espíritu Santo; la «disciplina» eclesiástica debe ser un último recurso, un instrumento necesario, pero subordinado.

3. LA PASCUA CRISTIANA

Uno de los hechos más obvios de la Última Cena es que se celebró en la comida pascual. La continuidad del pacto renovado o nuevo con el antiguo se marcó por la coincidencia de los dos ritos. El hecho de que Jesús haya seleccionado a doce discípulos deja en claro que su comunidad era el nuevo Israel de Dios. No hay posibilidad de comprender el Nuevo Testamento si se niega o se socava su continuidad con el Antiguo.
Mientras comían la Pascua, Jesús llamó la atención a la traición que planeaba Judas y luego lo despidió (Mt 26:21; Jn 13:30). Entonces «mientras comían» (Mt 26:26; Mr 14:22), Jesús instituyó la Pascua cristiana en su cuerpo y sangre.
Para entender la Pascua cristiana es imperativo analizar la Pascua hebrea. Por eso, ciertos aspectos de la Pascua original requieren atención.
Primero: La Pascua celebraba la liberación de Egipto y de la décima plaga, la muerte del primogénito. Fue, pues, la salvación del Antiguo Testamento, y marcó el principio del sabbat, el día de descanso del Señor, que conmemoraba salvación (Dt 5:15; Éx 12: 12.13). El primer día del festival cae el 15 de nisán (marzo-abril) y dura ocho días. El ritual de la Pascua, si empieza en un día de la semana, comienza de esta manera:
Bendito eres tú, oh Eterno, nuestro Dios, Rey del universo, Creador del fruto de la vid.
Bendito eres tú, oh Eterno, nuestro Dios, Rey del universo, que nos seleccionaste de entre todos los pueblos y nos exaltaste entre las naciones, y nos santificó con sus mandamientos. Y tú, oh Eterno, nuestro Dios, nos has dado (días de sabbat para descanso y) días festivos para alegría, (este sabbat y los días de) esta fiesta de pan sin levadura, tiempo de recordación de nuestra liberación (en amor) de la salida de Egipto.
Porque tú nos has seleccionado y nos has santificado de entre todas las naciones, y que tú nos has hecho heredar tus días festivos (y de sabbat, en amor y favor). Bendito seas tú, oh Eterno, que santificaste (al sabbat y) a Israel y los días festivos.
Estas palabras dejan en claro que la elección es por la gracia, y que la santificación es por la ley: Dios «nos santificaste con tus mandamientos». El culto ortodoxo todavía refleja la doctrina sólida: justificación por la gracia electora y santificación por la ley. Los capítulos 12 y 13 de Éxodo atestiguan el hecho de la gracia y citan el requisito de obediencia a la ley (13: 9).
De manera similar, la Pascua cristiana celebra el día cristiano de salvación, la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, y de aquí que el Día de Resurrección marcara el principio del sabbat cristiano. En la mayoría de las liturgias del sacramento, la lectura de la ley, de los Diez Mandamientos, es básica para el culto.
En el Libro de Oración Común, se lee la ley al principio del culto, aunque se puede omitir si se lee por lo menos un domingo cada mes. Si se omite, se lee el sumario de la ley. En el orden del culto de la última comunión de Calvino y en la primera comunión de Knox en Escocia, no se leía la ley, pero aparecía en sus liturgias en forma de excomuniones pronunciadas específicamente contra todos los transgresores de la ley.
Segundo: la Pascua hebrea es un culto de familia, y Dios ordenó que el hijo no solo hiciera una pregunta ritual, sino que el culto se dirigiera a él (Éx 13: 14).
El hijo menor, por tanto, normalmente hace la pregunta sobre el significado del culto, y el propósito de las palabras del sacerdote-padre es darle a conocer el significado de la Pascua. El menor presente formula «las cuatro preguntas» que se refieren al significado del ritual nocturno.
El relato de la liberación de Egipto y su significado lo declaran el jefe de familia y otros participantes.
Tercero: La pascua cristiana también es una celebración de la familia de Cristo.
En concordancia, los niños participaban de los elementos. La iglesia primitiva se reunía en casas, por lo general por la noche, puesto que el primer día de la semana era entonces un día de trabajo. El sacramento se celebraba como una fiesta de ágape, una fiesta de amor, una cena a la que todos los miembros aportaban un plato.
Los niños participaban de la comida. Nada está más claro que el hecho de que los infantes eran bautizados, se les confirmaba y participaban de los elementos quizás durante los primeros 9 ó 10 siglos de la era cristiana.
El patrón hebraico de la ley del Antiguo Testamento fue muy fuerte en la iglesia. (Incluso hoy un misal católico romano señala, en su orden de la misa, en el punto «Celebración de la palabra»: «Esto se ha tomado del servicio de la sinagoga de Israel»). Como resultado, se requirió la decisión de un concilio de la iglesia para apartarse de la práctica de bautizar al octavo día.
Fido, un obispo africano, había planteado la pregunta de si se debía «bautizar a los infantes, si la necesidad lo requería, tan pronto como nacieran, y no hasta el octavo día según la regla dada en el caso de la circuncisión». La respuesta sinódica de San Cipriano y un concilio de sesenta y seis obispos fue esta:
En cuanto al caso de infantes, en tanto que tú juzgas que no se les debe bautizar hasta dos o tres días después de nacidos; y que la regla de la circuncisión se debe observar, así que ninguno debería ser bautizado y santificado antes del octavo día de nacido; nosotros todos en nuestro concilio somos de la opinión contraria. Fue nuestra resolución y juicio unánime que la misericordia y la gracia de Dios no se le nieguen a nadie tan pronto como nace.
La intención obvia de esta decisión fue permitir el bautismo de los recién nacidos que pudieran morir antes del octavo día y así quedar sin bautizarse. Al parecer en esos primeros tiempos prevaleció el temor de que a tales niños se les negara la salvación del pacto debido a que les faltaba el rito del pacto. En esencia, el requisito del octavo día del Antiguo Testamento se reconoció y se dejó a un lado solo para atender emergencias.
No es nuestro propósito aquí analizar el concepto del bautismo que tenía el concilio, sino llamar la atención a la persistencia del patrón del Antiguo Testamento. Para volver al servicio de comunión, la evidencia es clara «que la comunión en sí misma se daba a infantes, y eso inmediatamente desde el momento de su bautismo».
Como Bingham notó, este hecho «se menciona con frecuencia en Cipriano, Agustín, Inocencio y Genadio, escritores de los siglos 3 al 5. Maldonat confiesa que eso estuvo en la iglesia durante 600 años. Y algunas de las autoridades demuestran que continuó dos o tres épocas más, y fue la práctica común más allá de los tiempos de Carlomagno». Este hecho representa la persistencia del patrón del Antiguo Testamento, muy claramente.
No se puede dar ninguna razón bíblica para eliminar del sacramento a los niños.
El sentido de la vida del pacto se destruye por su exclusión y se viola la ley de Dios. La razón de su exclusión se halla en 1ª Corintios 11: 28, el requisito del examen propio, tal como la limitación de la comida a un símbolo se basa en los versículos 22 y 34. Puede haber base para esto último, aunque no puede haber una limitación del sacramento solo a una comida simbólica. Sin embargo, el autoexamen era una parte de la ceremonia hebraica.
Esto nos lleva a nuestro tercer punto de importancia, el aspecto de la preparación para la Pascua. En el hogar hebreo, el 13 de Nisán al anochecer el jefe de la familia recorría rebuscando en la casa con una vela encendida, para eliminar toda levadura, incluyendo todo pan hecho de masa leudada de trigo, cebada, trigo moreno, avena o centeno.
Después, en el Seder, los primeros dos días de festival de la Pascua, «se pronunciaba el énfasis de la participación de los niños». ¿Cómo se reconcilian estos dos hechos con el requisito de la preparación y el autoexamen?
¿Cómo se puede incluir a los niños?
El ritual de recorrer la casa para eliminar toda levadura era un símbolo dramatizado de la necesidad de eliminar la corrupción de la vida de la familia y del individuo. Como tal, era una señal vívida para todos los niños, desde sus primeros días, de la necesidad de examinarse a sí mismos, la necesidad de eliminar de sus vidas toda influencia y hábitos corruptores.
Al niño, como miembro del pacto, desde sus más tempranos recuerdos se le instruía en el significado de la membrecía en el pacto. Los primeros cristianos llevaron las implicaciones más que los hebreos, pues a los niños de brazos se les ponían los elementos en la boca; algo más que una creencia algo supersticiosa puede haber estado presente en esta práctica.
Esto no elimina el requisito bíblico de que el culto incluyera a todos los niños capaces de hacer la pregunta sobre el significado del culto. El culto, además, es a la vez una celebración y un servicio de enseñanza, para instruir a todos los presentes sobre el hecho de la salvación y su significado.
Cuarto: la Pascua conmemoraba una victoria y miraba hacia adelante a más victoria. La palabra salvación también se puede traducir victoria. El culto judío ortodoxo dice en un punto: «Que Él, que es más misericordioso, rompa de nuestro cuello el yugo de nuestro cautiverio, y nos conduzca con seguridad a nuestra tierra». Esta es fe orientada al futuro, una que espera victoria, y luego mira a Elías que venga como su heraldo.
De modo parecido, la Pascua cristiana tiene el propósito que indicó San Pablo: «Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1ª Co 11:26).
Según Hodge, el significado de este versículo es el siguiente:
Así como la Pascua era una conmemoración perpetua de la liberación de Egipto, y una predicción de la venida y muerte del Cordero de Dios que llevaría los pecados del mundo, la Cena del Señor es a la vez conmemoración de la muerte de Cristo y una promesa de su venida la segunda vez sin pecado y para salvación.
Esto es verdad suficiente, pero, ¿es eso todo lo que esta declaración quiere decir?
Calvino comentó:
La Cena entonces es (por así decirlo) una conmemoración, que debe permanecer en la iglesia hasta la última venida de Cristo; y ha sido señalada para este propósito, que Cristo pueda ponernos en mente el beneficio de su muerte para que podamos reconocerlo ante los hombres. De aquí que tenga el nombre de Eucaristía (de habiendo dado gracias).
Esto es mejor porque Calvino habló «de los beneficios de su muerte [de Cristo]». El significado de la muerte de Cristo es la muerte del pecado y de la muerte; quiere decir salvación o victoria. La Pascua cristiana debe declarar la victoria de Dios y del pueblo de Dios. «Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz» (Sal 37:11).
La dimensión de victoria es tan importante para el sacramento, que observarlo sin una declaración de esta victoria es negar el sacramento. La Pascua del Antiguo Testamento, que es la herencia de todos los cristianos, vio la matanza de los primogénitos de todo Egipto, y al pueblo de Dios librado de la esclavitud.
La Pascua del Nuevo Testamento vio al pueblo de Dios, pecadores en sí mismos, librados por la muerte del Primogénito de Dios, en quien tienen victoria.
Quinto: La muerte del primogénito es básica para la Pascua. En la Pascua del Antiguo Testamento, los primogénitos de Egipto fueron masacrados; el requisito de Israel era que «Cualquiera que abre matriz entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los animales, mío es» (Éx 13: 2).
Se mata al primogénito de los enemigos de Dios; todos los primogénitos del pacto, representando a todos los que están dentro del pacto, o bien son entregados o dedicados a Dios, o deben morir (Éx 13:13). La Pascua es vida y victoria para los que son fieles al pacto; nos lleva a la tierra prometida.
En la Pascua cristiana, la sentencia de muerte sobre el primogénito del pacto, que son todos pecadores, la asume el primogénito de Dios, Jesucristo, el nuevo Adán. La sentencia de muerte es en última instancia impuesta sobre todos los demás. Para el pueblo del pacto de Cristo, la Pascua quiere decir liberación hacia la tierra prometida. Esto es victoria en el tiempo y la eternidad. Los judíos durante edades incontables han celebrado su Pascua, declarando: El próximo año en Jerusalén.

TAL ESPÍRITU SE HACE ECO DE LA VICTORIA DE LA PASCUA ORIGINAL.

La victoria de la Pascua cristiana es mucho mayor. El que la observación de la Cena del Señor esté desprovista de esta nota de victoria es negar el sacramento.
La Pascua cristiana, entonces, quiere decir que todos los hombres fuera del pacto están bajo la décima plaga. Solo los que están dentro están cubiertos por la sangre del Cordero y se les asegura la victoria y la liberación a la tierra prometida, la nueva creación de Dios. San Pablo se refirió tanto al examen propio (purgar de levadura la casa), y la victoria sobre todos los enemigos cuando escribió: «Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta» (1ª Co 5:7, 8).

4. LA CIRCUNCISIÓN Y EL BAUTISMO

La relación entre la circuncisión y el bautismo en la que este reemplaza a aquella como señal del pacto, era tan estrecha que, como hemos visto, requirió en tiempos de Cipriano la decisión de un concilio de la iglesia para permitir el bautismo antes del octavo día.
Debido a que la ley de la circuncisión requería que se realizara el rito en el octavo día (Gn 17: 12; Lv 12:3), se creía que el bautismo no debía preceder a dicho día, y se necesitó una decisión del concilio para alterar esto. La iglesia primitiva no solo reconoció que el bautismo era el sucesor de la circuncisión como señal del pacto, sino que también las mismas leyes los regían a ambos.
Precisamente debido a que este hecho siempre se reconoció, el bautismo de infantes fue ineludiblemente un hecho en la iglesia primitiva.
La circuncisión, como marca del pacto, servía de testigo respecto a la naturaleza del hombre caído, y la necesidad de una nueva naturaleza en el pacto de Dios.
Como Vos señalara:

LA CIRCUNCISIÓN TIENE ALGO QUE VER CON EL PROCESO DE PROPAGACIÓN.

No en el sentido de que el acto sea pecado en sí mismo, porque no hay ni rastro de eso en ninguna parte del AT. No es el acto sino el producto, es decir, la naturaleza humana, que es impuro y descalificado en su misma fuente.
El pecado, en consecuencia, es cuestión de la raza y no solo del individuo.
La necesidad de cualificación tiene que recalcarse de manera específica bajo el AT. En ese tiempo las promesas de Dios tenían referencia próxima a las cosas temporales, naturales. De aquí que se corriera el peligro de que la descendencia natural pudiera entenderse como derecho a la gracia de Dios.
La circuncisión enseña que la descendencia física de Abraham no es suficiente para hacer verdaderos israelitas. La impureza y la descalificación de la naturaleza se deben quitar. Hablando dogmáticamente, por consiguiente, la circuncisión sirve como justificación y regeneración, más la santificación (Ro 4: 9-12; Col 2: 11-13).
La circuncisión, mediante un corte simbólico en el órgano de la generación, declaraba que en la generación no había esperanza, sino solo en la regeneración; el hombre solo puede reproducir su naturaleza caída; no puede trascenderla.

LA CIRCUNCISIÓN REPRESENTABA UNA FORMA DE MUERTE, UN CORTAR LA VIDA.

También representaba la remoción de un impedimento; en Éxodo 6: 12, 30, se usa metafóricamente «para la remoción de la descalificación del habla». Repetidas veces, se habla del corazón o regenerado como incircunciso (Lv 26: 41; Dt 10: 16; 30: 6; Jer 4: 4; 6:10 habla del oído; 9: 25, 26; Ez 44: 7; Ro 2: 25-29; Fil 3: 3; Col 2: 11-13).
La circuncisión como señal de muerte apuntaba a la muerte de Cristo como representante del hombre. Trumbull anotó que «en el rito de la circuncisión fue Abraham y sus descendientes los que suplieron la sangre del pacto, mientras que en el sacrificio pascual fue el Señor que ordenó la sangre sustituta como símbolo de su sangre del pacto».
Puesto que Cristo vino como verdadero hombre de hombre, y verdadero Dios de Dios, suplió la sangre del pacto, muriendo como verdadero hombre por la violación del pacto de parte del hombre, y, como verdadero Dios, muriendo como nuestro sustituto inmaculado y perfecto guardador de la ley, que con su muerte rompió el dominio del pecado y la muerte.
La sangre de la circuncisión y la sangre del Cordero pascual tipifican la obra de Cristo. Como su obra en la cruz se cumplió, la sangre dejó de ser, excepto en un sentido memorial, un aspecto de los ritos del pacto. En la Pascua cristiana, el vino refrescante que da vida es sustituido como señal de su sangre derramada.
Los antiguos ritos miraban hacia adelante a Cristo; miraban hacia atrás a Adán y Abraham, y a la Pascua en Egipto. Los nuevos ritos del pacto miran hacia atrás a Abraham y a Adán, y a la muerte y resurrección de Cristo; miran hacia adelante a su victoria y reconquista de la tierra, y a una nueva creación.
El antiguo pacto fue inaugurado con sangre después de la caída y con Abraham; miraba hacia adelante a la sangre expiatoria de Cristo, mostrada en tipo en la sangre de los animales de sacrificio. El pacto renovado en Cristo empezó con su sangre pero mira hacia adelante al reinado glorioso del Rey en un reino de paz, según lo predijo Isaías. Como resultado, debido a este hecho, la sangre dejó de ser un aspecto de los ritos del pacto.
El bautismo exhibe nuestra muerte y resurrección en Cristo, nuestra regeneración, adopción e incorporación en el pacto de gracia. Es un testigo de la gracia antes que gracia en sí misma. Como dijo San Agustín, es «sacramento de gracia y sacramento de absolución, antes que gracia y absolución mismas».
La iglesia primitiva vio la iluminación como un aspecto del bautismo, la nueva comprensión de un corazón redimido; al bautismo también se le llamó «la marca real o carácter, y el carácter del Señor»6. Conscientes de su relación con el rito del Antiguo Testamento, algunos padres de la iglesia hablaron del bautismo como «la gran circuncisión». En obediencia a Mateo 28: 19, desde el principio se consideró como válido solo cuando se hacía en nombre de la Trinidad.
A ciertas clases de personas se excluyó del bautismo a menos que abandonaran su profesión: aurigas, gladiadores, corredores, curadores de juegos comunes, participantes en los Juegos Olímpicos, músicos, vinicultores y otros, llamamientos todos que eran parte de las ceremonias religiosas paganas.
También se excluyó bajo toda circunstancia a los astrólogos, magos, adivinos, brujas y similares. A los que los frecuentaban el teatro y el circo, que eran en aspectos muy disolutos del paganismo, por consiguiente se les rehusó el bautismo. También se rechazó a los polígamos.
Puesto que el bautismo significaba en parte la muerte y el nuevo nacimiento o resurrección en Cristo de los creyentes, desde muy temprano se le asoció con la Semana Santa, aunque no de manera exclusiva. Este mismo aspecto, el renacimiento, condujo a una costumbre interesante que sobrevivió por algunos siglos como básica para el bautismo: el bautismo por inmersión, por lo general completamente desnudo.
El rociamiento y la inmersión se usaban en la iglesia, que reconocía el rociamiento como la marca del nuevo pacto, según Ezequiel 36: 25. La aspersión también fue una práctica común muy temprana. El énfasis en la muerte y renacimiento condujo a un énfasis en la inmersión como simbólicamente representativa de este hecho. Los hombres nacen desnudos, por lo que debían renacer desnudos en el bautismo.
Ninguna obra del hombre no regenerado podía llevarse al cielo; por consiguiente, el candidato simbólicamente se desnudaba de toda ropa para indicar que no tenía nada excepto la gracia de Dios.
Por tanto, durante generaciones hubo dos baptisterios en las iglesias, porque se bautizaba por separado a hombres y mujeres. Romanos 6: 4 y Colosenses 2: 12 eran pasajes que se citaban para confirmar la práctica de la sepultura y resurrección simbólicas. La práctica del bautismo desnudo indica lo serio que la iglesia primitiva tomaba el simbolismo bíblico; nada se evitaba, y a veces resultaban aplicaciones demasiado literales.

UN ASPECTO DEL SIMBOLISMO DE LA DESNUDEZ ERA LA COMPARACIÓN CON ADÁN:

San Crisóstomo, hablando del bautismo, dice: Los hombres estaban desnudos como Adán en el paraíso; pero con esta diferencia; Adán estaba desnudo porque había pecado, pero en el bautismo, un hombre está desnudo a fin de poder ser libre del pecado; el uno fue despojado de la gloria que en un tiempo tenía, pero el otro se ha despojado del viejo hombre, tan fácilmente como quitarse la ropa.
San Ambrosio dice: Los hombres vienen desnudos a la fuente, como vinieron al mundo; y de aquí saca un argumento a manera de ilusión a los ricos: es absurdo que un hombre que nació desnudo de su madre, y fue recibido desnudo por la iglesia, piense en ir rico al cielo. Cirilo de Jerusalén toma nota de la circunstancia, junto con las razones de la misma, cuando así se dirige a las personas recién bautizadas:
Tan pronto como ustedes entran a la parte interna del baptisterio se quitan la ropa, que es una señal de despojarse del viejo hombre con sus obras; y habiéndose así despojado, están desnudos, imitando a Cristo, que estuvo desnudo en la cruz, y quien por su desnudez derrotó a los principados y potestades, públicamente triunfando sobre ellos en la cruz. ¡Qué maravilloso!
Ustedes estuvieron desnudos a la vista de los hombres, y no se avergonzaron, en esto imitaron al primer hombre Adán, que estuvo desnudo en el paraíso y no se avergonzaba. Así también Anfiloquio en la Vida de San Basilio, al hablar de su bautismo dice que se levantó con temor y se quitó la ropa, y con ellas el viejo hombre.
Atanasio, en sus invectivas contra los arrianos, entre otras cosas dice contra ellos que persuadieron a judíos y gentiles a entrar en el baptisterio, e hicieron tales abusos a los catecúmenos mientras estaban con sus cuerpos desnudos que es vergonzoso y abominable relatarlo».
El bautismo, como hemos visto, lo cita San Pablo como tipificando, entre otras cosas, nuestra muerte y renacimiento en Cristo (Ro 6: 4; Col 2: 12). Esto fue también un aspecto de la circuncisión. La circuncisión no solo significaba nueva vida en el Señor del pacto sino también, para los que quebrantaban o negaban el pacto, significaba muerte. Como Kline ha señalado:
Las consideraciones generales y específicas señalan a una la conclusión de que la circuncisión era la señal de juramento y maldición de la ratificación del pacto. Al cortar el prepucio se simbolizaba el castigo de escisión de la relación del pacto.
El sacrificio de pacto de Génesis 15:9 tanto como la marca de la circuncisión simbolizaba la separación del que rompía el pacto.
Kline tiene razón a llamar la atención al mismo aspecto de castigo en el bautismo:
Pablo describió la dura experiencia de Israel en el Mar Rojo como bautismo (1ª Co 10: 2) y Pedro en efecto llama bautismo a la experiencia del diluvio en tiempo de Noé (1ª P 3: 21). Pero de relevancia particular en este punto es el hecho de que el mismo Juan el Bautista usó el verbo baptizo para la prueba inminente en la cual Uno más poderoso que él esgrimiría su aventador para separar del reino del pacto a aquellos cuya circuncisión se había por falta de fe abrahámica vuelto incircuncisión y que debían, por consiguiente, ser cortados de la congregación de Israel y entregados a las llamas que no se apagan.
Con referencia a esta fuerte prueba judicialmente discriminatoria con su doble destino de recoger y Gehena, Juan declaró: «Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3:1; Lc 3:16; Mr 1: 8).
Ser infiel al pacto significaba ser cortado, eliminado por el azote del diluvio, ser destruido por el fuego de la ira de Dios. Así que las mismas marcas del pacto son también señales del juicio ineludible de Dios sobre los que rompen el pacto desde el principio de la historia. Todos los hombres han violado el pacto, pero los circuncidados de la iglesia del Antiguo Testamento (y se la llama iglesia en Hechos 7:38) y los bautizados del Nuevo, lo son doblemente.
Este conocimiento puede haber contribuido a los bautismos demorados en la iglesia primitiva, muchos lo diferían hasta el momento de la muerte; tal práctica fue, por supuesto, un pecado contra el pacto. El comentario de Kline respecto al bautismo de Jesús destaca con claridad el aspecto del castigo:
La recepción de Jesús del bautismo de Juan se puede entender más fácilmente en este enfoque. Como Siervo del pacto, Jesús se sometió en símbolo al juicio del Dios del pacto en las aguas del bautismo.
Pero el que Jesús, como Cordero de Dios, se sometiera al símbolo del castigo era ofrecerse a sí mismo a la maldición del pacto. Por su bautismo Jesús estaba consagrándose a su muerte sacrificial en el proceso judicial de la cruz. Tal concepto de su bautismo se refleja en la referencia de Jesús a su pasión venidera como un bautismo: «De un bautismo tengo que ser bautizado» (Lc 12: 50; . Mr 10: 38).
El bautismo de Jesús como símbolo de juicio apropiadamente concluyó con un veredicto divino: el veredicto de justificación expresado por la voz celestial y sellado por la unción del Espíritu, las arras del Mesías de la herencia del reino (Mt 3: 16, 17; Mr 1: 10,11; Lc 3: 22; Jn 1: 32, 33; Sal 2:7).
Satanás cuestionó este veredicto de calidad de Hijo, y eso condujo a una dura experiencia del combate entre Jesús y Satanás, empezando en la tentación en el desierto inmediatamente después del bautismo de Jesús y culminando en la crucifixión y la vindicación-resurrección del Cristo victorioso, preludio de su recepción de todos los reinos del mundo (la cuestión bajo disputa en la prueba; esp. Mt 4: 8; Lc 4:5).
La señal del pacto pone al receptor bajo las bendiciones y maldiciones particulares de Dios. Como hombre no redimido, ya está bajo la maldición. Al recibir la señal del pacto, un hombre está bajo una doble amenaza de castigo si viola ese pacto. Por esto Moisés estuvo en peligro de maldición por embarcarse en el llamamiento del pacto de Dios sin circuncidar a su hijo (Éx 4: 24-26).
Por esta razón también «es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios» (1ª P 4: 17), tanto debido a la doble ofensa como a limpiar la raza del pacto de Dios. A todos los que reciben la marca del pacto se les requiere ligar a los que están bajo ellos a la ley de Dios, y el juicio de Cristo sobre su iglesia es el ejercicio de su autoridad como el bautizado de Dios, el nuevo Adán.
El bautismo de Jesús nos dice más en cuanto al significado del bautismo: «Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él» (Mt 3: 16). Vos nos ofrece una buena perspectiva de este aspecto del bautismo:
El AT en ninguna parte compara al Espíritu con una paloma. En efecto representa al Espíritu como revoloteando, flotando sobre las aguas del caos, a fin de producir vida de la materia primitiva. Esto pudiera entenderse como una insinuación de que la obra del Mesías constituía una segunda creación, ligada con la primera mediante esta función del Espíritu en relación con ella.
El bautismo, así, es la entrada a la nueva creación, cuyo Rey es el nuevo Adán, Jesucristo. Es la señal del pacto del nuevo paraíso de Dios y de la ciudadanía allí.
En un documento de la iglesia primitiva leemos: «Ahora, la regeneración es por agua y Espíritu, como fue toda creación: “El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn 1: 2). Y por esta razón el Salvador fue bautizado, aunque no lo necesitaba, a fin de poder consagrar toda agua para los que estaba siendo regenerados.
El bautismo, entonces, enfáticamente se veía como el sacramento de la nueva creación, por el que se purga la vieja creación y se rehace. El Espíritu y el agua significan agencias de limpieza: VIII.
«El agua arriba del cielo». Puesto que el bautismo se realiza por agua y el Espíritu como protección contra el fuego doble, eso que sostiene lo que es visible, y eso que sostiene lo que es invisible; y por necesidad, habiendo un elemento inmaterial de agua y uno material, es una protección contra el fuego doble.
Y el agua terrenal limpia el cuerpo; pero el agua celestial, por razón de ser inmaterial e invisible, es un emblema del Espíritu Santo, que es el purificador de lo invisible, como agua del Espíritu, y la otra del cuerpo.
A pesar de los más bien complicados y extraños indicios de dualismo en este pasaje, lo que está claro es que el bautismo se veía, en sus aspectos internos y externos, como la recreación del mundo material y espiritual mediante la recreación total del hombre.
Las promesas al pueblo del pacto en el Antiguo Testamento son asombrosas; no se retractan en el Nuevo Testamento, sino que más bien se amplían. Como Murray observara correctamente:
Finalmente, no podemos creer que la economía del Nuevo Testamento sea menos beneficiosa que la del Antiguo. Es más bien el caso de que el Nuevo Testamento da más abundante alcance a las bendiciones del pacto de Dios.
No se nos conduce, en consecuencia, a esperar retractación; se nos conduce a esperar expansión y extensión. No estaría de acuerdo con el genio de la nueva economía suponer que hay la abrogación de un método tan cardinal de revelar y aplicar la gracia que está en el corazón de la administración del pacto de Dios.
Las aguas del bautismo hacen eco del juicio del diluvio y del cruce del Mar Rojo; también prometen un nuevo mundo, una tierra prometida en Cristo. Apuntan a la plenitud de la bendición con tanta certeza como reflejan el juicio de Dios sobre la vieja humanidad, el Adán caído en todos nosotros.

5. EL SACERDOCIO DE TODO CREYENTE

No es cierto lo que dicen los protestantes que «el sacerdocio de todos los creyentes» es una «doctrina del Nuevo Testamento» que salió a la luz con la Reforma.
La doctrina es de hecho un artículo de fe del Antiguo Testamento, como Éxodo 19: 5-6 dice con claridad, como también muchos otros pasajes:
Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Éstas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.
Primero: Estas palabras precedieron al otorgamiento de la ley, así que la exigencia de Dios («si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto») tiene referencia a la ley del pacto, los Diez Mandamientos y las leyes subordinadas. Sin obediencia a la ley de Dios, no puede existir ningún sacerdocio válido. El sacerdocio ante Dios es condicional a la obediencia a la ley del pacto de Dios.
Segundo: El pueblo de Dios debía ser «un reino de sacerdotes». El ámbito es el Reino de Dios; el sacerdocio de los creyentes, pues, tiene referencia a ese reino. No es un ministerio sacerdotal en el sentido de sacrificios. Esto aparece con claridad, no solo en el Antiguo Testamento, en donde el trabajo de ofrecer los sacrificios del tabernáculo estaba limitado al linaje de Aarón, sino también en el Nuevo Testamento, en donde la palabra hierus, sacerdote en el sentido de sacrificio, nunca se aplica a los creyentes.
El sacerdocio básico, el de todos los creyentes, es siempre con referencia al reino de Dios. Su propósito es, entonces, el establecimiento del orden de Dios, y la ley se da para ese propósito. Los «sacrificios» de este sacerdocio son «espirituales», o sea, un servicio obediente y fiel en el Espíritu Santo; se les llama a que sean «real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido (o singular)» (1ª P 2: 5, 9).
El objetivo de este sacerdocio es «reinar sobre la tierra» (Ap 5: 10; 20: 6); el instrumento de este reino o gobierno es la ley de Dios. El trabajo de sacrificio que le pertenecía al sacerdocio de Aarón fue llevado a su culminación y propósito por el sacrificio de Cristo. Los sacerdotes creyentes del Antiguo Testamento siempre tenían el deber de ofrecer sacrificios de servicio, alabanza y acción de gracias (antes que de expiación), y este deber continúa en los sacerdotes creyentes de la Iglesia (Ro 12:1; He 13: 15).
Tercero: El sacerdote creyente del Antiguo Testamento servía como sacerdote y gobernante sobre su casa y en su vocación. La misma responsabilidad sigue con el sacerdote-gobernante cristiano. Su familia y su vocación son aspectos dentro de los cuales se debe imponer la Ley y Palabra de Dios y ejercer el dominio de Dios.
Fue el sacerdocio creyente del Antiguo Testamento el que estableció la sinagoga como medio de promover la enseñanza de la ley y la adoración a Dios. Se debe recalcar que la adoración no se puede restringir a la sinagoga ni a la iglesia; es un aspecto de la vida diaria del hombre. El dar gracias antes de las comidas es una forma de adoración, como también otras formas del estudio familiar de las Escrituras y de alabanza a Dios.
La adoración en relación con el trabajo es y ha sido común. La iglesia tiene el ministerio de la palabra (aunque no exclusivamente) y de los sacramentos; aunque la adoración es un aspecto de la vida de la Iglesia, la adoración no es prerrogativa exclusiva de ella.
El mandato bíblico para la sinagoga se halla en Éxodo 18 :20: «Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer». Los orígenes de la sinagoga estuvieron tal vez en el cautiverio en Babilonia. La sinagoga no era solo un lugar de adoración, sino también de escuela primaria. La sinagoga también se consideraba como un tipo de escuela para adultos; era un lugar para conferencias, y también el escenario de decisiones legales.
Se ha vuelto requisito del judaísmo que diez hombres son necesarios para organizar una sinagoga. Incluso más importante que este número es el hecho de que, desde la antigüedad, el sacerdote creyente organiza la sinagoga, no una jerarquía religiosa. La sinagoga fue, pues, formada por los sacerdotes creyentes como un aspecto de su responsabilidad sacerdotal.
En el Nuevo Testamento, a la iglesia o «asamblea» también se la llama en el griego original como synagogué (Stg 2:2). La iglesia es la sinagoga cristiana, y tiene los mismos oficiales (ancianos) y la misma función básica llevada a su plenitud en Cristo. La iglesia del Nuevo Testamento se formó de la misma manera que la sinagoga.
Los misioneros apostólicos llevaron a Cristo a los convertidos; los convertidos entonces organizaron una iglesia y eligieron ancianos o gobernantes según las instrucciones de los apóstoles con respecto a sus cualidades (1ª Ti 3). La elección de los oficiales fue función de la congregación local, no de los apóstoles, que podían, sin embargo, declarar la Palabra y Ley de Dios no solo respecto a los oficiales, sino también a los miembros y su disciplina (1ª Co 5: 4-5).
Este poder de supervisión misionera estaba sujeto a la Palabra de Dios, por lo que San Pablo halló necesario indicar la base legal bíblica para sus pronunciamientos (1ª Co 5: 1- 13; 7:1-40; 8: 1-13, etc.).
De esa forma la iglesia local la «iniciaron» los misioneros, pero fueron los creyentes locales los que la establecieron y gobernaron. Su gobierno local no quería decir autonomía, pero tampoco la subordinación a la iglesia general tuvo ningún peso ni poder obligatorio aparte de las Escrituras.
Toda la autoridad, por estar cimentada en las Escrituras estaba, por consiguiente, limitada por las Escrituras.
Cuarto: el sacerdocio de todos los creyentes quiere decir lo que el Rvdo. V. Robert Nilson, en un sermón en Long Beach, California, en 1970, llamó «un ministerio de todo creyente». San Pablo, en Efesios 4: 7, declaró que a «cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo». A todo creyente se le da una responsabilidad madura en términos del reino de Dios.
En Efesios 4: 11 San Pablo cita algunos de los cargos de ese ministerio; no todos son llamados a estos cargos particulares y altos, pero «cada uno de nosotros» es llamado a servir a Dios en un llamamiento sacerdotal particular.
Tenemos la obligación de beneficiarnos del ministerio de otros y crecer, «para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (v. 14), sino como hombres maduros (v. 13), cumplir nuestras responsabilidades y ejercer dominio en nuestro ámbito designado.

LA CAPACITACIÓN DE TALES HOMBRES MADUROS ES FUNCIÓN DE LA IGLESIA.

El propósito de la iglesia no debe ser traer a los hombres a sujeción a ella, sino más bien capacitarlos en un sacerdocio real capaz de llevar el mundo en sujeción a Cristo el Rey. La iglesia es una estación de reclutamiento, el campo de entrenamiento y la armería del ejército de Cristo de sacerdotes reales. Es una institución funcional, no terminal.
La iglesia en gran medida ha servido solo de dientes para afuera al sacerdocio de todos los creyentes, porque su jerarquía ha desconfiado de las implicaciones de la doctrina, y porque ha visto a la iglesia como un fin en sí misma, y no como un instrumento.
Quinto: debido a que el sacerdocio de todos los creyentes tiene un propósito práctico, también la iglesia. Limitar la fidelidad de la iglesia a una profesión de fe es tan errado como limitar la fidelidad de los creyentes a una profesión de fe.
Tal profesión es necesaria, pero no basta. «Tú crees que Dios es uno; bien haces.
También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?» (Stg 2: 19, 20). Mucho antes que los discípulos se percataran por completo de la verdadera naturaleza y llamamiento de nuestro Señor, los demonios le confesaban como el Cristo y el Hijo de Dios (Mt 8: 29; Mr 1: 24; 3: 11; 5:7; Lc 4: 34;  Hch 19: 15). Un buen árbol produce buen fruto; y es por sus frutos que conocemos a los hombres (Mt 7: 16-20). La verdadera fe se revela en obras.
Por lo tanto es muy errado que los hombres arguyan que es un error separarse de una iglesia debido a que su profesión formal de fe es todavía ortodoxa. La mayoría de las iglesias modernistas siguen reteniendo credos y confesiones ortodoxas.
La declaración de que «separarse de una denominación que todavía es oficialmente sólida en doctrina es, sin duda, un asunto muy serio», no tiene sentido. Todo ladrón profesional es en apariencia un hombre honesto; no se proclama ladrón.
Virtualmente toda iglesia apóstata o negligente niega que sea otra cosa que una verdadera iglesia, así que ser «oficialmente sólida en doctrina» no significa nada. ¿Es sólida doctrinalmente en obra y en pensamiento, en profesión y en práctica?
Sexto: el sacerdocio de todos los creyentes es, como hemos visto, un «real sacerdocio», y tiene referencia al reino de Dios. Como Van Til ha señalado, «el reino de Dios es el summum bonum del hombre».
Con el término reino de Dios nos referimos al programa realizado de Dios para el hombre. Pensaríamos que el hombre;
(A) Adoptaría este programa de Dios como su ideal y;
(B) Pondría y mantendría sus poderes en movimiento a fin de alcanzar esa meta que le ha sido fijada y que él ha fijado por sí mismo.
Nos proponemos mirar brevemente este programa que Dios ha fijado para el hombre y que el hombre debe fijar para sí mismo.
El aspecto más importante de este programa es que el hombre debe realizarse como vicegerente de Dios en la historia. El hombre fue creado como vicegerente de Dios y debe realizarse como vicegerente de Dios. No hay contradicción entre estos dos enunciados.
El hombre fue creado un personaje y todavía tiene que hacerse incluso más personaje. Así que podemos decir que el hombre fue creado rey a fin de que pueda llegar a ser más rey de lo que fue.
El propósito de llamamiento del hombre como sacerdote es, por tanto, realizarse a sí mismo como vicegerente de Dios y dedicarse a sí mismo, sus áreas de dominio, y su vocación a Dios y al servicio del reino de Dios. La autorrealización del hombre es posible solo cuando el hombre cumple su vocación sacerdotal.
La tendencia de las instituciones iglesia, estado y escuela  y de las vocaciones es absolutizarse y hacer el papel de dioses en la vida de los hombres. La respuesta de los hombres a este problema ha llegado a ser la «democracia». La democracia, sin embargo, solo agrava la centralización del poder en manos institucionales, porque la democracia no tiene solución al problema de la depravación humana y a menudo ni siquiera reconoce el problema.
La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes, cuando se la desarrolla apropiadamente, da una respuesta cristiana al problema. La centralización del poder institucional no puede florecer donde florece el sacerdocio. La aplicación práctica del concepto del sacerdocio llevó al judaísmo a través de los siglos a la formación de un estado dentro de un estado y a una sociedad dentro de sociedades. La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes, cuando se sigue, es un programa no solo para la supervivencia sino también para la victoria. El concepto moderno de la democracia es una parodia lamentable de esta doctrina.

6. LA DISCIPLINA

Un aspecto importante y básico de la ley de la iglesia es la disciplina; es también un tema muy malentendido en la iglesia, escuela y vida familiar. Para ilustrar este malentendido, se puede citar el caso de una pareja piadosa con una hija descarriada y seriamente delincuente. Quejándose de la conducta de la hija su condición de soltera y encinta, y su desprecio de su autoridad, los padres insistían en que la habían «disciplinado» regularmente.
Se le había privado de varios privilegios, y a menudo le habían dado palmadas y tundas cuando pequeña. Todo esto era cierto, pero el hecho persistía que la niña había crecido radicalmente sin disciplina.
Los padres habían confundido, como demasiadas personas lo hacen, el castigo con la disciplina, y las dos cosas son marcadamente diferentes. La disciplina es la capacitación sistemática y sumisión a la autoridad, y es el resultado de tal entrenamiento.

EL CASTIGO ES LA PENA O AZOTES ADMINISTRADOS POR APARTARSE DE LA AUTORIDAD.

La disciplina y el castigo son temas afines, pero distintos.
Lo que las iglesias quieren decir cuando se jactan de una «disciplina estricta» por lo general no es disciplina, sino castigo estricto. Una iglesia que no administra castigo, lo más probable es que sea una iglesia indisciplinada. Sin embargo, una iglesia que continuamente interviene en cuestiones de castigo es también con toda probabilidad una iglesia indisciplinada.
La misma observación es válida para escuelas y familias. En el caso de la hija delincuente citada arriba era definitivamente este caso. La muchacha, ya casi de 20 años, estaba encinta y en malas compañías, dada a experimentar con narcóticos y mucho más, pero no sabía cómo coser o cocinar, ni estudiar ni trabajar, ni obedecer una orden sencilla. Sus padres se habían encolerizado con ella, y la habían castigado, y ella se había enfurecido con ellos, pero la disciplina había brillado radicalmente por su ausencia en el hogar.
En donde no hay disciplina, el castigo es inefectivo y se acerca más a un abuso que a una corrección.
A no entender la diferencia entre disciplina y castigo se debe una gran parte del desorden en la iglesia. En casi toda iglesia donde se habla de disciplina en realidad se quiere decir castigo. En la confusión de las dos cosas por lo general se pierde la disciplina. «El libro de disciplina» de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa es en sí un libro sobre procedimientos judiciales para evaluar y castigar el pecado y la mala conducta. Nada se dice en cuanto a la verdadera disciplina. Lo mismo es cierto en iglesia tras iglesia.
¿Qué es la disciplina, en esencia? Según la definición del diccionario, la disciplina es la capacitación sistemática y sumisión a la autoridad, y el resultado de tal entrenamiento. Se debe añadir que disciplina viene de discipulus, palabra latina que a su vez se deriva de disco, aprender.
Ser discípulo y estar bajo disciplina es ser un aprendiz en un proceso de aprendizaje. Si no hay aprendizaje, ni crecimiento en el aprendizaje, no hay disciplina.
Lo primero y más importante al considerar la disciplina de la iglesia es el hecho de que el aprendizaje o disciplina es por la Palabra de Dios, por las Escrituras.
Una iglesia indisciplinada es una iglesia en la cual hay un fallo en la proclamación y enseñanza de las Escrituras. Una iglesia que niega la Biblia no puede tener disciplina.
Una iglesia que predica para lograr conversiones, pero no para crecimiento, no puede tener disciplina. Una iglesia que es antinomiana ha negado la premisa del crecimiento y no puede tener disciplina. San Pablo declaró que «la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Ro 10: 17).
La regeneración es inseparable de la palabra de Dios. Una iglesia viva es una iglesia que oye la palabra, crece en términos de la palabra, y es disciplinada por la palabra.
Segundo: los castigos eclesiásticos, aunque necesarios y bíblicos, no pueden reemplazar a la palabra de Dios como medio de disciplina. Debido a que la palabra siempre va acompañada por el poder de Dios, tiene una capacidad de disciplinar o enseñar que falta por completo en toda acción de sínodos y concilios aparte de la palabra. La palabra de Dios realiza sus propósitos sin fallar, se nos asegura:
Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié (Is 55: 10, 11).
Alexander identificó «palabra» aquí como «todo lo que Dios pronuncia, bien sea como predicción o mandamiento»1. Plumptre identificó «palabra» con «los propósitos de Dios». Calvino reconoció la identidad de esta palabra con las Escrituras, y con «el poder y eficacia de la predicación» cuando es plenamente fiel a las Escrituras. Condenará al malvado y salvará y fortalecerá a los elegidos según el propósito de Dios.
El que una iglesia ponga su confianza en el poder disciplinario de su propia palabra, y en sus poderes para castigar, y que margine el poder de enseñanza de la palabra de Dios, es abandonar la verdadera disciplina por la anarquía. Hay una enseñanza sobrenatural o poder disciplinador inherente en la palabra del Dios sobrenatural que les falta a las palabras y acciones de los hombres. Cada vez que la iglesia olvida, descuida o limita la palabra, también la iglesia abandona el poder divino de la palabra de Dios por una enseñanza puramente humanista.
No es sorpresa, por consiguiente, que las iglesias antinomianas hayan producido cristianos impotentes y humanistas y el mundo que les rodea continuamente ha ido colapsando en ideología humanista.
Tercero, en la verdadera disciplina, el proceso de aprendizaje lo guía y promueve el Espíritu Santo, que es dado a los elegidos para que puedan conocer las cosas que son de Dios. Como San Pablo dijera:
Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido (1ª Co 2: 9-12).
Pasando ahora al castigo eclesiástico, el pasaje central es Mateo 18:15-20, que por lo general se asume como base para la disciplina. En realidad, el procedimiento bosquejado sencillamente determina si el malhechor es dócil al castigo, si hay alguna disciplina de la palabra en su vida. La presuposición es que hay una transgresión real de parte de un miembro u oficial de la iglesia.
El primer paso (v. 15) es confrontar a la persona con su transgresión en términos de la ley de Dios.
¿Conoce la ley de Dios, y están listos para someterse a ella? Si en efecto se someten a la ley de Dios, en verdad son un «hermano» en el Señor.
Segundo, si abandonan la palabra y rehúsan oírla, su negativa debe ser confirmada en la boca de por lo menos otro testigo, de modo que por lo menos dos testigos puedan atestiguar su apostasía o incredulidad (v. 16). La referencia aquí, de nuevo, es a la ley de Dios, una ofensa contra ella, una reprensión en términos de esta ley, y no aceptar esa ley.
El tercer paso es declarar a la iglesia la falta de disposición de la parte culpable, «y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano» (v. 17). El único proceso judicial posible que puede tener lugar en esta tercera etapa es si la parte acusada niega que las acusaciones sean ciertas. Una audiencia entonces puede determinar si las acusaciones son verdad o falsas, si de veras se ha transgredido la ley de Dios.
El que una de las partes no acepte la ley de Dios debe llevar a una ruptura con él, a la excomunión. Se le debe considerar como pagano o publicano.
La premisa y base de autoridad del individuo que confronta a la parte culpable, y de la iglesia en su poder de excomunión es la Ley y Palabra de Dios.
Cuando los hombres «atan» en la tierra la conciencia de los hombres en fidelidad a esa palabra, sus acciones son válidas en el cielo. Cuando en fidelidad a la palabra perdonan a los hombres en arrepentimiento y restitución, a quien ellos desaten en la tierra será desatado en el cielo (vv. 18, 19).
Esta autoridad es ministerial, no legislativa; o sea, el hombre está ligado a la palabra de Dios, y no Dios a la palabra del hombre. Cuando el hombre actúa en fidelidad a la palabra de Dios, puede esperar por completo que Dios respalde la fidelidad, «porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (v. 20).
La referencia primaria aquí es a acciones judiciales de castigo y perdón, pero la referencia es también general, de modo que, en lo que sea que los creyentes y las iglesias hagan en fidelidad a la Ley y Palabra de Dios, pueden contar con la presencia y respaldo del poder supremo del mismo Señor.
Mateo 18: 15-20 se refiere y se basa en las leyes del Antiguo Testamento: Levítico 19: 17 requiere la reprensión; Deuteronomio 17:6 y 19:15 requiere por lo menos dos testigos. Cristo volvió a enunciar esta ley, y las epístolas apostólicas repetidas veces la confirman: Lucas 17:3; Santiago 5: 20; 1ª Pedro 3: 1; Juan 8:17; 2ª Corintios 13:1; Hebreos 10:28; 1 Timoteo 5:19-20; Romanos 16:17; 1 Corintios 5:9; 2 Tesalonicenses 3:6, 14, 2 Juan 10; Mateo 16:19; Juan 20:23; 1ª Corintios 5:4-5; Mateo 5: 24; Santiago 5: 16; 1ª Juan 3: 22; 5:14.
Todos estos versículos confirman la plena validez de las leyes del Antiguo Testamento. En Santiago 5: 16 y 1ª Juan 3: 22; 5: 14, la relación entre la obediencia a la ley y la oración eficaz se recalca fuertemente.
Por lo tanto, no puede haber verdadera disciplina en una iglesia, ni en una escuela u hogar, a menos que también haya una predicación plena y fiel de la Ley y Palabra de Dios. El antinomianismo no puede producir disciplina.
Se debe añadir, no obstante que, así como la disciplina no se puede equiparar al castigo, la disciplina no se puede equiparar al orden. Cierto tipo de orden también puede ser resultado de estancamiento y muerte; el cementerio por lo general es un lugar ordenado, mucho más ordenado que la mejor de las ciudades, pero es difícilmente un orden recomendable para la vida.
El orden falso es tan ajeno a la disciplina como el desorden. La expresión común «ley y orden» resume el asunto.
El verdadero orden es producto de la verdadera ley. La disciplina de la Ley y Palabra de Dios es lo único que produce un orden verdadero.

SE DEBE AÑADIR QUE EN ALGUNOS CASOS HAY UNA ALTERNATIVA AL CASTIGO.

Hay la separación. En Hechos 15:36-41 leemos de un serio desacuerdo entre Pablo y Bernabé. La respuesta a este conflicto no fue Mateo 18:15-20, seguido de juicios en la iglesia y apelaciones. Si Pablo y Bernabé hubieran seguido este curso, ni uno ni otro hubieran podido lograr mucho trabajo.
Pablo podía haber estado atascado con apelaciones sin fin y pruebas sobre acusaciones de difamar a Juan Marcos, o podía haber acusado a Bernabé de descuido de su obligación por no castigar a Marcos.
En lugar del Evangelio de Marcos y las Epístolas de Pablo, habríamos tenido interminables documentos legales de ambos, si algunos religiosos modernos se hubieran salido con la suya. Más bien, Pablo y Bernabé se separaron, y ambos lograron mucho en sus viajes separados.

7. LAS REPRENSIONES Y LA EXCOMUNIÓN

En 1ª Timoteo 5: 1-16 San Pablo habla de la reprensión a miembros de la iglesia.
A los ancianos hay que tratarlos primero «como a padre», a los jóvenes hay que reprenderlos como «a hermanos», «a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas». Las viudas, los hombres y mujeres, los ociosos y los chismosos son todos mencionados por San Pablo en su declaración sobre la reprensión.
La reprensión es la primera etapa del castigo y tiene referencia a Mateo 18: 15; tiene referencia a una ofensa conocida y obvia que el pastor o miembro llama la atención del ofensor a la luz de las Escrituras; también puede ser el último paso en algunos asuntos que exijan una reprensión pública (1ª Ti 5:20).
En esta epístola San Pablo se interesa en la ley (1 Ti 1:3-11). Los asuntos referentes a reprensión, castigo y excomunión se citan entonces según los problemas de la iglesia; son en esencia cuestiones de fe y moral, de autoridad y ley. El objetivo de tales acciones no es la iglesia, sino el reino de Dios; no una institución, sino el reino de Dios.
Algunos de los aspectos citados por San Pablo, aunque no son todos de ninguna manera, son:
Primero, la autoridad. Los hombres deben asumir el liderazgo en cuestiones de fe tanto como en el hogar, y las mujeres no deben salirse de los límites de su posición (1ª Ti 2: 8-15). San Pablo, de este enunciado de autoridad, pasa a tratar de la autoridad de un obispo o presbítero en términos de requisitos. La autoridad es dada solo a los hombres que pueden ejercer autoridad, y cuya capacidad para disciplinarse a sí mismos y a su casa se haya demostrado (1ª Ti 3: 1-13).
Segundo, se discuten aspectos de doctrina y falsa enseñanza sobre la doctrina y la moralidad (1ª Ti 4: 1-16). Se condena el ascetismo y el celibato sacerdotal. No tenemos aquí ninguna ley nueva, sino que es confirmada la ley bíblica en general, y la fe bíblica como un todo. Ninguna dispensación nueva ha dejado obsoletos los conceptos del Antiguo Testamento en cuanto a carnes y matrimonio.
Tercero, se citan aspectos de moralidad como motivos para reprensión. Es obligación de los padres enseñar piedad a sus hijos. Examinemos específicamente lo que San Pablo dice. En 1 Timoteo 5: 3 ordena: «Honra a las viudas que en verdad lo son».
La traducción de Moffatt [en inglés] con precisión parafrasea esto como: «A las viudas en necesidad real se les debe sostener de los fondos». El significado de honrar a padre y madre es obvio que incluye el sustento. Las viudas excluidas del sustento de la iglesia son, como Lenski lo resumió, «las que tienen familiares y las que se dedican a la vida alegre». Las viudas dignas, a cambio de su sostenimiento, trabajan en la iglesia.
Entonces se citan a las viudas con familias. Estas tienen una función de enseñanza, como también la iglesia, en relación con sus hijos y nietos:
Pero si una viuda tiene hijos o nietos, ellos son quienes primero deben aprender a cumplir sus obligaciones con los de su propia familia y a corresponder al amor de sus padres, porque esto agrada a Dios (1ª Ti 6: 4, VP).
El no cuidar a los miembros de la familia de uno, por tanto, constituye una violación del quinto mandamiento; es también una violación del octavo, en que es una forma de robo. Este mismo punto, el deber de proveer para la familia de uno, se vuelve a enunciar en el v. 8:
Pues quien no se preocupa de los suyos, y sobre todo de los de su propia familia, ha negado la fe y es peor que los que no creen (VP).
El comentario de Lenski sobre este versículo es muy acertado:
Esto se enuncia en su forma más fuerte. En el v. 4 es: «aprendan éstos». Aquí el sentido es: «si uno no aprende, este es el veredicto que hay que pronunciar sobre él». Pero en el v. 4 tenemos el caso de una viuda sola; aquí es una cuestión de todos y cada uno de los dependientes. La referencia a «alguno» es perfectamente clara; es la persona que tiene un núcleo familiar, cuya responsabilidad es proveer para los miembros de su casa.
El verbo quiere decir «pensar de antemano» y así (intensificado) llevar a la práctica ese pensamiento, o sea, «proveer». Pablo lo indica de la manera más completa: «proveer para los suyos y especialmente para los miembros de su familia».
La lectura preferida tiene solo un artículo, porque Pablo no se refiere a dos grupos distintos «Los suyos» son todos los que pertenecen a ese núcleo familiar, siervos y miembros de la familia. Aquí hay un fuerte argumento respecto al sustento de una madre o abuela viudas; si uno debe proveer incluso para sus criados, cuánto más para la madre o abuela de uno. Pero se incluye a todos los dependientes; padre y madre, si estos son dependientes, esposa e hijos, y también otros parientes tales como sobrinos huérfanos.
Esta es la enseñanza cristiana. Ahora el que no vive a la altura de esa «fe niega», etc.
A fin de dejar en claro la enormidad de tal acción, Pablo añade a manera explicativa: «y es peor que un incrédulo», uno que nunca creyó ni nunca profesó creer. El pensamiento no es que el incrédulo siempre proveerá para los miembros de su familia y sus criados; muchos no lo hacen; sino que cuando un incrédulo no lo hace, malo como es, y mala como es su acción, no es tan mala como tener la verdadera enseñanza y después flagrantemente negarla.
Lo que una congregación debe hacer con un miembro de este tipo no necesita añadirse. Su veredicto está escrito aquí.
Los que no sostienen a los suyos primero deben ser reprendidos y luego excomulgados.
En donde interviene falsa doctrina, se nos pide que nos «apartemos» de tales personas (Ro 16: 17), en verdad que los «rechacemos después de una primera y segunda amonestación». No debemos recibir a tales personas en nuestra casa, ni acogerlas, porque hacerlo nos convierte en partícipes de sus malas obras (2ª Jn 10, 11).
En donde hay inmoralidad como la de no dar sustento, a tales hombres también hay que rechazarlos. Lo mismo se aplica a los fornicarios no arrepentidos que son miembros de la iglesia: se les debe excomulgar (1ª Co 5: 9-11).
Así como «honrar» quiere decir más que respeto verbal e incluye sustento, «recompensar» y «proveer» quiere decir más que solo sustento financiero. Proveer para los hijos de uno incluye una educación cristiana, porque se debe hacer provisión para la mente y para el cuerpo del niño. Poner a los hijos en una escuela pública o en una escuela atea es no proveer adecuadamente para ellos.
Se debe notar que la iglesia apostólica, y por siglos después la iglesia cristiana, proveyó para las viudas, huérfanos y los enfermos, para todos los necesitados, como parte de su obligación. En 1ª Timoteo 5: 10 se hace referencia a hospedar forasteros, y en otras partes a la hospitalidad (1ª Ti 3:2).
En esos días, los mesones fuera de Palestina por lo general eran casas de prostitución también, y por consiguiente no eran lugares donde los cristianos debían quedarse. Como resultado, la obligación de atender a los cristianos que viajaban era importante. La iglesia primitiva era así un gobierno muy vasto, y continuó siéndolo casi hasta el siglo 20.
Es importante volver a repetir aquí el significado del gobierno en su sentido histórico bíblico. El gobierno básico del hombre es el autogobierno del hombre cristiano. La familia es un aspecto importante del gobierno también, y el básico.
La iglesia es un aspecto de gobierno, y la escuela es otro. La vocación del hombre es un aspecto de gobierno, y la sociedad en general gobierna a los hombres por sus estándares y opiniones. El estado es, pues, un gobierno entre muchos; es un gobierno civil, y no se le puede permitir que usurpe o se apropie de aspectos que no le pertenecen.
Debido al concepto bíblico del gobierno, existen muchas esferas de ley, y cada una tiene su autoridad interna, disciplina y requisitos. Estas esferas son separadas pero están entrelazadas. El estado, por ejemplo, debe exigir que los hijos sostengan a sus padres, pero la iglesia, sea que el estado actúe o no, tiene la obligación de enseñar y castigar o excomulgar a sus miembros en el mismo asunto. De modo similar, se requiere de la familia que enseñe tal sustento (1ª Ti 5: 4) y que se las entienda con sus miembros pródigos si no obedecen.

OTRO ASPECTO DE MORALIDAD CITADO POR SAN PABLO ES RESPECTO A LOS SALARIOS.

El principio, previamente considerado en relación con Deuteronomio 25: 4: «No pondrás bozal al buey cuando trillare» es que «Digno es el obrero de su salario» (1ª Ti 5: 18). Las consideraciones económicas no se marginan por este requisito sino que más bien se refuerzan. El sabio es buen mayordomo no solo del dinero y materiales sino también de los hombres. El hombre que paga a sus obreros lo menos posible es en última instancia el que pierde ante Dios.
Por tanto está claro que el castigo impuesto por la iglesia tiene referencia primaria a la conducta del hombre ante Dios y el hombre; la reducción de una buena parte del castigo de la iglesia a las ofensas contra ella es una perversión de las Escrituras y una limitación de la jurisdicción de la iglesia.

8. PODER Y AUTORIDAD

San Pablo, al recordar a los cristianos de Corinto de su destino, dijo: «¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?» (1 Co 6:2). Moffatt [en inglés] traduce esto: «¿No saben ustedes que los santos van a gerenciar el mundo?», significado que necesitamos recordarnos.
El gobierno de la iglesia es un preludio del gobierno del mundo, no por la iglesia sino por «los santos». Al tratar de establecer el gobierno necesario de la iglesia hacia ese fin, la apelación constante de Pablo fue, no a la forma de gobierno de la Iglesia ni a los miembros, sino a la Ley de Dios y al crecimiento de los santos en términos de ella (1ª Co 6: 5—9:27). Juzgar, gobernar y administrar el mundo se da en términos de la Ley de Dios.
Cuando San Pablo expresó indignación ante la idea de que los cristianos acudieran a un tribunal romano, estaba hablando como buen judío, en la tradición de la ley (1ª Co 6: 1). Acudir a un tribunal externo estaba prohibido en Israel, bajo circunstancias normales, en problemas entre judíos. En tales casos se recurría a las cortes judías, tradición de ley mantenida hasta este día en muchos círculos.
De modo similar, San Pablo sentía que, entre creyentes, las autoridades de la iglesia constituían el cuerpo gobernante. Entre un judío y un gentil, o entre un cristiano y un no cristiano, podría haber un uso legítimo de tribunales civiles. Esos tribunales, por no regirse por la ley de Dios, no eran agencias de justicia confiables.
Acudamos ahora a la Odisea de Homero. Odiseo vuelve a casa después de muchos años de recorrido por todo el mundo. Durante ese tiempo, no se le había ocurrido que tal vez se exigiría castidad de él, aunque la esperaba de su esposa y sus esclavas. Los pretendientes de su esposa porque se presumía que Odiseo estaba muerto violaron a algunas de sus esclavas. Odiseo mismo reconoció esto:
«Ustedes, perros, se dijeron que yo nunca más volvería a casa de la tierra de los troyanos, y arruinaron mi casa, y se acostaron con mis criadas por la fuerza, y traicioneramente cortejaron a mi esposa mientras yo todavía estaba vivo».
El aya Euriclea dijo que doce de sus cincuenta esclavas habían estado involucradas: «De estas, doce en total han ido por el camino de la vergüenza, y no me honran, ni a su señora Penélope». Después de matar a los pretendientes, Odiseo y su hijo Telémaco, y otros, se dirigieron a las jóvenes, para ejecutarlas.
Telémaco colgó a las doce en un cable. El porqué de la ejecución lo expresó Telémaco: «Estas  han vertido deshonra sobre mi cabeza y la de mi madre, y se han acostado con los pretendientes». La ofensa de las muchachas no fue contra Dios, sino contra Odiseo y Telémaco. La participación de estas muchachas con los hombres que las violaron, o que tal vez las sedujeron, no era tan importante como la «deshonra» que sentían Odiseo y Telémaco.
La ley para ellos no tenía un alcance mayor que ellos mismos. «Las muchachas eran propiedad suya. La disposición de propiedades era entonces, como ahora, cuestión de conveniencia, y no cuestión de bien o mal».
Lo mismo fue cierto al principio en Roma. El padre tenía poder sobre sus hijos; eran propiedad suyas. La ley no trascendía al hombre, y estaba esencialmente limitada a la familia del hombre. Más tarde, el Estado asumió los poderes de la familia y se convirtió en el padre de su pueblo y la fuente de ley.

EN CUALQUIER CASO, LA LEY ERA ESENCIALMENTE HUMANISTA Y CENTRADA EN EL HOMBRE.

Puesto que el hombre como jefe de la familia o el hombre como líder estatal dictaba la ley, la ley era total. Esto aparece muy claramente en las Leyes de Platón:
Lo principal es que nadie, ni hombre ni mujer, debe jamás estar sin una autoridad establecida sobre él, y que nadie se dé el hábito mental de dar un paso, sea con fervor o en broma, sobre su responsabilidad individual o sea, debemos entrenar la mente a ni siquiera considerar actuar como un individuo o saber cómo hacerlo.
Si no existe la Ley de Dios, las alternativas humanistas del hombre, cuando se llevan a sus conclusiones lógicas, quieren decir anarquía o estatismo totalitario.
El comentario de Brophy sobre el caso de Leopold y Loeb es revelador en este punto:
Lo que se percibe al leer un relato del caso es un fracaso o, más bien, una confusión de parte de la sociedad, que, en todos sus tratos con Leopold y Loeb en su educación y en lo equivalente a su educación adicional, su juicio, nunca les ofreció alguna razón por la que no debían asesinar o por qué debían sentir algún remordimiento.
Lo que sí les ofreció fue Dios, y ellos vieron a través de Él. «Él abandonó la idea de que había un Dios», dijo uno de los informes médicos sobre Leopold, «diciendo que, si existía un Dios, algún pre-Dios debía haberlo creado». En esto, razona por analogía. Como les habían enseñado que la ley moral derivaba sus sanciones de Dios, los jóvenes usaron la lógica al llegar a la conclusión de que expulsar a Dios era expulsar también la ley moral.
En verdad esto -razonaba- fue su delito a los ojos de la sociedad, o por lo menos el delito de Leopold, el más inteligente de los dos. Y, después de llegar a esa posición por la razón, no podía ser inducido a cambiarla bajo la presión emocional de la amenaza de muerte. Como el informe médico anota: «Dijo que la congruencia siempre había sido una especie de Dios para él».
La sociedad no pudo hacer nada con Leopold excepto clasificarlo como anormal, o sea, que era un no conformista en sus gustos sexuales, su propia imaginación.
Anarquismo o totalitarismo son las alternativas. Bien sea gente que, según la esperanza de Platón, «ni siquiera  consideran actuar como individuos ni saben cómo hacerlo», o individuos que son la ley absoluta para sí mismos; estas son las alternativas que el humanismo le ofrece al hombre.
Pero los santos han de gobernar al mundo según la ley de Dios, lo que quiere decir que deben conocer esa ley. Por lo tanto, un requisito básico para que la Iglesia tenga una vida saludable es un estudio constante de la ley de Dios, sus implicaciones y aplicaciones.

LA CUESTIÓN DE LA AUTORIDAD ES INSEPARABLE DE LA LEY EN CUALQUIER SENTIDO BÍBLICO.

Un significado primario de autoridad es «el derecho de mandar e imponer obediencia; el derecho de actuar oficialmente». La palabra autoridad se deriva del latín augeo, aumentar. La autoridad tiene un aumento natural en ella. La verdadera autoridad prospera y abunda. Poder y autoridad no son palabras idénticas.
Poder es fuerza o potencia; el poder puede existir y a menudo existe sin autoridad.
El poder de Odiseo y Telémaco, y los poderes del Imperio Romano, eran poderes de verdad, pero, en los términos de la ley de Dios, carecían de autoridad, aunque tuvieran una autoridad formal como gobiernos legítimos en sus sociedades. Como
Denis de Rougemont señaló: «Uno no se convierte en padre robándose un hijo.
Uno puede robarse un hijo, pero no la paternidad. Uno puede robar el poder, pero no la autoridad».
La iglesia debe, por su fidelidad a la Ley y Palabra de Dios, establecer, fortalecer y aumentar su autoridad. Su poder aumentará - les indicó San Pablo a los corintios- en la medida en que los cristianos obedezcan la ley de Dios y la iglesia la aplique a sus asuntos internos, y llame a sus ciudadanos miembros a aplicarla en el mundo que los rodea.
La base de este poder incrementado es Jesucristo, que declaró: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra» (Mt 28:18). Como poseedor absoluto de todo poder, Él es la fuente predestinante de todo poder inmediato.
También es la coincidencia perfecta de poder y autoridad. En la escuela de la historia, la iglesia se ve estorbada, reprendida, y humillada cada vez que su poder deja de basarse en la autoridad de la Palabra y ley de Cristo, o cada vez que su autoridad trata de respaldar a otros señores que no sean Cristo.
A la iglesia se le requiere enseñar a todos los hombres y naciones «que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mt 28: 20). Su presencia y su poder sostienen a aquellos que enseñan la observancia de todo lo que Cristo ordena.
El poder, cuando está divorciado de la autoridad santa, se vuelve progresivamente demoníaco. La autoridad puede ser legítima en el sentido humano, apoyándose en la sucesión o elección, y sin embargo ser inmoral y hostil al orden de Dios.
La autoridad de Nerón era legítima en cierto sentido, y a los cristianos se les requirió que la obedecieran, pero su autoridad era impía e implícita y explícitamente satánica en su desarrollo. El orden verdadero requiere que el poder y la autoridad sean santos en su naturaleza y aplicación.
Algunos de los aspectos de este problema se pueden ilustrar mejor con el informe de un cristiano capaz e inteligente que de repente se dio cuenta de que sus castillos en el aire quizá eran satánicos. Soñó con tener suficiente poder para eliminar por ejecución a todos los traidores y comunistas, y convertir milagrosamente a todos los estadounidenses. En su pensamiento, dio asentimiento a Cristo; en su imaginación estaba pidiéndole a Cristo que se sometiera a la tentación de Satanás.
Quería obligar a creer con milagros (Mt 4: 5-7), y proveer seguridad milagrosa para los problemas (Mt 4:1-4).
Entonces planteó una pregunta muy reveladora: ¿La única alternativa es el camino de la conversión y el amor sin ningún orden jurídico, ni coacción, ni milagros, o de alguna manera los milagros, las leyes y la coacción tienen algún lugar?
Para responder a esta pregunta, miremos primero a Mateo 13:58, que nos dice que «en su propia tierra», Nazaret (Mt 13:54), Jesús «no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos». Es un serio error decir que el poder de Jesús para realizar milagros estaba condicionado a la fe de la persona o de parte del público. Su poder era enteramente suyo, en virtud de su deidad; no dependía en ningún sentido de la respuesta de la gente. Tenía que haber, entonces, otra explicación del número limitado de milagros realizados en Nazaret.
Algunos fueron realizados, aunque es obvio que no en público, porque se nos dice que «no hizo allí muchos milagros», lo que implica que se hicieron algunos. Los milagros nunca se realizaron para convertir a la gente; Jesús rechazó la exigencia de los escribas y fariseos de darles una «señal» específicamente destinada a obligarlos a creer o, más bien, a hacer la fe innecesaria debido a la vista (Mt 12: 38, 45; 16: 1-5).
El propósito de los milagros fue glorificar a Dios, y las reacciones de fe a los milagros eran también para glorificar a Dios (Mr 2: 12). Hay, por tanto, un lugar muy importante en la vida del convertido para la ayuda milagrosa y providencial de Dios; es un aspecto de su cuidado gobernante [providencia].

DE IGUAL MODO HAY UN LUGAR PARA LA COACCIÓN. LA JUSTICIA Y LA LEY LO REQUIEREN.

Son fútiles, sin embargo, sin una base en un pueblo de fe que pueda mantener y desarrollar un orden social. Si mañana todos los enemigos internos y externos de los Estados Unidos de América desaparecieran milagrosamente, el resultado principal sería un mayor deterioro y decadencia de la vida estadounidense. Habría libertad para pecar con impunidad en lo que respecta a las consecuencias históricas.
Si todos o casi todos los norteamericanos milagrosamente se convirtieran al mismo tiempo, el mal sería consolidado. Los motivos de estos castillos en el aire eran humanistas; su propósito era la paz y la libertad nacional. Si hubiera sido la paz y la libertad internacional, la idea humanista no hubiera sido menos real. El fin principal de tal sueño es un orden humano y una paz humana. Es solo una variante del evangelio social.
El propósito principal de la conversión es que el hombre se reconcilie con Dios; la reconciliación con su semejante y consigo mismo es un aspecto secundario de este hecho, un producto secundario necesario, pero de todas formas secundario.
El propósito de la regeneración es que el hombre reconstruya todas las cosas en conformidad con el orden de Dios, no según el deseo de paz del hombre. Este propósito y misión incluye la ley y la coacción.

LA REGENERACIÓN ES EL ACTO SOBERANO DE DIOS DENTRO DE SU PROPÓSITO SOBERANO.

Es coactiva porque es un acto de Dios, y sin embargo, como el hombre mismo es un acto de Dios, la regeneración no es coactiva porque viene como clímax de la obra de Dios dentro del corazón del hombre. Ni las conversiones ni los milagros son obra del hombre. El que el hombre busque conversiones forzadas o milagros según sus propias esperanzas es un error; el hombre puede exigir obediencia a la ley de Dios, pero no puede actuar como si fuera Dios.
Donde el poder y la verdadera autoridad están juntos, allí el hombre no actúa como si fuera Dios; sirve a Dios en términos de su ley y ora a Dios. El poder y la autoridad se usan para promover el orden santo, y no las esperanzas humanas de orden. El orden de Dios requería la caída de Roma, no su paz. Muchos cristianos oraban por Roma, y legítimamente; pecaron cuando limitaron la obra de Dios al contexto del imperio.

9. LA PAZ

Un propósito fundamental del plan de Dios para el hombre y la tierra es el establecimiento de su paz. Esta paz a menudo se describe simbólicamente como una paz no solo con Dios, sino entre los hombres, y entre el hombre y la naturaleza.
Se nos dice:
Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará.
La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar (Is 11: 6-9).
Otro símbolo igualmente familiar tiene que ver con la vid y la higuera. Ambos son símbolos no solo de paz, sino también de fertilidad y prosperidad. Los hallamos repetidas veces en las Escrituras (2ª R 18: 31; Is 36: 16), pero sus enunciados más conocidos son los siguientes:
Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra.
Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente; porque la boca de Jehová de los ejércitos lo ha hablado (Miq 4: 3, 4).
Y Judá e Israel vivían seguros, cada uno debajo de su parra y debajo de su higuera, desde Dan hasta Beerseba, todos los días de Salomón (1 R 4:25).
En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera (Zac 3:10).
De éstos, Miqueas 4:3, 4 y Zacarías 3:10 son profecías mesiánicas que describen la culminación del reinado del Mesías.
Jesús se refirió a sí mismo como la fuente de esta paz, como la vid verdadera, declarando: «Yo soy la vid verdadera» (Jn 15: 1). Más directamente, dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Jn 14: 27). Cuando Jesús maldijo a la higuera (Mt 21: 19; Mr 11: 13, 14), fue la paz de Israel la que maldijo Él, que es la paz verdadera.
Antes de la caída, no solo el hombre moraba en paz en el Edén, sino la tierra también, y los animales. Esa paz la quebrantó del hombre, y ahora, San Pablo declara: «toda la creación» espera fervientemente la liberación y restauración que se hará por Cristo y los hijos de Dios (Ro 8: 19-23).
La restauración de esa paz empieza con la restauración del hombre a la vida por la obra regeneradora de Jesucristo. El hombre es entonces una nueva creación (Moffatt, 2ª Co 5: 14 [en inglés]; «Hay una nueva creación dondequiera que un hombre pasa a estar en Cristo; lo viejo ha pasado, lo nuevo ha llegado»).
El concepto de la paz que es herencia de todo hombre en Cristo es parte de la doctrina del sabbat, del reposo del hombre en su Señor. Se requiere que a la misma tierra se le den su reposo y su paz, porque la tierra es del Señor.
Este concepto de la paz tuvo una profunda influencia en la ley. El comentario de Keeton sobre la doctrina medieval de la paz en Inglaterra es muy instructivo:
Otro factor de importancia que influyó en el crecimiento de la ley criminal en el primer siglo después de la conquista fue el concepto de la paz del rey. En la ley sajona todo hombre libre tiene una paz. También la tenía la Iglesia, y la paz de Dios gobernaba todos los días santos. Por la ruptura de la paz de una persona, por ej., por la comisión de un crimen en ella, se debe pagar compensación, así como también compensación a la víctima y sus parientes.
Por sobre todas las demás paces estaba la del rey, e incluso en tiempos sajones, oímos de los esfuerzos hechos por reyes fuertes para preservarla, especialmente en «la carretera del rey». En las manos de los administradores reales después de la Conquista esto demostró ser un concepto dinámico, y, como Maitland una vez lo expresó, a la larga la paz del rey se tragó la paz de todos los demás.
Esto sucedió de dos maneras. Gradualmente los pagos en dinero respecto a la ruptura de la paz de otras personas dejaron de imponerse, en tanto que el concepto de la paz del rey se extendió a todo el reino. Todo delito serio se convirtió en un quebrantamiento de la paz del rey, o una felonía. Ya en tiempos de Bracton, en el siglo 13, se había vuelto forma común imponerle a un acusado en los términos siguientes: «Por cuanto el susodicho B estaba en la paz de Dios y de nuestro señor el Rey, vino el susodicho N delincuentemente como delincuente», etc. Incluso hoy a una persona acusada de un delito se le acusa de que «de manera delincuente y contraria a la paz de nuestra Señora soberana, la Reina», etc.
Era una característica de los delincuentes que se habían puesto fuera de la paz del rey, por lo que la mano de todo hombre estaba contra ellos. Es más, la paz del rey al principio se concibió como que existía mientras el rey viviera.
La declaración de Maitland está bien dicha: «A la larga la paz del rey se tragó la paz de todos los demás». Se veía la paz no como parte del orden de Dios, sino como un producto de la vida del estado. La diferencia entre estas dos perspectivas difícilmente se puede exagerar.
El significado de la palabra paz en hebreo es revelador de su significado bíblico.
Según Brown:
PAZ, traducción en el AT del heb. Shalom (de la raíz «estar completo», «completamiento», «solidez», y de ahí, salud, bienestar, prosperidad; más particularmente, paz como opuesta a la guerra, concordia como opuesta al conflicto.
El significado fundamental de shalom es prosperidad, bienestar, bien de cualquier clase, un significado que reaparece en el gr. Eirene. En el sentido primario de prosperidad, la paz es una bendición de la cual solo Dios es el autor (Is 45:7).
Entre las bendiciones que Israel espera en el tiempo mesiánico ninguna se recalca más que la paz.
El NT coincide con el AT en el concepto de paz como característica del tiempo mesiánico (Lc 1: 79; 2:14; 19: 38; Hch 10: 36). En este sentido probablemente se debe entender el saludo de los discípulos en su viaje misionero (Mt 10: 12, 13; Lc 10:5, 6). Al evangelio del Mesías expresamente se le llama evangelio de la paz (Ef 6:15; Hch 10:36). Jesucristo mismo es el gran Pacificador.

CARACTERÍSTICA DEL NT ES EL CONCEPTO DE LA PAZ COMO POSESIÓN PRESENTE DEL CRISTIANO.

En el sentido bíblico, paz es ese orden y prosperidad que fluyen de la reconciliación con Dios y una restauración a la vida bajo Dios. La vida en el Edén se caracterizó por paz con Dios y por consiguiente paz con el hombre, dentro del hombre, y con la naturaleza y dentro de la naturaleza.
La vida en Cristo significa la restauración progresiva de esa paz conforme el hombre crece en Cristo y pone al mundo bajo su dominio. La fuente de paz es la regeneración del hombre en Cristo; es más que el cese de hostilidades; es el crecimiento de la comunión y también la realización como persona en Cristo.
La paz estatal es en el mejor de los casos la ausencia de hostilidades y la supresión de actividades delictivas. Debido a que el estado no puede regenerar al hombre, no puede establecer ni siquiera esta forma limitada de paz. El poder del Estado es en esencia el poder de la espada. El estado puede ordenar que los hombres se amen y vivan en paz, pero sus medidas represivas solo añaden otro elemento de hostilidad a la situación.
El estado, además, en sus esfuerzos por imponer una paz represiva y armada entre sus ciudadanos, destruye la paz de esos ciudadanos, puesto que usurpa la paz de Dios y la libertad de los hombres libres. El estado puede solo ser un instrumento para la paz cuando es un instrumento de Dios y un ministro de Cristo.
Sus esfuerzos entonces están limitados a su propio ámbito, para ser ministro de justicia.
Claramente la paz como prosperidad y bienestar está muy estrechamente relacionada con salvación, victoria y salud. El cuadro de la paz en que todo hombre está debajo de su vid y debajo de su higuera es de prosperidad, seguridad, contentamiento y alegría.
La paz y la salvación son, por tanto, conceptos centrados en Dios, que equivale a la realización personal del hombre. Como Dios es el autor y creador de todas las cosas, no puede haber satisfacción para el hombre aparte de Él. Por consiguiente «los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos» (Is 57: 20, 21).

ESTA PAZ, SIN EMBARGO, ES MÁS QUE AUSENCIA DE HOSTILIDADES; ES PAZ CON DIOS.

Paz con Dios quiere decir guerra con los enemigos de Dios. Cristo dejó en claro que la lealtad a él implicaba una espada de división (Mt 10: 34-36). En un mundo pecador, algo de guerra es ineludible. El hombre debe, por consiguiente, escoger sus enemigos: ¿Dios o el hombre pecador? Si un hombre está en paz con los hombres pecadores, está en guerra con Dios. La paz en un sector quiere decir guerra en otro. Solo Dios, sin embargo, puede dar paz interna ahora, y, finalmente, paz mundial mediante su ley soberana (Miq 4: 2).

NOTAS SOBRE LA LEY DE LA SOCIEDAD OCCIDENTAL

En los cánones de la Iglesia Primitiva, la importancia de la ley bíblica es bien evidente.
Las iglesias claramente sentían que la ley bíblica era obligatoria para los creyentes.
No todas fueron tan lejos ni tan literales como la iglesia de Armenia, en la cual en esos días y por siglos después, «solo se nombraba a las órdenes clericales a los que eran de descendencia sacerdotal (siguiendo en esto las costumbres judías)». Esta práctica fue condenada por el canon XXIII en el Concilio Quini sexto (o Concilio Trullano) en 6921.
El canon XCIX del mismo concilio se refería también al hecho de que «ciertas personas hierven pedazos de carne dentro del santuario y ofrecen porciones a los sacerdotes, repartiéndolas según la costumbre judía». Estrabón hace un relato de una costumbre similar en Occidente en el siglo 92. Pero eso no es todo.
La iglesia de Armenia tenía sacrificios animales según la ley del Antiguo Testamento, continuándolos por mucho tiempo después de que los judíos los abandonaron, hasta bien entrado el mismo siglo 20. Esto tenía lugar a la puerta de la iglesia y eran ofrendas voluntarias al Señor que conmemoraban los sacrificios del Antiguo Testamento, y dados como resultado de votos hechos al Señor o como parte de una oración. Los animales tenían que ser levíticamente aceptables de un año, y libres de todo defecto según la ley. La oración dice en parte como sigue:
Porque por medio de tu bendito profeta Moisés ordenaste a tu pueblo de Israel que te ofreciera estos sacrificios, de los rebaños y ovejas y otros animales puros, trayéndolos a la puerta de la carpa del testimonio, a los sacerdotes levitas, que pondrían sus manos sobre ellos y derramarían su sangre en tu altar santo, oh Señor; y por ello los pecados fueron expiados y se concedían las peticiones.
Sin embargo en todo esto prefiguraste, como en sombra, las cosas por venir, esa verdadera salvación que en tu gracia nos has dado por tu venida al mundo. Porque tú mismo, Señor todo misericordioso y benevolente, por medio de tu Espíritu previsor declaraste por el profeta: no aceptaré la gordura de tus carneros; ofrece un sacrificio de alabanza a Dios, y con mente dispuesta preséntale al Señor una víctima sin sangre. Porque, ¿no se dice: El sacrificio de Dios es un espíritu afligido, y al espíritu humilde Dios no desprecia?
Así, ahora que hemos pecado y somos indignos, humildes de corazón nos postramos delante de tu compasión infinita; y suplicamos tu abundante amor por la humanidad y misericordia, y la indeclinable promesa que has hecho a tus amados, nuestros padres.
Condesciende, oh Señor, a esta nuestra ofrenda, y acéptala de nuestras manos; así como lo hiciste con los holocaustos de corderos y becerros, y como lo hiciste con las innumerables ofrendas de corderos engordados.
Con gracia concede nuestras peticiones, para que no seamos burla de nuestros enemigos, sino más bien nos regocijemos en tu salvación. Porque si pesas todas las montañas y las llanuras con tu mirada, y tienes el cielo y la tierra en el hueco de tu mano, y te sientas en lo alto de las alturas en el trono de los querubines, y los abismos no esconden de ti, y todos los animales de cuatro patas y todo lo que tiene el aliento de vida no te basta para el holocausto.
¿Cómo nos vamos a atrever a presumir delante de ti y a ofrecer sacrificio?

LA IGLESIA GRIEGA TAMBIÉN TENÍA ORACIONES POR LOS SACRIFICIOS DE ANIMALES.

Las regulaciones levíticas respecto al sacerdocio también se aplicaban al clero en la iglesia, y Levítico 21:17-23 se obedecía con cuidado. Puesto que los eunucos estaban excluidos del ministerio, se produjo un problema cuando Roma o los bárbaros castraron al clero para destruir la validez de su ordenación.
El Concilio de Nicea en el 318 declaró que «los castrados por los bárbaros» podían «permanecer entre el clero», en vista de las circunstancias de su defecto5. El Concilio de Ancira en 314, canon XI, tuvo que considerar los casos de vírgenes comprometidas que habían sido violadas; en tales casos, no se adscribía defecto a la muchacha. La epístola canónica de San Gregorio Taumaturgo hizo un punto similar en el primer canon.
Ancira, en el canon XXI, trató severamente del aborto (diez años de penitencia); se excomulgó a los travestis; se citaron repetidas veces varias transgresiones sexuales como causa de la excomunión vitalicia (puesto que la iglesia no tenía poder para imponer la pena de muerte); y se trató del asesinato, la adivinación, la adoración de ángeles, la herejía y otros asuntos en términos de la ley bíblica, hasta donde podía ir la iglesia.
La restitución fue básica para la ley canónica y la penitencia. Las Constituciones Apostólicas la citan en el canon LXXII, como también San Gregorio Taumaturgo en su epístola canónica, canon VIII. Los cánones y regulaciones respecto al sabbat son de interés especial. Timoteo, obispo de Alejandría, requería que el hombre y su esposa se abstuvieran «del acto conyugal el sábado, y el Día del Señor; porque en esos días se ofrece el sacrificio espiritual». Esto era en términos de Éxodo 19:15 y estaba destinado a separar de la adoración todo elemento del culto a la fertilidad.
Los cristianos no siempre podían descansar en el Día del Señor, el sabbat cristiano, y la necesidad era así una excusa legítima; sin embargo, respetar el sábado judío estaba prohibido:
Los cristianos no deben judaizar descansando el sabbat, sino que deben trabajar en ese día, y más bien honrar el Día del Señor; y, si pueden, descansar entonces como cristianos. Pero si se hallara que alguno es judaizante, que sean anatema de Cristo.
Debido a que el Día del Señor era un tiempo de descanso y alegría, ayunar el domingo se condenaba y requería excomunión. El mismo concilio, Gangra, condenó a los que condenaban el matrimonio (Canon I); condenó el vegetarianismo (Canon II); condenó a los que se separaban de un clérigo casado (Canon IV); y cosas por el estilo.

ES OBVIO QUE LA IGLESIA PRIMITIVA OBEDECÍA LA LEY BÍBLICA.

Esto no es decir que su obediencia fuera de ninguna manera perfecta. Las costumbres a veces sobreseyeron la Ley. La primera epístola canónica de Basilio, arzobispo de Cesarea en Capadocia, a Anfiloquio, obispo de Iconio, tomó nota de esto en el Canon IX:
Nuestro Señor también, al hombre y a la mujer les prohibió el divorcio, excepto en caso de fornicación; pero la costumbre requiere que las mujeres retengan a sus esposos, aunque estos sean culpables de fornicación.
No había, sin embargo, falta de aplicación inteligente de la ley. Por ejemplo, los Cánones XXXIII y LII de Basilio declaraban que el descuido de los hijos que provocara muerte era asesinato.
La iglesia, pues, estuvo consciente de la centralidad de la ley bíblica para la fe cristiana, y su ley canónica era la aplicación de la regla de esa ley a los problemas de la vida. La iglesia, sin embargo, estaba dentro del marco de trabajo del Imperio Romano y la ley romana. Es necesario citar brevemente algunos aspectos de las interpretaciones de la ley romana dentro del contexto de la fe cristiana.
Roma había alcanzado una centralización y simplificación excesiva del control de los hombres que había empezado a inmiscuirse y destruir el orden social. C.
Dickerman Williams ha dicho, del período del Código Teodosiano (313-468),
El Código Teodosiano y sus Novelas tienen que ver con un período de la historia muy parecido al nuestro en muchos de sus problemas. Pero en ese día ya no era posible intentar resolver los problemas mediante una mayor centralización u oficialidad. Al tiempo del edicto más temprano que se incluyó en el código, la centralización de la sociedad ya no podía avanzar más debido a que estaba completa.
Un área que para sus habitantes era el mundo entero había sido fundida en una sola organización. Las actividades sociales, económicas y religiosas las administraba o controlaba rígidamente el estado.
La autoridad del emperador era incuestionable. Los edictos compilados por el Código Teodosiano y sus Novelas representan los esfuerzos a menudo desesperados para hacer que el sistema funcionara. Pero durante aquellos años la tendencia a la desintegración era irresistible. Las imposiciones destinadas a mantener unida la organización fracasaron. Dentro de apenas pocos años después del último de los edictos, el imperio se había destrozado en mil fragmentos.
A diferencia de la nuestra, esa era fue de desintegración, aunque una desintegración casi involuntaria.
El agotamiento, espiritual y físico, estaba destruyendo al Imperio. La centralización del poder agravaba la irresponsabilidad básica que había conducido a la destrucción de los recursos. Williams del nuevo da en el clavo en su comentario:
En ese entonces el problema del Imperio era escasez: escasez de grano, de materiales, y de hombres. Por toda la cuenca del Mediterráneo la agricultura había estado operando para aprovisionar a las distantes amantes del mundo.
Las recompensas para el consumidor habían sido demasiado atractivas; para el productor, insuficientes. Las tierras, especialmente en Italia, habían quedado sin cultivarse. Regiones enteras de África de las cuales Roma había derivado granos y carne por siglos se habían vuelto desiertos. España y otros países habían sido deforestados para proveer leña para los baños públicos de Roma.
«La decadencia del Imperio Romano es un relato de deforestación, agotamiento del suelo y erosión. De España a Palestina no quedan bosques en el litoral mediterráneo, la región es pronunciadamente árida en lugar de tener el carácter abrigado, húmedo, de las tierras cubiertas de bosques, y la mayoría de su rico suelo de cultivo anteriormente abundante se halla en el fondo del mar» (White and Jacks, Vanishing Lands, p. 8).
Hoy está de moda en algunos sectores mofarse de las advertencias ocasionales de agotamiento de los recursos naturales. Tal veleidad no encontraría eco en las cortes de los últimos emperadores.
Los emperadores eran impotentes para invertir la tendencia. El poder se había centralizado, y el Imperio ahora estaba en manos del Emperador y su burocracia, que no podían ni siquiera empezar a vérselas con los problemas en la base, que era donde estaban la mayoría de los problemas. «La gerencia de la gigantesca maquinaria administrativa estaba por encima de su capacidad».
Después de cierto punto de centralización, una burocracia se vuelve ajena a la realidad; está muy atareada gerenciando la gerencia y gobernando la maquinaria de poder. «Lo maravilloso es que la integridad territorial del imperio se conservara tanto tiempo».
Después de cierto punto la burocracia también se vuelve caníbal.
Los Emperadores dependían del apoyo político del proletariado urbano, especialmente del de la ciudad de Roma, y de la burocracia civil y militar. Para mantener ese respaldo, fue necesario favorecer a los elementos consumidores de la población, especialmente en contra de los productores rurales. El efecto de esa política fue desalentar la producción y tentar a los agricultores a mudarse a las ciudades.
El Código y las Novelas muestran que con el fin de conseguir provisiones para los moradores de la ciudad y el personal del gobierno, fue necesario adoptar medidas rigurosas tales como la servidumbre rural e impuestos pagaderos en especie. La imposición de tales medidas requería un hipertrofiado aparato estatal de administración y represión, lo que a su vez apartó más y más hombres de la producción.
Los hostigados agricultores, continuamente presionados a cumplir sus cuotas de provisiones, solo podían dar poca atención a la preservación del suelo y los bosques. Su deterioro consiguiente acentuó las dificultades de producción. La maquinaria estatal finalmente se volvió tan compleja que llegó a ser inmanejable.
Como resultado, fue posible que las tribus ambulantes de bárbaros hicieran caer a Roma. El imperio se había desintegrado debido a su decadencia interna.
La desintegración de la ley romana fue igualmente real. El código teodosiano muestra las influencias del cristianismo, pero seguía siendo ley romana. Al analizar las leyes del matrimonio hemos notado la cristianización radical de la ley romana bajo Justiniano I (c. 482-565) en el Corpus Juris Civilis. La ley romana continuó en su desarrollo, pero se volvió progresivamente una expresión de la ley bíblica. Los Institutos de Justiniano (que con el Digesto, el Código y las Novelas, formaban parte del Corpus Juris Civilis) refleja muy bien lo que se llama «ley natural», pero ese concepto ahora estaba llegando a ser diferente del que la ley romana había conocido.
La ley natural, lo mismo en manos de juristas, eruditos o deístas, era en esencia una doctrina antitrinitaria, pero seguía siendo más cristiana que romana. La ley natural llegó a ser una forma de herejía cristiana y adscribió a la naturaleza poderes legislativos y leyes absolutas que es obvio que se tomaron prestadas del Dios de las Escrituras.
Así, tanto la ley romana como la ley natural llegaron a estar tan completamente cristianizadas con los siglos que ningún romano las hubiera reconocido. Incluso en donde se retuvo el fraseo de las antiguas leyes romanas, un nuevo contenido e interpretación hacían del significado antiguo algo remoto y vacío.
Lo mismo es válido para las leyes paganas. Claramente, muchas leyes paganas sobrevivieron y matizaron los códigos legales occidentales, pero de nuevo que estuvieron sujetos a una alteración radical en la mayoría de casos. Todavía más, se debe notar que un defecto muy real de los eruditos ha sido su ignorancia de la ley bíblica. Como resultado, se ha llamado pagano mucho que en realidad era bíblico.
En un libro fuente de un erudito de Harvard sobre historia medieval, se nos dice, respecto a Alfredo el Grande de Inglaterra en el siglo :
Estas son unas pocas leyes características que Alfredo incluyó en el código y que él derivó de las bases de viejas costumbres y las leyes de algunos de los reyes sajones previos.
Si alguno golpea a su prójimo con una piedra, o con el puño, y con todo puede salir con un bordón, que le lleve a un médico y que haga su trabajo todo el tiempo que él mismo no pueda.
Si un buey acornea a un hombre o a una mujer, y mueren, que sea apedreado, y que no se coma su carne. El dueño no será culpable si el buey no era dado a atacar con sus cuernos por dos o tres días antes, y él no lo sabía; pero si lo sabía, y no lo encerró, y mata a un hombre o a una mujer, que se lo apedreen; y que se mate al dueño, o que a la persona muerta se le pague, según el «concilio asesor» decrete que es justo.
No lastimes a las viudas ni a los hijastros, ni les hagas ningún daño; porque si lo haces ellos clamarán a mí y yo lo oiré, y te mataré con mi espada; y haré que tus esposas queden viudas, y sus hijos sean hijastros.
Si un hombre le saca el ojo a otro, que le pague sesenta y seis chelines y seis peniques, y una tercera parte de penique, como «bot» [compensación que se pagaba a la persona herida]. Si queda en la cabeza, y no puede ver nada con él, que sea un tercio del «bot» que se pague.
Si un hombre le saca a otro un diente del frente de su cabeza, que le dé «bot» por él con ocho chelines; si fue un canino, que sean cuatro chelines los que se paguen como «bot». El molar de un hombre vale quince chelines. Si se le corta el dedo con que se dispara, el «bot» es de quince chelines; por su uña es cuatro chelines.
Si un hombre mutila la mano de otro hombre, que le pague veinte chelines como «bot», si se puede curar; si se la cercena por la mitad, entonces se pagarán cuarenta chelines como «bot».

ESTAS SON, CLARO, LEYES BÍBLICAS ADAPTADAS A LAS MONEDAS Y AMBIENTE INGLESES.

La ley bíblica desempeñó un papel central en la forja de la civilización occidental al entrar en la sociedad incluso de otra fuente: los judíos de Europa. Desdichadamente, la historia de los judíos, según suele informarse, tiende a recalcar sus sufrimientos antes que sus logros. Esta es una preocupación desdichada que caracteriza a muchos otros pueblos capaces, pero no es una buena manera de hacer historia, sea que la hagan los judíos, los armenios, los polacos, los franceses, los pobladores del sur de los EE.UU. o cualquier otro.
La civilización occidental tiene una gran deuda con la cultura de sus pueblos y ciudades. Los pueblos y ciudades fueron productos de los mercaderes y sus comunidades, y estos en su gran mayoría eran judíos. La ley comercial y la ley urbana, por tanto, tuvieron sus orígenes en las comunidades judías y su intensa devoción a la ley bíblica. En tanto algunos sirios o fenicios continuaron en la era cristiana como mercaderes en Europa, como comerciantes cristianos, cada vez más el papel principal lo desempeñaron los judíos.
La influencia de los judíos en sus imitadores cristianos en el ámbito comercial fue vasta. Su poder también fue muy grande. En una obra de gran importancia, Irving A. Agus ha escrito:
Además, fue en los siglos que precedieron a las Cruzadas que este asombroso grupo desempeñó el papel más heroico en el noroeste de Europa. Los pocos miles de judíos que constituyeron este grupo en el período anterior a las Cruzadas eran tan poderosos que inclinaban a los gobernantes de Europa a su antojo. Obligaron a estos gobernantes a efectuar un cambio radical en la política básica de la Iglesia hacia los judíos.
A estos últimos se les permitía practicar su religión sin perturbarlos, emplear criados cristianos y a veces incluso esclavos cristianos, tener cargos de autoridad sobre cristianos y administrar las actividades financieras en estados grandes, incluso obispados.
Estos pocos judíos obligaron a los prelados de la Iglesia a convertirse en sus benefactores. En medio de una subyugación personal casi universal, solo los judíos eran políticamente libres; en medio de la turbulencia y la guerra, solo ellos podían viajar con relativa seguridad y podían llevar mercadería valiosa a largas distancias. Cuando prácticamente todo hombre le debía a su superior servicios y tributos que constituían un sacrificio entre el 15 y el 50 por ciento de su tiempo que producía rédito, los judíos pagaban como impuestos solo una diminuta fracción de sus ingresos.
Organizaron comunidades que se gobernaban a sí mismas, desarrollaron instituciones supra comunales, impusieron ordenanzas a escala nacional, y emplearon una forma de organización de grupo y de gobierno de grupo de lo más eficiente y de lo más asombrosa, que le concedía a todo individuo ayuda efectiva y protección incluso cuando estuviera a cientos de millas de su casa. Instituyeron prácticas y procedimientos que les dieron gran poder y resistencia, capacitándolos para lidiar con los príncipes de la iglesia y el Estado desde una posición de fuerza, y creó para ellos oportunidades de un poderoso crecimiento económico y una gran expansión física.
Este poder se cimentaba en una obediencia sistemática y fiel a la Ley bíblica, a un sistema de justicia que mantenía a la comunidad en tiempos de dificultad y le daba un instrumento para hacerle frente a los asuntos internos y externos.
La vida en una comunidad quería decir vida en la ley de Dios. En estas condiciones la ciudad moderna, producto de los comerciantes judíos y sus comunidades, es una unidad sostenida por la ley, no por sangre, y mantenida esencialmente por justicia, y no por fuerza bruta. Estos tribunales judíos eran más bien tribunales sin estado, precursores de los tribunales medievales justos y el arbitraje moderno.
La influencia de Maimónides (Rabino Moisés ben Maimón, 1135-1204) en el pensamiento europeo descansa en esta orientación urbana de la vida y pensamiento judíos. Conforme la Europa medieval se volvía Europa urbana, miró a los padres de la vida humana.
Maimónides había codificado las aplicaciones judías de la ley bíblica a la vida urbana y comercial, y, como resultado, su influencia fue inevitable.
A Maimónides se le recuerda mejor por su influencia en la filosofía europea, por ayudar a introducir el aristotelianismo en el pensamiento europeo y en el judaísmo.
Los judíos de Provenza denunciaron sus obras filosóficas a la inquisición, que quemó sus escritos. Su compendio de la Ley bíblica, muy descuidado por los eruditos hoy, fue mucho más influyente en su día que incluso sus escritos filosóficos.
En una Europa intensamente interesada en la ley, con el desarrollo de ciudades y de estados nacionales, los estudios legales de Maimónides fueron importantes.
Debido a su lealtad común, con diferencias, a la ley bíblica, los cristianos y los judíos estaban muy cerca en sus relaciones entonces, así como también con mucha hostilidad a veces. La naturaleza bíblica de los estudios legales de Maimónides los hizo influyentes21.
Otra fuente mediante la cual la Ley bíblica ha ejercido una influencia principal en la civilización occidental ha sido la ley común. Sean cuales sean las costumbres locales, o elementos de la ley «romana», que existieran en ella, la ley común es esencialmente Ley bíblica. «La ley común era ley cristiana»22. Como Keeton notó:
«Los jueces de eras anteriores hablaban con una certeza que se derivaba de su convicción de que la ley común era una expresión de la doctrina cristiana, que nadie cuestionaba»23. Al tratar de eliminar la ley bíblica de la civilización occidental, los eruditos con esmero han colado hatos enteros de camellos en busca de mosquitos.
La importancia del diezmo en el desarrollo de la civilización occidental merece estudio, pero al presente no es posible un análisis de esta parte. Hay indicaciones, sin embargo, de que el diezmo fue básico para las reformas sociales y eclesiásticas, para la educación y la beneficencia, y que el diezmo fue un factor principal en los cambios y progresos sociales.
Algunos puritanos ingleses no estaban contentos del todo con la forma establecida del diezmo como parte de un establecimiento estancado, pero el hecho de que voluntariamente dieron diezmos y ofrendas fue responsable por la extensiva reformulación de la sociedad inglesa.
En los Estados Unidos de América, especialmente en Nueva Inglaterra, como parte del conservadurismo cristiano, del respeto al pasado y el radicalismo, el retorno a la raíz de los asuntos, por los peregrinos y puritanos, como también por otros colonos, había una adopción autoconsciente de la ley bíblica. La actitud la resumió mejor John Cotton en sus Moses His Judicials, cuando observó: «Mientras más la ley huele a hombre, más inútil».
Significativamente, cuando Massachusetts en 1641 enmarcó sus leyes en términos de la interpretación inglesa y puritana de la ley bíblica, ese documento se llamó Body of Liberties [Cuerpo de libertades]. Dios, que llamó al hombre a servirle por la ley había hecho de esa ley la carta de libertad del hombre.
Los puritanos tomaron muy literalmente las palabras de Isaías 33: 22, que, como las citaban, decían: «Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Legislador, Jehová es nuestro Rey; Él nos salvará». El anterior sumario de la ley, de Cotton, había sido teórico; el Body of Liberties era bíblico en perspectiva, pero se aplicaba directamente a los problemas de la Colonia y de aquí que era un código práctico que se ocupaba de asuntos inmediatos.
Los eruditos a veces tienden a subestimar la fidelidad a las Escrituras de las leyes de Massachusetts, y Powers, que a veces da muestras de eso, con todo provee abundante evidencia del carácter bíblico de la ley. Un Comité de la Corte General repudió el «Código judío» en 1851, pero es obvio que había estado vigente antes.
Cuando los legisladores pasaron a aspectos no cubiertos por la ley bíblica, lo hicieron «según las Reglas más Generales de Justicia», como lo dicen claramente las Leyes de la Colonia de New Haven:
Este Tribunal enmarca, primero con todo cuidado y diligencia de tiempo en tiempo proveer para el mantenimiento de la pureza de la religión, y suprimir lo contrario, Según su mejor Luz, y direcciones de la Palabra de Dios.
1. Sal 2: 10, 11, 12; 1ª Ti 2: 2.
En segundo lugar, aunque humildemente reconocen que el poder Supremo de hacer leyes, o de repelerlas, le pertenece solo a Dios y que por Él este poder es dado a Jesucristo como mediador, Mt 28: 19, Jn 5: 22, y que estas leyes para santidad y justicia ya están hechas, y se nos dan en las Escrituras, que en cuestiones morales, o de equidad moral, no las puede alterar el poder humano, ni autoridad, Moisés solo le mostró a Israel las leyes, y estatutos de Dios, y el sanedrín, el tribunal más alto entre los judíos, debía acatar esas leyes.
Sin embargo los gobernadores civiles, y tribunales, y este Tribunal General en particular (siendo constituido por hombres libres como antes) son los ministros de Dios para el bien del pueblo, y tienen poder para declarar, publicar y establecer, para las plantaciones dentro de su jurisdicción, las leyes que ha hecho, o que haga, y repeler órdenes por asuntos menores, no particularmente determinados en las Escrituras, Según las Reglas más Generales de Justicia, y mientras estas estén vigentes, requerir la debida ejecución de las mismas.
2. Is 33: 22, Dt 5: 8 Dt 17: 11, Ro 13: 4 28
Precisamente porque los abogados, tribunales y eruditos de hoy por lo general son humanistas radicales y anticristianos, hay por lo común una hostilidad hacia todo reconocimiento de la naturaleza bíblica de la herencia legal de la civilización occidental. Por el contrario, el esfuerzo es desmantelar esa estructura legal y reemplazarla con una ley humanista.
Tal desafío no es nuevo. Se ha intentado repetidas veces a través de los siglos, y uno de esos esfuerzos culminó en la tiranía del Renacimiento. La fuerza de la ley bíblica entonces ha ido menguando. Algunos aspectos de esa ley han retenido mayor fuerza que otros. La ley penal ha sido en gran medida producto de las exigencias bíblicas. Las observancias dietéticas muy continuamente han perdido su fuerza en la mayoría de aspectos en cuanto tiene que ver con el cerdo y los mariscos, y la carne de caballo en Francia, aunque retiene su fuerza para algunos.
La conversión afecta menos fácilmente la dieta que otros aspectos de la vida de las personas, debido a que la dieta está por lo general íntimamente ligada a las limitaciones económicas de una sociedad. Todavía más, con el paso de los siglos, la fidelidad más estricta de los judíos tiende a condenar las leyes dietéticas conforme surgen los sentimientos anti judíos.
A diferencia de los bárbaros convertidos al cristianismo, las comunidades judías representaban un nivel moral y cultural más alto.
Se debe recordar que los sajones, por ejemplo, practicaron el sacrificio humano hasta que, después de veinte años de guerra, Carlomagno los derrotó y los obligó a bautizarse en 782 a fin de romper el vínculo con las prácticas paganas repulsivas.
Solo mediante la colocación de los sajones bajo el signo del Dios de las Escrituras, cuya ira se manifestaría contra los que practicaban tales ritos como el sacrificio humano, se hizo una ruptura con el pasado. Su conversión forzosa abrió a los sajones y a otros pueblos a la civilización, pero su nivel de logro estuvo claramente por debajo del de los judíos por algunos siglos.

POCAS COSAS DETESTA MÁS LA GENTE QUE LA SUPERIORIDAD DE OTROS.

Las hostilidades, pues, eran reales. De nada ayudaba el hecho de que los judíos, como comerciantes, a menudo traficaban con esclavos cristianos. (Como dueños de esclavos, los judíos eran vulnerables, pues, por ley, un esclavo propiedad de un judío ganaba su libertad si se hacía cristiano).
La hostilidad hacia los judíos se volvió hostilidad en muchos casos a las leyes kosher, y muchos a veces se deleitaron tratando de hacer ritualmente impuros los vinos judíos. La falta de un conocimiento de las Escrituras debido al analfabetismo promovió la división y agravó la ignorancia de muchas ordenanzas bíblicas.
Además, con el paso del tiempo la interpretación de algunas leyes se volvió eclesiástica en vez de social. Por ejemplo, el sabbat, muy claramente ordenado para reposo, llegó cada vez más a querer decir adoración y la iglesia; una aplicación secundaria llegó a ser el énfasis y significado primarios. El requisito del descanso, un descanso en el Señor, es todavía crucial en las Escrituras.
Quiere decir reposo para el hombre, sus animales de trabajo y la tierra; en este sentido, las iglesias sabáticas más estrictas delinquen en su observancia del sabbat. La ley del sabbat todavía es necesaria para el hombre, como también toda la ley, y su observancia es obligatoria para la salud de la sociedad. La iglesia, que en un aspecto tras otro ha ido abandonando la Ley de Dios, o la ha reducido a un interés puramente eclesiástico o moral, ha llevado a la sociedad a su abandono. John Cotton tenía razón:
«Mientras más una ley huele a hombre, más inútil». La ley humanista ha conducido al caos y a la crisis social. Es tiempo de volver de nuevo con los puritanos a las palabras de Isaías 33:22: «El SEÑOR es nuestro Juez, el SEÑOR es nuestro Legislador, el SEÑOR es nuestro Rey; él nos salvará».
El hombre humanista busca salvación del hombre, a veces mediante la política y el estado, y otras veces mediante el anarquismo. Pero el anarquismo conduce al colapso social y la guerra, y el estado, que refleja el pecado del hombre, solo puede complicarlo.
El padre Francis Edward Nugent ha citado, siguiendo a Fulton Lewis (nieto), la corrupción de los miembros del Congreso, y ha añadido:
Las legislaturas estatales no están menos abiertas a lo bajo y corrupto; considere a la desdichada New Hampshire en donde la Cámara de Representantes actual incluye a un hombre al que se le declaró culpable de usar el correo para defraudar, otro que fue detenido por robarse una ambulancia mientras estaba bajo la influencia del licor y un tercero al que se le declaró culpable de violación estatutaria de una muchacha de 15 años mentalmente retardada.
Por supuesto, con la declinación creciente de la moralidad pública y privada, ningún arreglo de hombres o instituciones políticas puede traer alivio. La maldad está primordialmente en el hombre, y en sus instituciones y medio ambiente en tanto y en cuanto reflejan su naturaleza. El Rabsaces tenía razón con referencia a Egipto: «He aquí que confías en este báculo de caña cascada, en Egipto, en el cual si alguno se apoyare, se le entrará por la mano y la traspasará.

Tal es Faraón rey de Egipto para todos los que en él confían» (2ª R 18: 21). El futuro no está en las políticas de manos perforadas sino en el Dios soberano y trino y su ley absoluta.