INTRODUCCIÓN
En Proverbios 19:5 tenemos un
resumen del noveno mandamiento y su necesaria imposición: «El testigo falso no
quedará sin castigo, Y el que habla mentiras no escapará». La palabra «habla»
se puede traducir tal vez «exhala». En breve, la Ley requiere, primero, que se procese al testigo
falso, y, segundo, que se
procese a los mentirosos y difamadores.
La ley bíblica respecto al habla,
por consiguiente, no es una declaración de libertad de palabra, sino una
prohibición de testimonio falso en un tribunal, y de afirmaciones maliciosas y
falsas respecto a hombres y hechos en los asuntos cotidianos.
La distinción es muy importante.
La ley bíblica da libertad a la verdad, no al falso testimonio en su sentido
más amplio. La verdadera libertad de palabra descansa en la prohibición del
testimonio falso.
En este punto, está muy extendida
una lectura seriamente equivocada de la Constitución de los Estados Unidos de
1787. La Enmienda I dice en parte: «El
Congreso no dictará ley respecto
al establecimiento de religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma; ni
coartará la libertad de expresión, ni de prensa». Esto ahora ha llegado a
significar la prevalencia de la interpretación federal en todo
Estados Unidos. Originalmente
quería decir que al gobierno federal se le prohibía todo poder para legislar
respecto a religión, habla o prensa, porque estos aspectos estaban reservados a
los ciudadanos y a los estados. Los varios estados tenían clases dirigentes
religiosas y no tenían deseo de una clase religiosa federal que los gobernase.
Para entender el pensamiento de
los estadounidenses sobre el tema setenta años después de la redacción de la
Constitución, los comentarios de John Henry Hopkins, obispo episcopal de la
diócesis de Vermont, son de lo más reveladores:
Los derechos religiosos de los
ciudadanos de los Estados Unidos consisten en el disfrute de su propia decisión
a conciencia, entre todas las formas de nuestro cristianismo común que estaban
en existencia al momento cuando se estableció la Constitución.
Esto se debe tomar como el límite
completo de la presuposición justa y legal, como los dos primeros capítulos lo
han demostrado con suficiencia. Por consiguiente, considero estrafalario
suponer que una banda de hindúes pueda establecerse en alguna parte de nuestros
territorios, y reclamar un derecho, bajo
la Constitución, de establecer el culto público de Brahma, Visnú o Krishna
[Juggernaut]. Igualmente inconstitucional sería que los chinos introdujeran la
adoración de Fo o Buda en California.
Tampoco podría una compañía de
turcos afirmar su derecho a establecer una mezquita para la religión de Mahoma.
Pero hay un caso, es decir, el de los judíos, que forman una excepción
evidente, aunque en verdad lo respalda el mismo principio. Porque, el
significado de la Constitución se puede derivar solo de la intención razonable del pueblo de los Estados Unidos.
Su lengua, religión, costumbres,
leyes y modos de pensamiento fueron todos transportados de la madre patria; y
estamos obligados a creer que sin duda se quiso decir que lo que se toleraba
públicamente en Inglaterra se protegería aquí.
Sobre esta base, no hay duda del
derecho constitucional de nuestros conciudadanos judíos, cuyas sinagogas habían
estado establecidas en Londres desde mucho antes. Pero, con esta sola
excepción, no puedo hallar ningún
derecho para el ejercicio público de ninguna fe religiosa, bajo nuestra
gran Carta Federal, que no reconozca la divina autoridad de la Biblia
cristiana.
La mayoría de los americanos del
día presente no concordaría con Hopkins, pero en 1857 la mayoría estaba de
acuerdo, y hubo una extensa historia legal que respaldaba su posición. La Carta
de Derechos fue entonces una Carta de inmunidades contra la legislación federal
en ciertas áreas, y no una prohibición de legislación estatal o local.
Ya en el siglo 20, en los Estados
Unidos y en Europa se creía que el orden social y gobierno civil ideales era el
dedicado a la libertad, uno que
hacía primordial a su propósito la libertad de religión, palabra y prensa. Pero
una sociedad que hace de la libertad su objetivo primordial la perderá, porque
ha convertido en su propósito no la responsabilidad, sino la libertad de toda
responsabilidad.
Cuando la libertad es el énfasis básico, no es la palabra responsable lo
que se promueve sino la palabra irresponsable. Si se absolutiza la libertad de
prensa, se defenderá la calumnia finalmente como privilegio de libertad, y si
se absolutiza la libertad de palabra, la difamación finalmente se vuelve un
derecho. La libertad religiosa se vuelve el triunfo de la irreligión. La
tiranía y la anarquía se apropian del poder. La libertad de palabra, prensa y
religión dan lugar a controles, controles totalitarios.
EL OBJETIVO DEBE SER EL ORDEN LEGAL DE DIOS, SOLO EN EL CUAL HAY VERDADERA
LIBERTAD.
La ley contra el falso testimonio
es elemental para la verdadera libertad. Hoy se tolera el falso testimonio a
nombre de la libertad de palabra y la prensa libre, y las leyes contra la
calumnia y la difamación se erosionan progresivamente. Si la religión falsa
tiene derechos, ¿por qué no el falso testimonio? Exaltar la libertad sobre todo
lo demás, absolutizar la libertad, es negar la distinción entre el testimonio verdadero
y el falso.
En donde se absolutiza la
libertad y esta convierte en la consideración previa y final como contra el
bien y el mal, la verdad y la falsedad, la ley de Gresham se vuelve operativa
en ese aspecto también. Así como el dinero malo elimina el buen dinero, una
mentira expulsa a la verdad, la pornografía expulsa a la buena literatura y a
la diversión limpia, y cosas por el estilo.
Debido al énfasis en la libertad
de palabra y prensa libre, los Estados Unidos y otros países han visto el
rápido triunfo de la publicidad y el mercadeo deshonesto.
El más flagrante tipo de mal
prevalece en estos asuntos, y todo esfuerzo por cubrirlo con ley estatutaria
conduce a nuevas avenidas de evasión. Ni las leyes estatutarias ni las agencias
administrativas del gobierno civil han podido lidiar efectivamente con este
problema. Sin embargo, si la ley criminal se basara en la ley bíblica, toda
forma de testimonio falso sería un delito penal. Todo caso de publicidad y
mercadeo falso y mala representación sería un delito penal.
Cuando al falso testimonio se le
da protección por ley a nombre de la libertad, hay un deterioro progresivo de
la calidad que aparece en todo aspecto. Si la libre empresa se puede
interpretar como libertad para la empresa deshonesta, para bienes y mercadeo
fraudulentos, se disminuye la libertad de la empresa honesta.
Los bienes de baja calidad que se
mercadean como artículos de calidad tienden a eliminar, en términos del
principio de Gresham, la mercadería mejor que se vende por necesidad a precios
más altos.
Debido a que casi todas las leyes
contra el falso testimonio han desaparecido durante algunas generaciones, ha
habido un reemplazo progresivo de la empresa honrada con una empresa
radicalmente deshonesta. Incluso los residuos de las leyes de calumnia y
difamación requieren pleito civil de parte del afectado, porque la ley penal
por lo general no se ocupa del testimonio falso.
La prensa, por casi dos siglos,
ha sido una importante amenaza a la libertad antes que una contribución a ella.
La recién adquirida inmunidad contra la interferencia estatal pronto se
interpretó como anarquía, y la prensa tiene una horrenda historia de abuso de
poder.
Consistentemente ha dado falso
testimonio y defendido su derecho de hacerlo como «libertad de prensa». Un
informe noticioso de 1970 dio una medida de la naturaleza del problema:
Hay una preocupación creciente,
informó hace poco el Sunday Telegraph de
Londres, después de siete meses de investigaciones secretas por un subcomité del
Comité de Comercio Interestatal y Foráneo de la Cámara de Representantes de los
Estados Unidos, que descubrió evidencia de «informes engañosos de las
organizaciones noticiosas y revistas nacionales americanas, y su tratamiento
“parcializado”, “arreglado”, y “arrogante” de las noticias».
El informe halló que un equipo de
televisión, enviado a una demostración estudiantil en California, había llegado
al sitio con sus propios letreros de demostración, que repartió a los
manifestantes que iban a filmar; que organizaciones noticiosas habían
participado en pleitos judiciales, hecho que Washington califica de
«interferencia inexcusable con la administración de justicia»; que el
departamento de noticias de la CBS, había intentado financiar «una invasión de
comando de Haití»; plan definitivo para «inmiscuirse en la conducta de asuntos
extranjeros».
El equipo investigador también
descubrió evidencia de que la CBS al parecer había organizado una fiesta de
hierba (marihuana) entre universitarios en un suburbio de Chicago. La filmación
de la fiesta apareció luego como un informe legítimo de noticias para
documentar el amplio y extendido uso de las drogas «entre universitarios de
clase alta», y presionar un cambio radical en las leyes de narcóticos.
El Comité del Congreso recomendó
finalmente, según el Sunday Telegraph,
que «una sección del acta federal de comunicaciones, que prohíbe “prácticas
engañosas” en el entretenimiento por televisión, se ampliara para hacer un
delito federal la “falsificación” de noticias».
La distorsión sistemática de las
noticias la han informado los mismos periodistas.
CUANDO LA LIBERTAD SE HACE ABSOLUTA,
EL RESULTADO NO ES LIBERTAD, SINO ANARQUÍA.
La libertad debe estar bajo la
ley, o si no, no es libertad. La eliminación de todas las leyes no produce
libertad, sino más bien anarquía y un paraíso de asesinos. El marqués de Sade
exigía tal mundo; la libertad que exigía hacía una víctima en potencia de todos
los hombres píos y aseguraba solo la libertad para el asesinato, el robo y la
violencia sexual. Solo un orden legal que sostiene la primacía de la ley de
Dios puede producir verdadera libertad, libertad para la justicia, la verdad y una
vida santa.
La libertad como absoluto es
sencillamente una afirmación del «derecho» del hombre a ser su propio dios; eso
significa una negación radical del orden legal de Dios. «Libertad» es por tanto
otro nombre para la aspiración del hombre a la divinidad y la autonomía. Quiere
decir que el hombre se vuelve su propio absoluto.
La palabra «libertad» es entonces
un pretexto que usan los que siguen la ideología humanista los humanistas ¿para
qué tanta palabrería? de toda variedad: marxistas, fabianos, existencialistas,
pragmatistas y todos los demás, para disfrazar la aspiración del hombre de ser
su propio absoluto.
La libertad en sí misma quiere
decir libertad para algo en particular. Si todos los hombres son «libres» para
asesinar, no hay libertad para la vida santa; no es posible, entonces, ni la
paz ni el orden. Los hombres, ya no son libres para andar con seguridad por las
calles. Si los hombres son «libres» para robar sin castigo, no hay libertad
para la propiedad privada.
Si los hombres tienen libertad de
expresión y prensa libre sin restricciones, no hay libertad para la verdad,
pues no se permite norma alguna por el que se pueda juzgar y castigar la
promulgación o publicación de una mentira.
Entonces se favorece el
testimonio falso y se niega la importancia de la verdad. El mandamiento de
Santiago fue éste: «Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser
juzgados por la ley de la libertad» (Stg 2: 12). Hay una ley de libertad. Sin
ley, no hay libertad.
El movimiento de «libertad de
palabra» de la Universidad de California en Berkeley a principios de la década
de 1960 fue una aplicación lógica de la idea de la libertad sin ley. Los
estudiantes usaron el sistema público de altoparlantes para gritar obscenidades
a nombre de la libertad de palabra, y para exigir el «derecho» de copular
abiertamente en el plantel como perros.
Los universitarios eran más lógicos
que sus maestros; insistieron en llevar la libertad de palabra a su conclusión lógica,
y reconocieron la hipocresía de los de ideología liberal liberales mucha palabrería
que promovían la libertad de palabra, pero se amilanaban en cuanto a su
práctica.
También fueron lógicos en sus
demandas sexuales; si la libertad de palabra es un estándar válido, ¿por qué no
libertad de acciones? Su elección de libertad irresponsable fue honesta, aunque
equivocada; llevaron las ideas liberales a su conclusión lógica.
El intelectual liberal presenta
objeciones a cualquier restricción de su estándar absoluto de libertad
partiendo por lo general de dos bases.
Primero: sostiene que la libertad de
palabra es más importante que cualquier otra consideración, y de modo similar
la libertad de prensa es más importante que la responsabilidad.
Segundo: puede concordar en que la pornografía es mala, pero, «¿cómo se puede definir?».
Un universitario informó que un profesor universitario y su clase concluyeron que
la pornografía no existía, porque se sintieron incapaces de definirla.
Esta es la falacia racionalista
de que solo lo racional es real, y lo racional incluye aquello que se puede
definir de manera precisa y científica. En lugar de que la vida exista antes de
su definición, la definición es anterior a la vida. Una cosa no existe para el
intelectual mientras no la haya definido, mientras su palabra supuestamente creativa
y definidora no la haga existir.
Es fácil reconocer la
pornografía; no es tan fácil definirla. Es fácil reconocer a un amigo, pero es
menos que fácil definir lo que es un amigo. Una buena parte de la realidad
escapa a una definición. De aquí la debilidad de la ley estatutaria; como
insiste en definir con precisión cada variedad particular de un delito, produce
un problema para la imposición de la ley.
No es suficiente para la ley
estatutaria que se haya cometido un asesinato o un robo; hay que hallar una
definición por estatuto y «apropiada» para el crimen, y la definición debe
ajustarse al crimen, o la ley no reconoce el crimen. La ley bíblica dice
sencillamente «no matarás», y «no hurtarás», algo fácilmente reconocible que no
necesita definición. Puesto que la realidad siempre escapa a la definición
plena, la definición precisa de crímenes por estatuto quiere decir que una gran
parte de la actividad criminal no se incluye en el catálogo de delitos.