7. JESUCRISTO COMO EL TESTIGO

INTRODUCCIÓN

En la Ley, el testigo no solo debe dar un testimonio verdadero y acertado, sino también participar en la ejecución del ofensor si es una ofensa capital. Según Deuteronomio 17: 6, 7:
Por dicho de dos o de tres testigos morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo testigo. La mano de los testigos caerá primero sobre él para matarlo, y después la mano de todo el pueblo; así quitarás el mal de en medio de ti.
El mismo principio se afirma en Levítico 24:14 y Deuteronomio 13:9. El poder policial de todas las personas está implícito en esta ley. Todos tienen la obligación de imponer la ley, y los testigos tienen una parte importante en una ejecución. La imposición de la ley requiere la participación de los ciudadanos que acatan la ley, y la ley exige su intervención.
El significado de «testigo» se ha confundido, sin embargo, debido al desarrollo pos bíblico de la palabra griega que se traduce testigo. La palabra testigo en hebreo es ed, edaj, y se traduce en el Nuevo Testamento griego como martys, martyrion. La palabra griega es una traducción apropiada de la palabra del Antiguo Testamento, como Mateo 18:16, Marcos 14:63, y muchos otros pasajes lo dicen con claridad.
Pero la palabra griega martys es el origen de la palabra española «mártir», y el resultado es una confusión asombrosa. El imperio romano ejecutaba a los testigos de Cristo, y el resultado fue una extraña inversión del significado. En la Biblia, el testigo es el que obra para imponer la ley y ayuda en su ejecución, incluso en la imposición de la pena de muerte.
«Mártir» ahora ha llegado a significar exactamente lo inverso: uno que es ejecutado y no un verdugo, uno que es perseguido y no uno que es principal en la acusación. El resultado es una seria lectura errada de las Escrituras.
El asunto es mucho más importante porque a Jesucristo se le identifica como el Testigo supremo:
Y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén (Ap 1: 5, 6).
Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto (Ap 3: 14).
El testimonio de Jesucristo hace referencia a su misión terrenal; luego su muerte y resurrección se citan en Apocalipsis 1:5, su triunfo sobre los testigos falsos contra él, y luego en los vv. 5 y 6, su entronización sobre el tiempo y la eternidad y su entronización de su pueblo junto con Él. En la carta a los de Laodicea, Cristo se identifica de nuevo como «el testigo fiel y verdadero». El significado es obviamente por eso: Jesucristo testifica contra esa iglesia y promete ejecutar sentencia contra ellos si no se arrepienten (Ap 3: 15).
Como el mayor Moisés, y como que era Él mismo el gran Profeta (Dt 18: 15-19), Jesucristo es a la vez el que da y el que implementa la Ley. Israel lo rechazó, y llamó falso su testimonio; por consiguiente, Él sentenció a Israel a la muerte (Mt 21: 43; 23: 23-24; 28).
La Ley se le aplicó a Israel. Israel había dado falso testimonio contra Jesucristo (Mt 26: 65; 27:22) y le había sentenciado a muerte. La pena bíblica por tal perjurio es la muerte (Dt 19:16-19). La importancia de Jesucristo como «el testigo fiel y verdadero» es que no solo testifica contra los que están en guerra contra Dios, sino que también los ejecuta.
Asociado con este título de «testigo» hay otro: «el Amén» (Ap 3: 14). El Amén de Dios quiere decir que él es fiel, es decir, «Así es esto y así será», en tanto que el «amén» del hombre es un asentimiento ante Dios y quiere decir «así sea». El amén era frecuentemente un asentimiento de la ley (Dt 27: 15; . Neh 5: 13). Jesucristo es el Amén de Dios porque por él «se establecen los propósitos de Dios, 2ª Co 1:20»3.
En Apocalipsis 3: 14 Jesús es el Amén porque él es «el testigo fiel y verdadero», el que declara la ley, da testimonio de todas las transgresiones contra ella, y, cuando los hombres no aceptan su pena de muerte en la expiación de Cristo, Él ejecuta sentencia contra el ofensor.
Jesucristo, como es el testigo, por tanto es el Señor y Juez de la historia. Él da testimonio de los hombres y naciones, dicta sentencia contra ellos, y luego procede a su juicio o ejecución. Él es Siloh, el que lleva el cetro, el Legislador, y alrededor de quien se reunirán todos los pueblos (Gn 49: 10). Como Señor de
la historia y «el testigo fiel y verdadero», Jesucristo, por consiguiente, atestigua contra todo hombre y nación que establece su vida sobre cualquier otra premisa que no sea el Dios soberano y trino, y su palabra y Ley infalible y absoluta.
La cruz de Cristo testifica contra el hombre; declara que el hombre no solo ha quebrantado la ley de Dios y luego ha aumentado su culpa con excusas de auto justificación, sino que también ha dado falso testimonio contra el Señor de la gloria y pedido su muerte (Mt 21: 38). El hombre ha procurado apoderarse de la herencia, el Reino de Dios (Mt 21: 38) en sus propios términos. La cruz, por consiguiente, requiere castigo.
Todos los no creyentes, todos los religiosos apóstatas, y todas las naciones e instituciones que niegan la soberanía y la ley de Cristo, incurren en falso testimonio contra Él, y la Ley los sentencia a muerte (Dt 19: 16-21). Así que Cristo elimina el mal de su Reino, tanto en el tiempo como en la eternidad.
Hablar de Cristo como mártir en el sentido moderno es por tanto una perversión de las Escrituras. Como testigo en el juicio continuo y en el juicio final, como Rey y juez sobre hombres y naciones, no es un mártir, sino el ejecutor; no una víctima, sino el gran vencedor sobre el mal.

EL NOVENO MANDAMIENTO, POR CONSIGUIENTE, TIENE UNA IMPORTANCIA ESCATOLÓGICA.

Es inusual entre los mandamientos en que su palabra clave, «testigo», se vuelve un título mesiánico. Esta palabra particular es por tanto en sí misma un testigo del Testigo, una declaración del triunfo ineludible de Cristo y su reino. El que la iglesia no reconozca el significado escatológico de esta ley respecto al testigo y al título, «el testigo fiel y verdadero», no altera su importancia ni la inevitabilidad del juicio y triunfo de Cristo. El fracaso de las iglesias sirve solo para que, en el mejor de los casos, se les elimine (1ª Co 9: 27), buenas solo para ser puestas en el anaquel o arrinconadas como inútiles.
Camino a la cruz, Jesús se volvió a las mujeres que lloraban por él y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos» (Lc 23: 28-30).

Así habló Cristo el testigo, que ya había dictado sentencia de ejecución sobre el mundo y la iglesia de su día.