12. LA DIFAMACIÓN

INTRODUCCIÓN

Se suele citar Levítico 19:16, 17 como un ejemplo de donde la ley condena el chisme, y a menudo se lee como una denuncia del chisme antes que una ley relativa a los tribunales. Un examen del texto deja en claro que, en tanto que se condena el chisme, se tiene en mente al tribunal:
No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová. No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado.
La primera parte del v. 16 se puede traducir: «No andarás difamando». La palabra se traduce calumniador en Jeremías 6: 28 (LAT); 9: 4; y en Ezequiel 22:9. El testimonio verdadero se debe dar en los tribunales fuera de estos; la circulación de la difamación en cualquier parte se prohíbe. Según Ginsburg,
Este peligroso hábito, que ha arruinado el carácter y destruido la vida de muchos inocentes (1ª S 22: 9; Ez 22: 9, etc.), lo denunciaban las autoridades espirituales del tiempo de Cristo como el mayor pecado.
Tres cosas declaraban que sacaban a un hombre de este mundo y le privaban de la felicidad en el mundo venidero: idolatría, incesto y asesinato, pero la difamación los supera a todos. Mata a tres personas con una acción: a la persona que difama, al difamado y a la persona que escucha la difamación. De aquí que la versión Caldea antigua de Jonatán traduzca esta cláusula: «No seguirás a la lengua tres veces maldita, porque es más fatal que una espada devoradora de dos filos».
Ben Sirac habló fuertemente contra la difamación, declarando:
Maldito el calumniador y su manera doble de hablar: ha contribuido a que perezcan muchas personas que vivían en paz. Las insinuaciones de terceras personas los demolieron hasta dispersarlos en una y otra nación; destruyeron  además ciudades poderosas y derribaron grandes familias. La calumnia hizo que se repudiara a valientes mujeres y las privó del fruto de sus trabajos. El que le presta atención no tendrá más reposo, ni vivirá más en paz.
Un latigazo deja una herida, una lengua suelta rompe los huesos. Muchos cayeron por la espada, pero más numerosas aun son las víctimas de la lengua. Feliz el hombre que ha permanecido fuera de su alcance y no conoció su furor, que no soportó su yugo ni arrastró sus cadenas; porque su yugo es un yugo de hierro, y sus cadenas, cadenas de bronce.
La lengua produce una muerte miserable; ¡más vale descender a la morada de abajo! Pero ella no vencerá a los fieles; su llama no los quemará. A los que abandonan al Señor, a esos sí que los atrapará. Arderá en ellos sin extinguirse jamás, se arrojará sobre ellos como un león, y los desgarrará como una pantera.
Tú rodeas tu campo con una cerca de espinas, y pones bajo llave tu plata y tu oro; para tus palabras necesitas balanza y pesas. Colócale a tu boca puerta y candado, no sea que te haga tropezar y caigas ante tu contrario (Eclo 28: 13-26, LAT).
Un proverbio que fue popular en un tiempo entre los niños dice que los palos y las piedras pueden rompernos los huesos, pero las palabras nunca pueden hacernos daño. Esto es una bravata; las palabras sí nos hacen daño; es solo debido a que llevamos tantas cicatrices por la malicia del chisme que este provoca solo un humor triste e irónico.
Pero la ley de Dios nunca ve el chisme como algo ocioso; de aquí la preocupación de la Ley por toda difamación. El versículo 16 dice «No atentarás contra la vida de tu prójimo». Según Micklem, esto quiere decir «Tratar de lograr que lo maten (cf. Éx 23: 7)». Ginsburg comentó de la variedad de implicaciones de este enunciado:
Esta parte del versículo evidentemente está diseñada para expresar otra línea de conducta por la cual la vida del prójimo puede correr peligro. En la cláusula anterior, «andar» con informes calumniosos ponían en peligro la vida del calumniado, aquí el «atentar» se prohíbe cuando incluye consecuencias fatales.
Los administradores de la ley durante el segundo templo tradujeron esta cláusula literalmente: No te quedarás parado quieto junto a la sangre, etc., o sea que si vemos a alguien en peligro de muerte., ahogándose, atacado por ladrones o bestias salvajes, etc., no debemos quedarnos quietos mientras se derrama su sangre, sino que debemos brindarle ayuda aun a riesgo de nuestra propia vida. O si sabemos que un hombre ha derramado la sangre de su semejante, no debemos quedarnos en silencio mientras la causa está ante los tribunales.
De aquí que la versión caldea de Jonatán lo traduce: «No guardarás silencio en el juicio por la sangre de tu prójimo cuando sabes la verdad».
Otros, sin embargo, lo toman como que denota salir al frente, y tratar de obtener una sentencia falsa contra nuestros prójimos, de modo que esta frase es similar en importancia a Éx 23:1, 7.
Todos estos significados por cierto están implicados, pero es mejor mirar al sentido más sencillo del texto. Hay un obvio paralelismo trazado entre difamar a alguien y levantarse contra su sangre, o sea, buscar su muerte.
La difamación es una forma de asesinato; trata de destruir la reputación y la integridad de un hombre insinuando falsedades. La razón por la que los rabinos la consideraban peor que la idolatría, el incesto y el asesinato era debido a que sus consecuencias morales son plenamente tan mortales si acaso no peores, y es un crimen que se comete con facilidad y no se detecta enseguida.
Todavía más, la difamación, debido a que pasa de boca en boca rápidamente, incluye a muchas más personas en un tiempo muy breve que la idolatría, el incesto y el asesinato.
La ley, por lo tanto, prohíbe el chisme; esto no es solo un consejo moral, sino también una ley penal. Debido a que los puritanos tomaban en serio la ley bíblica, castigaban el chisme por acción de los tribunales. La calumnia y la difamación hoy son motivos de pleito civil, y normalmente no hay acción penal, y el resultado es una libertad ampliamente extendida para el chisme malicioso.
LA IRRESPONSABILIDAD HA DADO LUGAR A UNA POSICIÓN DE PRIVILEGIO.
En el versículo 17 se describe el curso apropiado de acción. Si un «hermano» o «prójimo» es de veras culpable de hacer un mal, debemos ir a verlo y tratar de disuadirlo de su curso perverso. De otra manera, «participamos de su pecado», o «no sea que te hagas cómplice de sus faltas», es decir, nos volvemos cómplices de su mal por nuestro silencio. El «hermano» aquí se refiere a un hombre del pacto, y no a un réprobo que no respondería al consejo santo.
Debemos hablar con el hermano; podemos, dependiendo de la situación, hablar con el impío, pero no se nos requiere que lo hagamos. Este significado se confirma por el uso de esta ley en Mateo 18:15-17.
Así, la formulación negativa de esta ley prohíbe la difamación; no debemos dar falso testimonio. La formulación positiva, sin embargo, claramente requiere más que el testimonio verdadero. Nuestro testimonio no solo debe ser veraz, sino también responsable. Por nuestra habla debemos no solo evitar la calumnia, sino reprenderla y disciplinarla y, en una sociedad santa, llevarla ante las cortes de la iglesia y el estado.
La ley positivamente nos requiere que promovamos, no una libertad anarquista de palabra que permita la difamación, sino una palabra responsable que obre para preservar y promover la integridad, la industria y la honestidad.
El mandamiento se refiere a un orden social, y no solo a un consejo moral personal, como Calvino lo interpretó. Es un consejo moral, pero es en primera y última instancia ley de Dios para su reino que todos deben obedecer. Calvino daba por sentado la estructura de la ley cristiana que Ginebra había heredado de siglos anteriores; sus seguidores puritanos fueron más sabios cuando recalcaron la importancia de esta ley.
Si la Ley absoluta de Dios se reemplaza con una libertad anarquista, se le retira el significado al mundo, y un testimonio responsable cesa, porque no hay nadie a quien darle cuentas, ni Dios puede requerirle nada al hombre que sea responsable a sí mismo y a su mundo de hombres. Colin Wilson ha indicado las implicaciones de este anarquismo: «Pensé que había visto la verdad final de que la vida no conduce a nada; es un escape de algo, y el “algo” es un error que está al otro lado de la consciencia».
Si la vida se vuelve «un escape de algo», es un escape de la verdad, porque la verdad se relaciona con la realidad, en tanto que la mentira se relaciona con la fantasía. La realidad es anatema para los hombres interesados en el escape, y como resultado la mentira «necesaria» la cultivan tales hombres, como Nietzsche lo evidenció en su vida y filosofía.
Pero la libertad también se relaciona con la realidad antes que con la fantasía, y buscar escape de la realidad es también escapar de la libertad. Por tanto, para los surrealistas, vivir con la realidad es avenencia. Para ellos, la libertad significa negar «el mundo y la existencia de la carne y sangre del hombre». El surrealista prefiere los sueños a la realidad; exige un mundo totalmente hecho por el hombre; tal sueño no se puede realizar en la vida real.
Al mundo totalmente hecho por el hombre por consiguiente se le busca en los sueños. El surrealismo cree «en la omnipotencia de los sueños» porque este es el ámbito del supuesto poder del hombre. Atesora un mundo de ensoñación en donde «el corazón reinan supremo». Esto es comparable al misticismo, porque, «para el místico, la libertad absoluta va mano a mano con la destrucción del mundo contingente». Debe haber, por consiguiente, una revolución perpetua contra el mundo real en términos del mundo de ensoñación.
Un enunciado surrealista declara: «No solo debe cesar la explotación del hombre por el hombre, sino también del hombre por el llamado “Dios”, de memoria absurda y provocadora. El hombre, con sus armas y equipo, debe unirse al ejército del Hombre».
Cada vez que el hombre, las instituciones y las sociedades abandonan a Dios, abandonan la realidad. Dejan de dar un testimonio verdadero y responsable, y empiezan a vivir una mentira, porque en el mundo de la mentira pueden hacerla el papel de dios. La iglesia que cree que puede vivir en el mundo y descuidar los problemas del mundo está viviendo en un mundo de sueños. Al no relacionar la Palabra y Ley de Dios con todo el mundo, están viviendo una mentira, por formalmente correcta que sea su religión.
Pueden jactarse de ser «evangélicos» u «ortodoxos», pero en realidad son irrelevantes y mentirosos, porque no hay nada irrelevante en cuanto a Dios. Debido a que Dios es el Señor y Creador de todas las cosas, hay una relevancia total en todas las cosas a Dios y una total subordinación de todas las cosas a la Palabra y Ley de Dios.
La iglesia que no se dirige a la totalidad de la vida en términos de la palabra total de Dios pronto será una mentirosa indomable respecto a cualquier hombre que procura despertarla de su mundo de sueños. La verdad no está en tal iglesia ni en tales hombres, y no podemos esperar de ellos la verdad.
Cuando cesa el testimonio responsable, el hombre no tiene capacidad para enfrentar la realidad ni para ser libre. Queda encadenado al falso testimonio de su imaginación. En definitiva todo falso testimonio vive en un mundo de su propia imaginación. Al vivir una mentira, el hombre no regenerado en última instancia no tiene otro mundo que no sea su mentira.
Esto se aplica a todos los hombres no regenerados, conforme la consciencia epistemológica propia los lleva a su conclusión lógica. Los marxistas están atrapados en el mundo ilusorio de su mentira; viven en el infierno y lo llaman la puerta del paraíso. Los que creen en la democracia también son prisioneros de su mentira; forman hostilidades profundas y salvajes de clase y raza por ley y las llaman paz e igualdad.

Los rabinos tenían razón en cuanto al falso testimonio; es la muerte del hombre que lo pronuncia y vive por él, muerte para la sociedad que lo tolera, y exhala muerte contra su prójimo. Para evitar el falso testimonio, la sociedad debe primero evitar los falsos dioses. Los falsos dioses producen hombres falsos y un testimonio falso.