INTRODUCCIÓN
Una declaración en la ley dice:
«Perfecto serás delante de Jehová tu Dios» (Dt 18: 13). Esto se vuelve a
enunciar en el Sermón del Monte, cuando Cristo declara:
«Sed, pues, vosotros perfectos,
como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mt 5: 48).
La ley no nos ordena que hagamos
lo que el hombre no puede hacer. ¿Cómo, entonces, debemos entender esta
exigencia, y en qué podemos ser perfectos delante del Señor sin dar falso
testimonio respecto a nosotros mismos?
Se nos dice que Noé fue
«perfecto» (Gn 6: 9), y a Abraham se le llamó a ser perfecto (Gn 17: 1). En el
Salmo 37:37 tenemos una referencia al «hombre perfecto» como un hecho de la
vida cotidiana. En el Salmo 101: 2, David declaró:
«Entenderé el camino de la
perfección. En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa».
Las palabras del Antiguo
Testamento que se traducen «perfecto» quieren decir recto, con integridad,
intachable, y las palabras del Nuevo Testamento tienen el significado de
maduro, completo. Está claro que no habla de impecabilidad. El comentario de
Lenski va bien al asunto respecto a la confusión de la «perfección» bíblica con
la impecabilidad:
A que se haya traducido
«perfecto» se debe en gran parte la idea de impecabilidad absoluta que a menudo
se da como significado. y es desdichado que no tengamos un derivado de «meta»
adecuado para traducir el griego.
El hecho de que la absoluta
impecabilidad no es el pensamiento expresado aquí lo vemos en el v. 6 (de Mateo
5), en donde los discípulos bienaventurados todavía tienen hambre de justicia,
y del v. 7, en donde todavía necesitan misericordia y son bienaventurados al
obtenerla constantemente.
El perfeccionismo puede imaginar
que puede obtener impecabilidad en esta vida; esta meta no la alcanzaremos
mientras no entremos en la gloria.
Igualmente incorrecta es la idea
de que en estas exposiciones de la ley Jesús ofrece solo «consejos para los
perfectos» que son inalcanzables por parte de los cristianos menores. Cristo no
tiene una doble norma. Sus mayores santos se hallan entre los creyentes comunes
que por gracia han llegado a ser puros de corazón (v. 8).
Perfección significa rectitud y
madurez en términos de una meta o propósito, un fin establecido por Dios.
Nuestra madurez en el cielo incluirá impecabilidad, pero nuestra madurez aquí
es de un tipo diferente.
En esta vida podemos ser
perfectos en el sentido de ser intachables en nuestra fidelidad al propósito de
Dios, pero ser intachables no quiere decir estar libres de culpa. G. Campbell
Morgan una vez escribió de su experiencia con su hijo menor.
Morgan estaba en los Estados
Unidos de América, y le llegó una carta de su hijo, que apenas había aprendido
a leer y escribir. La carta, llena de errores, expresaba el cariño del muchacho
por su padre, y su deseo de verlo. La carta, anotó Morgan, por supuesto que no
estaba sin defectos, pero era intachable. La NVI traduce Deuteronomio 18: 13:
«A los ojos del Señor tu Dios serás irreprensible».
Lo que es irreprensible en un
niño no lo es en un adulto; la madurez requiere continuo crecimiento hacia el
propósito designado por Dios. A mayor responsabilidad, mayor la madurez que se
requiere para ser intachable. Lo que un pastor, un médico, juez o un
funcionario civil hace, y, en muchos casos, lo que sus esposas hacen, es más
importante que lo que otros hagan. Un comentario intachable en otros puede ser
un delito serio para ellos.
Para citar un ejemplo: Martha
Mitchell, esposa de John Mitchell, Fiscal General de los Estados Unidos, es al
parecer una mujer encantadora, inteligente e ingeniosa; tiene por lo general la
boca abierta. Sus comentarios repetidas veces se han ganado cobertura noticiosa
nacional, y muchos han concordado con ella.
El efecto de sus comentarios en
Washington ha servido para ampliar brechas, atizar problemas, y producir una
serie de problemas desdichados. Es posible decir, con todo respeto a Marta
Mitchell como mujer superior, que ella es culpable, y que ha buscado llamar la
atención demasiado a menudo a costo de las políticas del gobierno. Incluso
cuando su esposo le ordenó que guardara silencio, se las arregló para estar en
las noticias:
Ya hace meses que las
declaraciones imprudentes de la dama han estado conspicuamente ausentes en la
prensa; en obediencia, sin duda, a una orden del Fiscal General de los Estados
Unidos John Mitchell. De ahora en adelante, él ha decretado, si su esposa
Martha debe hablar en público debe ser en suahili.
Pero, ¿qué esposo jamás ha
silenciado a su esposa? Al administrar el juramento al cargo a la nueva
presidenta del American Newspaper Women’s Club en Washington la semana pasada,
Martha habló en casi impecable suahili: «Ye
unaabe kwa kweli kwemba usaziunga». Decretó
el Fiscal General, que estaba presente: «El juramento en suahili es
perfectamente legal».
Esta clase de deseo ingenioso e
irreprimible de aparecer en las noticias es divertido a distancia, pero para
los que están cerca es un problema, y en la práctica significa no pensar en las
consecuencias, y la perfección o madurez bíblica no está dirigida al momento
sino a las metas que Dios estableció.
La influencia del pietismo ha
sido importante en la historia moderna, y ha dado falso testimonio respecto a
las exigencias de Dios. Su énfasis en la perfección impecable más bien ha
engendrado pecado. Cuando los hombres esperan una perfección impecable en los
demás, enseguida son conducidos a una intolerancia pecaminosa de las
fragilidades humanas. Este perfeccionismo pecador especialmente abunda al fin
de una época, o en cualquier época en que los hombres hallan sus problemas
temporal o permanentemente insuperables.
Cuando los problemas son insolubles,
los hombres se vuelven unos contra otros. Su desdicha básica a causa de los
problemas insolubles se manifiesta al tratar de «disolver» de su medio a los que
los enervan. Cuando la caída de Roma empezaba a vislumbrarse, los hombres mucho
antes habían huido de las ciudades, reconociendo su futuro sin esperanza.
Su reacción, sin embargo, distaba
mucho de ser cuerda. Los cristianos y paganos por igual se volvían contra los
hombres y renunciaban a ellos volviéndose ermitaños en el desierto. Pero estar
solo no resuelve nada, y los tormentos internos de estos refugiados en el
desierto indicaban que su huida no les había dado ni paz ni una respuesta a los
problemas del mundo.
Hoy de nuevo, conforme los
problemas parecen ser insolubles, la irritación del hombre contra el hombre
aumenta. Hay un bajo nivel de tolerancia de los niños, los vecinos, los
esposos, las esposas, los amigos y los asociados. En lugar de resolver los
problemas, este tipo de perfeccionismo los agrava. Dar un énfasis exagerado a
las fragilidades humanas es dar falso testimonio respecto a ellas.
La ley aquí lo dice con claridad:
«Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo»
(Gá 6: 2). Esto hace una clara referencia, como dice Gálatas 6: 3-5, a nuestras
faltas y debilidades. Debemos reconocer que cada uno de nosotros tiene
debilidades, y «cada uno llevará su propia carga» (Gá 6: 5).
A veces necesitamos corrección,
pero la mayoría de las veces necesitamos vivir juntos, conscientes de nuestras
fragilidades comunes y trabajar juntos para alcanzar esa madurez que se logra
al buscar primero el reino de Dios y su justicia (Mt 7: 33).
Nuestro mayor punto fuerte está,
pues, en lo que se llama «perfección» y que quiere decir madurez, una
integridad en relación con el propósito de Dios en que se gana la bendición de
Dios incluso en medio de problemas serios. Madurez es la capacidad de crecer
con nuestras experiencias y usarlas para acercarnos al propósito que Dios tiene
con nosotros.
El problema, desde la perspectiva actual, demasiado a menudo se
toma como subversión, cuando
suele ser más un fracaso moral, ineptitud
para crecer y madurar.
Las sociedades que se concentran
en los problemas de subversión están cerca de la muerte; han perdido su
capacidad de hacerle frente a los problemas. Esto no quiere decir que haya que
descuidar la subversión ni condonarla, sino que la única respuesta permanente a
ella es el crecimiento. La misión es reconstrucción.
Durante la Guerra de
Independencia, los subversivos que estaban ostensiblemente en el lado americano
eran sin duda muchos. Ahora se sostiene que Benjamín Franklin fue un agente
británico durante todo el conflicto.
Por lo menos hasta la guerra de
1812, el número de agentes británicos y franceses en los Estados Unidos de
América era grande, pero la salud básica del liderazgo, y un suficiente elemento
de hombres de carácter, más la gracia de Dios, permitió que la causa americana
prosperara frente a la subversión radical.
Sin esa madurez, ninguna causa
puede sobrevivir. Sin la capacidad de crecer con la vista en una meta, ninguna
causa puede perdurar con solo desarraigar a los elementos subversivos. La sal
que ha perdido su sabor «No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y
hollada por los hombres» (Mt 5: 13). No hay protección divina para los hombres
y las naciones que pierden su llamamiento y «sabor».
Es más, no hay escape del juicio;
es «como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; o como si
entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra» (Am 5: 19).