INTRODUCCIÓN
En todo orden civil uno de los
cargos más importantes es el del juez. Los tribunales no pueden representar
ninguna justicia verdadera si el juez y su cargo son defectuosos por naturaleza
y autoridad. Para que un orden social prospere y dé a su pueblo estabilidad y
paz, es necesario;
Primero, que el estado requiera que todas las
personas con quejas serias las lleven a los tribunales. No se puede permitir que
los hombres tomen la justicia en su propia mano. Aunque la ciudadanía es importante
y básica para la ejecución de la ley y la justicia, no puede identificarse ella
misma con la ley sin destruir la ley. La ley trasciende a las personas, y la
ley requiere una agencia separada del pueblo e inmune a sus sentimientos
parciales y personales.
Segundo, los tribunales deben tener el
poder del estado para imponer sus decretos, o de otra manera prevalecería la
anarquía. Toda decisión de un tribunal no gustará por lo menos a una parte.
Aunque los tribunales nunca serán infalibles, se debe proteger la decisión del
tribunal, y la apelación contra esa decisión se debe hacer dentro de la
estructura de los tribunales, y no fuera ni en contra de ellas, porque si no
prevalece la anarquía.
Tercero, la corte debe representar un
concepto trascendental de ley y justicia, un estándar más allá del hombre y por
encima del hombre, una estructura legal derivada de Dios, aunque
defectuosamente. El concepto general de un tribunal y un juez implica
trascendencia; para obtener justicia, se requiere algo más que la victoria del
más poderoso litigante o parte.
Si el juez y la corte representan
a un partido o idea política, o a una clase o casta, en lugar de tener la
trascendencia que un tribunal requiere, exageran el mal original complicándolo.
Si un hombre, clase o grupo, malos y poderosos, pueden expulsar de su propiedad
a un inocente, o de alguna manera abusar de él, el mal se aumenta si pueden
conseguir que el estado los ayude en su robo.
La justicia entonces se vuelve
más difícil. De modo similar, si en una democracia las masas de los pobres
pueden usar los tribunales para defraudar a los prósperos, la justicia de nuevo
se hace más remota en esa sociedad.
Un tribunal debe trascender las
pasiones del día. Debe representar orden legal que juzgue a todo el orden
social, y esto es posible solo si los jueces representan a Dios, y no al pueblo
o al estado.
Esto significa, cuarto, que la elección o selección
de los jueces no es lo que de veras importa, sino su carácter y fe, y el
carácter y fe de la ciudadanía en general.
En los Estados Unidos a los
jueces federales por lo general los nombran, y a los jueces estatales por lo
general se les elige. Ambos métodos han producido su cuota de jueces superiores
y jueces degenerados; el método de selección no tiene la culpa y básicamente no
importa. El problema han sido los estándares religiosos del día.
Si una fe fuerte ha caracterizado
al orden social, los jueces por lo general han sido hombres superiores; si el
relativismo y el pragmatismo prevalecen, los tribunales y los jueces lo han
reflejado. La calidad de los jueces y los tribunales no es producto de la
metodología.
La institución de cortes
graduadas en Israel fue pragmática; fue el consejo sabio de Jetro, destinado a
aliviar a Moisés de la presión de los casos (Éx 18: 13-16).
Los tribunales de diferentes
niveles debían gobernar a decenas, cientos y miles en Israel (Éx 18: 21). La
referencia a esta estructura decimal, y la unidad básica de diez, muchos dan
por sentado que se refiere a diez hombres. Como la estructura gubernamental
básica de Israel era por familias (y luego por tribus de familias), es seguro
concluir que los diez se refieren a diez familias.
Por cada diez familias se nombró
a un juez para que tratara con los asuntos menores y refirieran otros casos a
una jurisdicción más alta.
Moisés dejó en claro el propósito
de los tribunales: «Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando
tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las
ordenanzas de Dios y sus leyes» (Éx 18: 15, 16). En esto hace eco del propósito
de Dios (Dt 16: 18). Ya nos hemos referido previamente al
Pentecostés civil, por el que
Dios llenó a los funcionarios civiles de Israel con su Espíritu, para
significar que eran profetas de Dios, llamados a hablar por Dios en el
ministerio de impartir justicia (Nm 11: 16).
Toda reforma en Israel incluyó en
parte un retorno a la naturaleza profética del cargo civil. Fue una conciencia
de este hecho lo que condujo a los reformadores protestantes, así como a los
reformadores medievales de la iglesia, a atender su llamado a la reforma de la
misma y del estado. Es una herejía moderna que un país pueda tener un
«avivamiento» sin una reforma del estado y de la iglesia.
Las reformas de Josafat
incluyeron precisamente tal paso. Después que Josafat se hubo aliado con Acab,
buscando por coalición fortalecerse contra Siria, un profeta lo reprendió. Jehú
hijo de Hanani el vidente, declaró: «¿Al impío das ayuda, y amas a los que
aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia de Jehová ira contra ti por
esto» (2ª Cr 19: 2).
Al reconocer que la única
verdadera defensa no está en una alianza impía, sino más bien en la fe y la
justicia, Josafat reformó los tribunales, e instruyó a los jueces: «Mirad lo
que hacéis; porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar de Jehová, el
cual está con vosotros cuando juzgáis. Sea, pues, con vosotros el temor de
Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia,
ni acepción de personas, ni admisión de cohecho» (2ª Cr 19: 6, 7).
El cargo de juez, pues, es un
oficio teocrático; el ministro declara la palabra; el juez la aplica a los
conflictos de la vida. Si el juez representa a una clase o partido y no a Dios
y su Ley, se introduce una perversión radical de justicia en la vida de la nación.
Debido a que el hombre es
pecador, incluso el más santo de los jueces será falible y puede errar, pero,
en virtud de su fe, será guiado por la Palabra y Ley de Dios y su Espíritu
Santo. El juez impío, como no tiene tal estándar, por supuesto será parcial;
representará a una facción o clase.
El que acepte soborno es lógico, aunque
es un mal; está allí para representar el poder humano, y no la ley de Dios y su
justicia. Entonces, en términos de la ley bíblica, aunque es una transgresión que
el juez acepte soborno, no es transgresión que el hombre soborne al juez. El juez
peca contra su cargo; el hombre que lo soborna encara la situación de manera realista.
Si un pedazo de carne lanzado a un perro que ladra y peligroso permite que el
hombre pase con seguridad, este lanzará la carne y librará su persona.
Al juez santo se le advierte
contra el cohecho, el perjurio y la aplicación errada de la justicia (Éx 23: 6-8;
Lv 19: 15; 24: 22; Dt 1: 12-18; 16: 18-20; 25: 1; 27: 25).
Es solo de manera secundaria
oficial del estado; es antes que nada un funcionario de Dios. Si el juez no
representa el orden legal de Dios, en última instancia es un esbirro y sicario
político cuyo trabajo es mantener a la gente en línea, proteger a la clase
dominante y, en el proceso, acojinar su propio nido. A los jueces injustos hay
que temerlos y aborrecerlos; representan una forma de mal particularmente terrible
y horrible, y su abuso del cargo es un cáncer mortal en toda sociedad.