18. EL TRIBUNAL

INTRODUCCIÓN

La ley de expiación por todos los delitos (Dt 21: 1-9) deja en claro la participación de un levita (o sea, un experto en la ley de Dios, un teólogo) en los tribunales civiles. Josefo confirma el hecho de que la historia de Israel se caracterizó por este hecho: que un tribunal es un establecimiento religioso. La presencia de los sacerdotes o levitas no significaba una confusión de iglesia y estado; era más bien la compenetración total de la iglesia y el estado, así como también de toda otra institución, por la autoridad de la palabra de Dios.
Los levitas en cuestión eran expertos en la ley de Dios, abogados. La referencia frecuente a abogados en el Nuevo Testamento era precisamente a estos expertos que eran miembros de los tribunales. La ley requería esto:
Cuando alguna cosa te fuere difícil en el juicio, entre una clase de homicidio y otra, entre una clase de derecho legal y otra, y entre una clase de herida y otra, en negocios de litigio en tus ciudades; entonces te levantarás y recurrirás al lugar que Jehová tu Dios escogiere; y vendrás a los sacerdotes levitas, y al juez que hubiere en aquellos días, y preguntarás; y ellos te enseñarán la sentencia del juicio.
Y harás según la sentencia que te indiquen los del lugar que Jehová escogiere, y cuidarás de hacer según todo lo que te manifiesten. Según la ley que te enseñen, y según el juicio que te digan, harás; no te apartarás ni a diestra ni a siniestra de la sentencia que te declaren (Dt 17: 8-11).
El comentario de Waller sobre eso es extremadamente importante:
No se observa con suficiencia que esto define la relación entre la iglesia y la Biblia desde el tiempo en que la ley fue dada a la iglesia, y que la relación entre la iglesia y la Biblia es la misma hasta hoy. La única autoridad por la que la iglesia (de Israel, o de Cristo) puede «atar» o «desatar» es la ley escrita de Dios. El atar (o prohibir) o desatar (o permitir) de los rabinos la autoridad que nuestro Señor le comisionó a su iglesia fue solo la aplicación de su palabra escrita.
Los rabinos reconocen esta forma de un extremo del Talmud al otro por la apelación a las Escrituras que se hace en toda página, y a veces en casi cada renglón. La aplicación a menudo es forzada o peregrina; pero esto no altera el principio. La palabra escrita es la cadena que ata. Tampoco la relación fluctuante entre la autoridad ejecutiva y legislativa altera el principio.
La referencia de nuestro Señor era entonces claramente a esta ley cuando habló de atar y desatar:
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella (Mt 16: 17, 18).
De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo (Mt 18: 18).
No es nuestro propósito hablar aquí de la doctrina de la iglesia, pero está por lo menos claro que «las llaves del reino» son inseparables de la ley, y la declaración fiel de la ley. Se puede decir, en verdad, que «las llaves del reino» que atan y desatan son la ley; a la iglesia, por haber sido constituida como el nuevo Israel de Dios, el nuevo pueblo del pacto, le fue dada la ley como medio civil y eclesiástico de gobernar al nuevo Israel.
Las llaves no son un poder episcopal ni papal per se, ni una interpretación privada; son la ley como el único instrumento del verdadero poder bajo Dios para condenar y absolver, atar o desatar. Es la ley de Dios, no la iglesia, lo que ata o suelta a los hombres, y solo conforme la iglesia declara fielmente la ley que hay algún verdadero atar o desatar. Siempre que la iglesia intenta atar o desatar la conciencia y conducta de los hombres aparte de la Palabra de Dios, se ata a sí misma, es decir, ella misma se pone bajo condenación.
De igual manera el estado no puede atar o desatar a los hombres aparte de la Ley y Palabra de Dios, y el estado necesita la exposición de esa ley de parte de la iglesia y de teólogos al servicio del estado. La Confesión de Westminster declaraba, en el capítulo 31, 5:
Los sínodos y los concilios no deben tratar ni decidir más que lo que es eclesiástico, y no deben entrometerse en los asuntos civiles que conciernen al estado, sino únicamente por medio de petición humilde en casos extraordinarios; o por medio de consejo para satisfacer la conciencia, si para ello son solicitados por el magistrado civil.
Esto es válido para la Iglesia; no se aplica al maestro religioso, que puede ser un servidor o administrador en la iglesia, estado o escuela, y tiene la obligación de exponer con claridad la Ley y Palabra de Dios.
Todo tribunal, debido a que se ocupa ineludiblemente de la ley, es un establecimiento religioso. Un establecimiento religioso requiere educación religiosa.
La educación dentro de un estado enseñará la religión del estado o de lo contrario el estado será revolucionado. El establecimiento de escuelas controladas por el gobierno en los Estados Unidos, en un movimiento encabezado por dos unitarios, Horace Mann y James G. Carter, fue el principio de una importante revolución religiosa y legal en los Estados Unidos.
Las cortes, precisamente debido a su importancia en la vida de una nación, deben en particular estar informadas de la naturaleza de la Ley y Palabra de Dios. La capacitación legal es una forma de entrenamiento teológico, y las escuelas de leyes modernas son establecimientos religiosos humanistas. En términos de la ley bíblica, los tribunales y los jueces deben estar informados de la ley de Dios, tanto en su educación como en su operación.
La expresión «entre una clase de homicidio y otra» de Deuteronomio 17: 8 se refiere a una decisión entre asesinato y homicidio. «Una clase de derecho legal y otra» se refiere a un tipo de alegato de derecho en comparación con otro. «Una clase de herida y otra», se refiere a diferentes lesiones corporales; «negocios de litigio en tus ciudades», quiere decir asuntos de controversia dentro de la comunidad.
En estas cuestiones muy prácticas de ley y de la aplicación de la ley, la autoridad máxima que ata o desata es la Palabra y Ley de Dios. Esta ley debe gobernar al tribunal, y la corte debe por lo menos cimentarse bien en ella.
Ni la iglesia ni el estado pueden atar o desatar si no se adhieren a la ley de Dios como la única fuente para atar y desatar, condenar y absolver. En toda cultura, el verdadero dios de ese sistema es la fuente de la ley, y si la iglesia o el estado, o cualquier otra agencia, funcionan como creadores de la ley, y dictan leyes sin ninguna base trascendental, se han convertido en dioses. Su derecho a mandar desaparece.
Para el pueblo de Dios que está bajo su jurisdicción, las rutas abiertas son:
Primero, la resistencia pacífica, usando los instrumentos de la ley;
Segundo, la emigración a otra iglesia u otro país;
Tercero, obediencia, pero con la plena consciencia de que están obedeciendo como a Dios, para preservar el orden, no al hombre, reconociendo que, aunque los poderes no tienen derecho de ordenar aparte de la palabra de Dios, a veces el deber de obedecer permanece como curso moral, y curso pragmático;
Cuarto, desobediencia como deber moral bajo el liderazgo de la autoridad; tal desobediencia debe ser obediencia consciente a Dios antes que al hombre.
Mientras más un poder se aparta de la ley de Dios, más impotente se vuelve para hacerle frente a los verdaderos delitos, y más severo se vuelve con delitos triviales o con infracciones insulsas de estatutos vacíos que tratan de gobernar sin autoridad moral y sin razón.
En las ciudades principales de los Estados Unidos, sobre todo en la parte oriental, en la década de los ‘60 y a principios de la de los ‘70, se toleraron motines y saqueos extensos pero, al mismo tiempo la policía estaba bajo órdenes de arrestar a los que cometían infracciones de tráfico por las violaciones más insignificantes y triviales.
Las multas eran una rica fuente de dinero para las ciudades casi en bancarrota. Lo atestiguan también las implicaciones del siguiente reportaje desde Washington, D.C., escena de muchas demostraciones flagrantemente inicuas.
«Una docena de policías a pie y montados, y agentes en motocicletas arremetieron contra el grupo y arrestaron a tres. Después de correr a un coche estacionado y caerse, sobre Donohoe se abalanzaron cuatro agentes, uno de los cuales le golpeó con su cachiporra mientras otros policías del parque lo sujetaban contra el suelo». ¿Qué describe esta crónica de este Post de abril de Washington? ¿La policía reaccionando de manera exagerada a manifestantes contra la guerra?
No, describe a la policía del parque federal arrestando a ciudadanos de Washington, D.C. por violar una ordenanza ridícula que prohibía… que se echaran a volar cometas. Para el 19, quince personas habían sido detenidas durante abril por volar cometas.
Cuando la ley en la iglesia, el estado, la escuela o la familia deja de mandar moralmente a los hombres, se destruye, y dos posibilidades quedan entonces.
Una primera consecuencia es la anarquía. No en balde vemos anarquía en la vida familiar, el mundo de los negocios y el estado, y falta de disciplina en las iglesias. Los hombres no obedecen una ley que carece de estructura moral. Muchos hijos se rebelan contra la autoridad paterna, pero demasiados padres, siguiendo la ideología humanista, no tienen base moral para exigir obediencia y solo han trasmitido la anarquía moral a sus hijos.
 La rebelión de la juventud en la segunda mitad del siglo 20 ha sido lógica; se ha basado en premisas morales enseñadas en casa, en la iglesia, el estado y la escuela. Los hogares cristianos que han enviado a sus hijos a las escuelas públicas han negado su fe, y han buscado el anarquismo moral. Este anarquismo moral lo satura todo, incluyendo las empresas y los empleos.
Segundo, la alternativa al anarquismo moral es la coacción desnuda, el uso del terror. Karl Marx no vio lógicamente ninguna filosofía válida excepto el anarquismo; pragmáticamente, reconoció la necesidad de solidaridad y de aquí que favoreció el comunismo.
El marxismo, sin embargo, ha comunicado el anarquismo moral. Como resultado, el curso lógico de un operativo marxista, como Lenin rápidamente se dio cuenta, es la institución del terror. El Terror rojo se volvió un sustituto necesario y aceptado de la fuerza moral.
En ninguna parte debe la autoridad moral ser mayor que en la iglesia. Debido a que a la iglesia se le comisionó enseñar la palabra de Dios, cuando la enseña fielmente su autoridad es muy grande. La disciplina entonces se escribe en el corazón y la médula de las personas. Más de una iglesia la exige; la vida de las personas la produce. En donde la disciplina es permisiva, o se obedece a regañadientes, las personas no son convertidas, o la iglesia es apóstata o irrelevante, y la irrelevancia es una forma de apostasía.
Un tribunal es un establecimiento religioso. Para que funcione, la religión del tribunal también debe ser la religión del pueblo. Si la disciplina moral no está en el corazón del pueblo, ninguna revolución la puede poner allí, ni darla a las cortes. En lugar de la disciplina moral, el resultado es terror. Si los hombres no obedecen a Dios, no obedecerán a los hombres; entonces se requerirá la horca y el arma como instrumentos necesarios de orden.

 Sus protestas contra el nuevo orden que han producido por su iniquidad están tan desprovistas de cimiento moral como el nuevo orden, y menos efectivas. Este nuevo orden tiene entonces solo un destino: matar o que lo maten.