INTRODUCCIÓN
La ley de expiación por todos los
delitos (Dt 21: 1-9) deja en claro la participación de un levita (o sea, un
experto en la ley de Dios, un teólogo) en los tribunales civiles. Josefo
confirma el hecho de que la historia de Israel se caracterizó por este hecho:
que un tribunal es un establecimiento
religioso. La presencia de los sacerdotes o levitas no significaba una
confusión de iglesia y estado; era más bien la compenetración total de la
iglesia y el estado, así como también de toda otra institución, por la
autoridad de la palabra de Dios.
Los levitas en cuestión eran expertos
en la ley de Dios, abogados. La
referencia frecuente a abogados en el Nuevo Testamento era precisamente a estos
expertos que eran miembros de los tribunales. La ley requería esto:
Cuando alguna cosa te fuere
difícil en el juicio, entre una clase de homicidio y otra, entre una clase de
derecho legal y otra, y entre una clase de herida y otra, en negocios de
litigio en tus ciudades; entonces te levantarás y recurrirás al lugar que
Jehová tu Dios escogiere; y vendrás a los sacerdotes levitas, y al juez que
hubiere en aquellos días, y preguntarás; y ellos te enseñarán la sentencia del
juicio.
Y harás según la sentencia que te
indiquen los del lugar que Jehová escogiere, y cuidarás de hacer según todo lo
que te manifiesten. Según la ley que te enseñen, y según el juicio que te
digan, harás; no te apartarás ni a diestra ni a siniestra de la sentencia que
te declaren (Dt 17: 8-11).
El comentario de Waller sobre eso
es extremadamente importante:
No se observa con suficiencia que
esto define la relación entre la iglesia y la Biblia desde el tiempo en que la
ley fue dada a la iglesia, y que la relación entre la iglesia y la Biblia es la
misma hasta hoy. La única autoridad por la que la iglesia (de Israel, o de
Cristo) puede «atar» o «desatar» es la ley escrita de Dios. El atar (o
prohibir) o desatar (o permitir) de los rabinos la autoridad que nuestro Señor
le comisionó a su iglesia fue solo la aplicación de su palabra escrita.
Los rabinos reconocen esta forma
de un extremo del Talmud al otro por la apelación a las Escrituras que se hace
en toda página, y a veces en casi cada renglón. La aplicación a menudo es
forzada o peregrina; pero esto no altera el principio. La palabra escrita es la
cadena que ata. Tampoco la relación fluctuante entre la autoridad ejecutiva y
legislativa altera el principio.
La referencia de nuestro Señor
era entonces claramente a esta ley cuando habló de atar y desatar:
Entonces le respondió Jesús:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres
Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella (Mt 16: 17, 18).
De cierto os digo que todo lo que
atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la
tierra, será desatado en el cielo (Mt 18: 18).
No es nuestro propósito hablar
aquí de la doctrina de la iglesia, pero está por lo menos claro que «las llaves del reino» son inseparables de
la ley, y la declaración fiel de la
ley. Se puede decir, en verdad, que «las llaves del reino» que atan y desatan son la ley; a la iglesia, por haber sido
constituida como el nuevo Israel de Dios, el nuevo pueblo del pacto, le fue
dada la ley como medio civil y eclesiástico de gobernar al nuevo Israel.
Las llaves no son un poder
episcopal ni papal per se, ni
una interpretación privada; son la ley como el único instrumento del verdadero
poder bajo Dios para condenar y absolver, atar o desatar. Es la ley de Dios, no
la iglesia, lo que ata o suelta a los hombres, y solo conforme la iglesia
declara fielmente la ley que hay algún verdadero atar o desatar. Siempre que la
iglesia intenta atar o desatar la conciencia y conducta de los hombres aparte
de la Palabra de Dios, se ata a sí misma, es decir, ella misma se pone bajo
condenación.
De igual manera el estado no
puede atar o desatar a los hombres aparte de la Ley y Palabra de Dios, y el
estado necesita la exposición de esa ley de parte de la iglesia y de teólogos
al servicio del estado. La Confesión de Westminster declaraba, en el capítulo
31, 5:
Los sínodos y los concilios no
deben tratar ni decidir más que lo que es eclesiástico, y no deben entrometerse
en los asuntos civiles que conciernen al estado, sino únicamente por medio de
petición humilde en casos extraordinarios; o por medio de consejo para
satisfacer la conciencia, si para ello son solicitados por el magistrado civil.
Esto es válido para la Iglesia;
no se aplica al maestro religioso, que puede ser un servidor o administrador en
la iglesia, estado o escuela, y tiene la obligación de exponer con claridad la
Ley y Palabra de Dios.
Todo tribunal, debido a que se
ocupa ineludiblemente de la ley, es un establecimiento religioso. Un
establecimiento religioso requiere educación religiosa.
La educación dentro de un estado
enseñará la religión del estado o de lo contrario el estado será revolucionado.
El establecimiento de escuelas controladas por el gobierno en los Estados
Unidos, en un movimiento encabezado por dos unitarios, Horace Mann y James G.
Carter, fue el principio de una importante revolución religiosa y legal en los
Estados Unidos.
Las cortes, precisamente debido a
su importancia en la vida de una nación, deben en particular estar informadas
de la naturaleza de la Ley y Palabra de Dios. La capacitación legal es una
forma de entrenamiento teológico, y las escuelas de leyes modernas son
establecimientos religiosos humanistas. En términos de la ley bíblica, los
tribunales y los jueces deben estar informados de la ley de Dios, tanto en su
educación como en su operación.
La expresión «entre una clase de
homicidio y otra» de Deuteronomio 17: 8 se refiere a una decisión entre asesinato
y homicidio. «Una clase de derecho legal y otra» se refiere a un tipo de
alegato de derecho en comparación con otro. «Una clase de herida y otra», se
refiere a diferentes lesiones corporales; «negocios de litigio en tus ciudades»,
quiere decir asuntos de controversia dentro de la comunidad.
En estas cuestiones muy prácticas
de ley y de la aplicación de la ley, la autoridad máxima que ata o desata es la
Palabra y Ley de Dios. Esta ley debe gobernar al tribunal, y la corte debe por
lo menos cimentarse bien en ella.
Ni la iglesia ni el estado pueden
atar o desatar si no se adhieren a la ley de Dios como la única fuente para
atar y desatar, condenar y absolver. En toda cultura, el verdadero dios de ese
sistema es la fuente de la ley, y si la iglesia o el estado, o cualquier otra
agencia, funcionan como creadores de la ley, y dictan leyes sin ninguna base
trascendental, se han convertido en dioses. Su derecho a mandar desaparece.
Para el pueblo de Dios que está
bajo su jurisdicción, las rutas abiertas son:
Primero, la resistencia pacífica, usando los instrumentos de la ley;
Segundo, la emigración a otra iglesia u otro país;
Tercero, obediencia, pero con la plena consciencia de que están obedeciendo
como a Dios, para preservar el orden, no al hombre, reconociendo que, aunque
los poderes no tienen derecho de ordenar aparte de la palabra de Dios, a veces
el deber de obedecer permanece como curso moral, y curso pragmático;
Cuarto, desobediencia como deber moral bajo el liderazgo de la autoridad;
tal desobediencia debe ser obediencia consciente a Dios antes que al hombre.
Mientras más un poder se aparta
de la ley de Dios, más impotente se vuelve para hacerle frente a los verdaderos
delitos, y más severo se vuelve con delitos triviales o con infracciones
insulsas de estatutos vacíos que tratan de gobernar sin autoridad moral y sin
razón.
En las ciudades principales de
los Estados Unidos, sobre todo en la parte oriental, en la década de los ‘60 y
a principios de la de los ‘70, se toleraron motines y saqueos extensos pero, al
mismo tiempo la policía estaba bajo órdenes de arrestar a los que cometían
infracciones de tráfico por las violaciones más insignificantes y triviales.
Las multas eran una rica fuente
de dinero para las ciudades casi en bancarrota. Lo atestiguan también las
implicaciones del siguiente reportaje desde Washington, D.C., escena de muchas
demostraciones flagrantemente inicuas.
«Una docena de policías a pie y
montados, y agentes en motocicletas arremetieron contra el grupo y arrestaron a
tres. Después de correr a un coche estacionado y caerse, sobre Donohoe se
abalanzaron cuatro agentes, uno de los cuales le golpeó con su cachiporra
mientras otros policías del parque lo sujetaban contra el suelo». ¿Qué describe
esta crónica de este Post de
abril de Washington? ¿La policía reaccionando de manera exagerada a
manifestantes contra la guerra?
No, describe a la policía del
parque federal arrestando a ciudadanos de Washington, D.C. por violar una
ordenanza ridícula que prohibía… que se echaran a volar cometas. Para el 19,
quince personas habían sido detenidas durante abril por volar cometas.
Cuando la ley en la iglesia, el
estado, la escuela o la familia deja de mandar moralmente a los hombres, se
destruye, y dos posibilidades quedan entonces.
Una primera consecuencia es la anarquía. No
en balde vemos anarquía en la vida familiar, el mundo de los negocios y el
estado, y falta de disciplina en las iglesias. Los hombres no obedecen una ley
que carece de estructura moral. Muchos hijos se rebelan contra la autoridad paterna,
pero demasiados padres, siguiendo la ideología humanista, no tienen base moral
para exigir obediencia y solo han trasmitido la anarquía moral a sus hijos.
La rebelión de la juventud en la segunda mitad
del siglo 20 ha sido lógica; se ha basado en premisas morales enseñadas en
casa, en la iglesia, el estado y la escuela. Los hogares cristianos que han
enviado a sus hijos a las escuelas públicas han negado su fe, y han buscado el
anarquismo moral. Este anarquismo moral lo satura todo, incluyendo las empresas
y los empleos.
Segundo, la alternativa al anarquismo
moral es la coacción desnuda, el uso del terror. Karl Marx no vio lógicamente
ninguna filosofía válida excepto el anarquismo; pragmáticamente, reconoció la
necesidad de solidaridad y de aquí que favoreció el comunismo.
El marxismo, sin embargo, ha
comunicado el anarquismo moral. Como resultado, el curso lógico de un operativo
marxista, como Lenin rápidamente se dio cuenta, es la institución del terror.
El Terror rojo se volvió un sustituto necesario y aceptado de la fuerza moral.
En ninguna parte debe la
autoridad moral ser mayor que en la iglesia. Debido a que a la iglesia se le
comisionó enseñar la palabra de Dios, cuando la enseña fielmente su autoridad
es muy grande. La disciplina entonces se escribe en el corazón y la médula de
las personas. Más de una iglesia la exige; la vida de las personas la produce.
En donde la disciplina es permisiva, o se obedece a regañadientes, las personas
no son convertidas, o la iglesia es apóstata o irrelevante, y la irrelevancia es
una forma de apostasía.
Un tribunal es un establecimiento
religioso. Para que funcione, la religión del tribunal también debe ser la
religión del pueblo. Si la disciplina moral no está en el corazón del pueblo,
ninguna revolución la puede poner allí, ni darla a las cortes. En lugar de la
disciplina moral, el resultado es terror. Si los hombres no obedecen a Dios, no obedecerán a los hombres; entonces se requerirá la horca y el
arma como instrumentos necesarios de orden.
Sus protestas contra el nuevo orden que han
producido por su iniquidad están tan desprovistas de cimiento moral como el
nuevo orden, y menos efectivas. Este nuevo orden tiene entonces solo un
destino: matar o que lo maten.